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Dios no es argentino

Por EZEQUIEL FERNANDEZ MOORES

Dios no es argentino

Dios no es argentino

7 de Julio de 2015 | 01:52

¿Y si Messi decidía seguir él con la pelota en ese contragolpe final del tiempo reglamentario que tenía puro olor a gol? ¿Y si Lavezzi hubiese sido algo más preciso en su centro rasante? ¿Y si Higuaín hubiese sido menos acelerado cuando se tiró al piso para definir, ya sin ángulo? ¿Estaríamos hoy hablando del “Messi genio que frotó la lámpara en el momento oportuno” en lugar de hasta pedir que le retiren la cinta de capitán? Las finales suelen definirse por detalles. Pero siguen siendo detalles. Porque Argentina, si bien creó las ocasiones más claras, fue superada el sábado por un Chile que, aunque lastimó poco, ocupó casi siempre en el centro del ring. Que fue más fiel a sí mismo. Y que fue un campeón justo. Aunque nos duela, porque, a veces, creemos que jugamos solos una final. Que no hay rival.

En Brasil, la selección de Sabella jugó en la final su mejor partido del Mundial. En Chile, en cambio, la Argentina de Martino jugó en la final su peor partido de la Copa América. De una final salió con la cabeza en alto. De la otra no. Consciente de que el juego, no la entrega, como suponen algunos, podría haber sido mejor. ¿Qué habrá llevado a Martino a decidir que el primer suplente del Kun Agüero debía ser Higuaín y no Tevez? No tuvo sentido llevar a Tevez a Chile para tan poco. La realidad de ambos esta última temporada, en Italia y en copas europeas, habla por sí sola. Seguimos hablando de detalles, es cierto. Porque si hacemos balance, Martino no estuvo fino en los cambios desde el debut contra Paraguay, cuando ordenó aquel sorpresivo doble ingreso de Higuaín-Tevez. Podría discutirse si era también Lavezzi el mejor para reemplazar el sábado al –otra vez- lesionado Di María. Pero seguiríamos hablando de los detalles. Privilegiando los árboles al bosque.

Si la lesión de Di María, en una carrera inútil -porque Argentina jugó un juego de jugadas, no de asociación-, fue una mala señal, más preocupante fue ver luego el llanto de Mascherano ya antes de que se ejecutaran los penales. El Jefe había jugado el alargue en una pierna. No podía con su alma. Como siempre, la había dejado en la cancha. Que Mascherano sea figura, como en el Mundial, puede ser sin embargo un dato poco alentador cuando Argentina, supuestamente, debería sobresalir por sus atacantes. ¿Lloraría Mascherano sólo por dolor físico? ¿O lloraría acaso consciente de que el juego del equipo ya estaba en deuda? Tan mal se sintió Mascherano tras la derrota que, en los vestuarios, hasta se preguntó resignado si no sería él la causa de la frustración. Masche, bicampeón olímpico, deportista único, sabe que no es así. Habló que vivía una “tortura”. Y los cronistas, una y otra vez, insistían preguntándole si acaso pensaba retirarse de la selección. Puro morbo.

Hay que decirlo. Ya había una sensación de decepción instalada aún cuando todavía quedaban por ejecutarse los penales. Argentina inició cediendo pelota y campo. Puede aceptarse como una elección. Pero, a diferencia de partidos anteriores, fue muy desprolija en la salida. Casi puro pelotazo para un pobre y solitario Kun que jamás pudo contra sus marcadores. Que Argentina eligió más luchar que jugar pareció aceptarlo el propio Martino en la conferencia de prensa, cuando explicó por qué entró Higuaín y no Tevez. “Por su envergadura física”, dijo. Toda una definición. Fue una explicación contradictoria con el discurso que habíamos escuchado en toda la Copa. El Tata habló en la conferencia de merecimientos de Argentina porque tuvo más ocasiones de gol. Antes, privilegiaba la tenencia, el juego asociado y la iniciativa. El sábado jugó a anular al rival. Ambos, en realidad, jugaron a anularse mutuamente. Y así de pobre salió el partido. En los partidos previos, aún después de algún triunfo, Martino parecía excesivamente autocrítico. No lo fue el sábado. No explicó, tampoco se lo preguntaron, por qué Argentina no arriesgó a jugar como en partidos anteriores. Habló de méritos por tener más ocasiones. No por jugar mejor.

