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Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Lo del fútbol y la violencia es un clásico. Y ahora, con la AFA también en campaña, se piensa en la vuelta de los visitantes, aunque son los hinchas locales los que se han encargado de tener actualizado el capítulo desmanes.
No es fácil querer impedir a pura localía el altísimo nivel de intemperancia en las canchas. El fútbol -se ha dicho con razón- no hace más que exaltar lo que viene de afuera. Y a veces hasta la tribuna más enardecida parece más segura que la calle.
La cancha, como los países europeos, cada vez entorna más sus puertas. A falta de visitantes, los fanáticos locales salieron a buscar nuevas víctimas. Primero pusieron los pulmones divisorios, después incrementaron el patrullaje, el tercer paso fue ubicar cámaras y reforzar cacheos. Pero todo fue ignorado y burlado.
Entonces prohibieron la entrada de los visitantes, y tampoco sirvió. El paso siguiente fue venderles entradas sólo a los socios. Pero los carnets ya no garantizan nada.
Mas que explorar variantes antidisturbios, la solución es más simple y más difícil: desterrar al centenar de violentos que integran las barras.
Sin ellos, todos podrán regresar. Con ellos en la tribuna, cualquier intento de normalización resulta imposible. Esa es la clave. La pelota se mancha muy seguido. Y con sangre.
Con barras en la cancha, lo de locales y visitantes es una falsa dicotomía.
Los dos últimos escándalos que obligaron a suspender sendos partidos (el gas pimienta en la Bombonera, los piedrazos en Mendoza), demostraron que la bondad de la localía quedó engrampada por una veintena de violentos que están más allá del fútbol.
Se ha dicho que la violencia contagia, que toda prohibición invita a ser desafiada y que a más despliegue y más controles, más desbordes y vandalismo.
Si no se erradican a los barras, la escalada de restricciones irá en aumento. Y entonces no quedará otra que apostar al extremismo y al absurdo: ¿Por qué no organizar un campeonato sólo para vitalicios? Eso sí, con la gendarmería con armas largas cuidando socios ilustres.
Si tampoco esto funciona, si los barras infiltran a los de la tercera edad con falsos jubilados, sólo queda un último recurso: chau a los locales y dejar entrar hinchas visitantes solamente. ¿Quién te dice…?
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