Una película que reinstala un viejo y olvidado debate

Por NICOLAS NARDINI
INFORME

El vetusto túnel que une la zona de camarines de la cancha de Talleres de Remedios de Escalada con el campo de juego, descascarado, comido por la humedad y desprovisto de la más mínima cuota de ese glamour que todas las semanas nos llega a través de la TV en las transmisiones de la Champions League de Europa, es el escenario donde comienza “El 5 de Talleres”, una historia entrañable, que conmueve desde su sencillez y su profundidad. Es la primera película en esta patria futbolera que se centra en el costado menos marketinero del deporte número uno del país. Recorre con detalles emotivos los días finales de un jugador que lejos estuvo de trascender y, mucho menos, de amasar una fortuna de pantalones cortos.

El “Patón” Bonasiolle, un personaje ficticio creado por el guionista y director del largo, Adrián Biniez, es el protagonista de la historia. Se encuentra, a los 35, sin energías para competir con los pibes de 20 que le “comen los talones”. Decide colgar los botines y allí aparecen todos sus tormentos: no tiene estudios, no logró una diferencia económica y no sabe hacer otra cosa que no sea jugar al fútbol. De repente se convirtió en un viejo para la actividad que ama y un joven asustado para encarar el resto de su vida.

El personaje del “Patón” representa la realidad de cientos de miles de jugadores de fútbol que no se prepararon, a lo largo de su carrera, para afrontar el día después. Y en este apartado no solo talla la cuestión económica, profesional o de subsistencia de vida. La problemática abarca algo mucho más complejo. Está latente el miedo a ya no ser importante, a dejar de ser el ídolo para convertirse en pasado de la noche a la mañana, a dejar de sentir ese reconocimiento social (en mayor o menor medida) que alimenta el ego de todo protagonista de un deporte popular.

Y hay algo mucho más potente que todo ello. El temor a no saber qué hacer cuando llega el sábado o el domingo a la tarde y no hay un partido que disputar, ni una arenga que dar, ni un sitio donde descargar ese terremoto de adrenalina que implica jugar 90 minutos profesionalmente.

LO ANIMICO, LO PROFESIONAL Y LO ECONOMICO

“Esto un día se termina muchachos”. La frase solía repetírsela a sus dirigidos Carlos Griguol, un histórico consejero de los futbolistas a los que entrenaba, a los que obligaba a estudiar o desarrollar un oficio de manera paralela a la actividad profesional. El Viejo Maestro, con sus más de 60 años en el fútbol, vio cómo grandes figuras terminaron arrumbadas por no saber para dónde disparar una vez que la pelotita quedó de lado.

Es histórica la famosa anécdota de un jugador de Timoteo que escondía su costoso automóvil cero kilómetro cada vez que iba a Estancia Chica, para que el Viejo no le recriminara la errada inversión: “¿vas a dormir en el baúl del auto?”, solía repetirles el cordobés a los jóvenes que se compraban el coche importado antes que su propio techo.

Una buena porción de los jugadores profesionales o semi-profesionales sigue ligada al mundo del fútbol desde otro costado una vez que se retira. El abanico es amplio y abarca desde la dirección técnica hasta el periodismo deportivo, pasando por la representación de jugadores o la capacitación en el desarrollo de las categorías formativas. Pero el mercado no tiene espacio para todos. Y allí empiezan los problemas. Muchos quedan afuera del sistema y sin un horizonte laboral que perseguir, se producen casos de profunda depresión y no son pocos los que se consumen en poco tiempo el resto económico dejado por los buenos contratos.

“Cuando jugaba tenía todos los fines de semana 40 personas comiendo asados en mi casa, me llamaban los relacionistas públicos para que fuera a los VIP de sus boliches y no pagaba casi en ningún restaurante. Cuando me retiré, desaparecieron los amigos del campeón y me quedé más solo que nunca”, contó más de una vez Esteban “Gallego” González, el ex jugador de Vélez y San Lorenzo, que graficó con una claridad meridiana la problemática que muchos protagonistas atraviesan cuando dejan de salir en la TV y se alejan de los flashes de las cámaras.

Alguna vez Carlos Bilardo mandó a José Sosa, el Chelo Carrusca y José Basanta a talar árboles en City Bell, muy ceca del Country. El Doctor quería que los pibes sintieran el esfuerzo en carne propia. Con seguridad, allí notaron la diferencia entre entrenar con todas las comodidades y estar desmalezando un terreno a hachazo limpio.

El fútbol insume, en muchos casos, la totalidad del tiempo de los jugadores. Por eso, no son pocos los que se encuentran sin un oficio, una profesión o un conocimiento cabal para realizar inversiones. También están los otros casos. Abundan los jugadores que supieron aprovechar las largas concentraciones para terminar la escuela secundaria, estudiar carreras universitarias o para analizar hacia qué lado debían rumbear cuando se acabara la corta trayectoria ligada al fútbol.

“El 5 de Talleres” muestra todo esto en una hora y media. E instala en el mundo del fútbol un tema ante el que muchos prefieren mirar para el costado.