Hay que decirlo. Ya había una sensación de decepción instalada aún cuando todavía quedaban por ejecutarse los penales. Argentina inició cediendo pelota y campo

El DT había reabierto un debate interesante en estos últimos días para el fútbol argentino. La necesidad de aceptar al fútbol como un juego. Batalla, negocio, política, pasión, ganar y perder. Pero también juego. Y que, como todo juego, tiene un componente de riesgo. Especialistas de radio y TV apuntaron durante buena parte de la Copa contra ese factor. Gritaban inclusive nerviosos en pleno relato cuando el equipo salía jugando desde abajo. Arriesgando, decían, más de lo necesario. El 6-1 en semifinales contra Paraguay calmó la polémica. Es cierto, Otamendi tuvo una mala salida y así descontó Paraguay. Pero fue tan brillante el juego asociado en ataque (eso sí, cuando Paraguay dejó espacios), que no hubo chance de polémica. Más aún, algunos de esos goles llegaron justamente por esa decisión de arriesgar saliendo jugando desde abajo. ¿Por qué no se animó Argentina a volver a arriesgar en la final? Porque la presión rival era asfixiante. ¿Pero por qué eligió entonces contragolpear casi siempre con pelotazos inútiles? La idea del ataque asociado, con tan buenos jugadores, inclusive de contragolpe, es más que interesante. Pero el sábado, cuando acaso más había que sustentarla, esa idea sufrió un retroceso.

Chile estuvo lejos de aplastar a Argentina. Y acaso la vi jugar mejor en Brasil un año atrás que ahora en su casa. Pero sí fue mucho más fiel a su idea. Arriesgó algo más. Se animó a tener la pelota. Y a plantarse más en campo argentino. Frenó mucho con faltas, lo que era previsible, y sufrió para crear juego porque su jugador más talentoso, Valdivia, tuvo la obligación de correr a Mascherano. El Mago salió reemplazado insultando supuestamente a Sampaoli. A diferencia de Martino, el DT chileno sí acertó con el ingreso de Mati Fernández, autor además con un disparo impecable del decisivo primer penal que inició la serie. Sampaoli, quién lo hubiese dicho, terminó superando definitivamente a su maestro, a Marcelo Bielsa. Lo había hecho el año pasado cuando avanzó a cuartos de final del Mundial. Pero lo confirma ahora dándole a Chile el primer título grande de su historia. Justicia absoluta para un técnico trabajador como pocos. Criticado días atrás por buena parte del país por no haber separado del plantel a Arturo Vidal por sus copas de más y el accidente con su Ferrari. “Todo Chile te da las gracias”, decía al propio Vidal la cronista de TV apenas terminado el partido. Los bultos, solía decir Raúl Scalabrini Ortiz, se acomodan durante el viaje. En Chile y en la China. Y también en Argentina.

Messi es el mejor ejemplo de silbar según para dónde sople el viento. El Dios, el mariscal de la semifinal, pasó a ser el villano de la final. Dejé el caso Messi deliberadamente para el cierre. Algo, es cierto, le volvió a suceder para que se reabra la polémica de su vínculo siempre más complejo con la selección. Como si la maldición fuera eterna. Como si precisara a la selección para confirmar que, como todos, él también es un ser humano. Es cierto, lo frenaron casi siempre con falta, lo perjudicó el esquema táctico y casi nunca recibió bien. Pero le costó otra vez reaccionar ante la adversidad. Había evolución en un vínculo que siempre, hay que decirlo, fue complejo. El sábado volvió a dar un paso atrás. Como aferrado para siempre al tango que le recuerda que “primero hay que saber sufrir”. Pero una cosa es sufrir y otra someterse a la lapidación de cronistas de TV que golpean hasta la mesa enojados porque descubren que Leo no es Dios. Y que Dios no es argentino.

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