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Victimas de la irresponsabilidad

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Victimas de la irresponsabilidad

6 de Diciembre de 2016 | 00:48

Por

Ezequiel FernAndez Moores

La pelota comenzaba a rodar el sábado pasado en el Camp Nou y, casi simultáneo, en el Arena Condá entraban los 19 ferétros de los jugadores de Chapecoense. Leo Messi, quién sino él, provocaba en Barcelona a los 10 minutos la primera acción de riesgo real. Y en Chapecó entraba al campo el cajón con el cuerpo del arquero Danilo. “Meeeeeessi”, decían en un lado. “Danilo, Danilo”, cantaban en otro. Había sol en Barcelona. Llovía en Chapecó. El Camp Nou era un billar. El Arena Condá un barrial. Más de 90.000 personas colmaban el Camp Nou. Pagaron una media de mil dólares el boleto. Menos de 20.000 fueron al Arena Condá. Decenas y decenas de periodistas en uno y otro lado. Unos cómodos en el Camp Nou, viendo si hubo foul penal de Javier Mascherano en una acción del inicio, o brazo penal de Sergio Ramos en otra. Otros apelando a la ayuda de vecinos voluntarios de Chapecó para que les tradujeran los discursos de los oradores, los cánticos de la gente, las palabras de los familiares. La fiesta de fútbol mundial, el gran clásico Barcelona-Real Madrid, el duelo Messi-Cristiano Ronaldo, convivió el sábado con la tragedia.

El presidente de Brasil, Michel Temer, en problemas cada vez más serios porque acaso pensó que se puede gobernar y ajustar sin los votos de la gente, se salvó de los silbidos. Su última presencia en un estadio, la apertura de los Juegos Olímpicos de Río, fue puro abucheo. Tanto que no fue a la Clausura. Tuvieron que convencerlo para que fuera el sábado a Chapecó. El que sí recibió aplausos fue Tité, el nuevo y exitoso DT de la selección de Brasil. No tantos como la madre de Danilo. “¿Cómo están ustedes que perdieron tantos amigos allá?”, había consolado el viernes la señora Ilaídes Padilha a un periodista que la entrevistaba. Carles Puyol y Clarence Seedorf, exjugadores de Barcelona y Real Madrid, estaban en el Arena Condá, junto con Gianni Infantino, presidente de la FIFA. “Soy chapecoeeense, con mucho orgullo, con mucho amooor”, cantaban algunos, en versión modificada del himno de Brasil. Se leyó un mensaje del Papa, hubo honras militares y agradecimientos a Colombia, donde la ceremonia era televisada. “Homenaje a los héroes en medio de la lluvia”, decía la leyenda de la cadena colombiana RCN y mostraba un cartel en el Arena Condá: “Gracias hermanos colombianos”. Vestido con una camiseta del Atlético Nacional, Luciano Buligon, alcalde de Chapecó, dijo que la lluvia se debía a que “Dios también tiene derecho a llorar”. Citó la presencia del embajador de Colombia. Nueva ovación. Cuatro días antes, Medellín había ofrecido el homenaje más emotivo que acaso pueda recordarse en la historia del fútbol.

A Medellín, cariñosamente apodada “Medallo”, le decían en los años ’90 “Metrallo”. “La ciudad de la eterna primavera” era “La ciudad de la eterna balacera”. Hasta más de seis mil homicidios anuales. Carros-bomba, masacres, magnicidios, carteles, clanes, guerrilla y paramilitarismo. Morían jueces, policías, políticos, sacerdotes y sindicalistas. El 2 de diciembre de 1993 mataron a Pablo Escobar. “El Patrón del mal” era hincha del Deportivo Independiente Medellín (DIM), pero financista y capo del Atlético Nacional, primer campeón colombiano de la Libertadores, cuando cada narco tenía un equipo. Veintitrés años después, Medellín es otra Medellín. Y Atlético Nacional es otro Atlético Nacional. Abrió estadio y corazón para homenajear a Chapecoense, que ese mismo miércoles debía ser su rival en la final de ida de la Copa Sudamericana. Fueron casi cien mil personas al Atanasio Girardot. Vestidos de blanco y con velas. Primero jugadores e hinchas y luego el club pidieron a la Conmebol que diera el título a Chapecoense. “Demagogia”. Tenía que decirlo alguien desde ese fútbol del país que se jacta de no querer perder nunca. Fue Alejandro Nadur, presidente de Huracán. Dio pena. Nacional celebró el domingo su pase a la semifinal de la liga colombiana con todos sus jugadores cantando en el vestuario “Vamos vamos Chape”.

En el Camp Nou, igual que en estadios de Inglaterra, Alemania y Argentina, claro, jugadores de Barcelona y Real Madrid posaron juntos el sábado con el cartel “Fuerza Chape”. Y comenzó el fútbol. Más luchado que jugado. Messi, sin magia, comenzó igualmente como el más lúcido de todos. El gol, cuándo no, fue de Luis Suárez, de cabeza. En el segundo tiempo entró Andrés Iniesta, recuperado tras una lesión, y por fin vimos buen fútbol. Fue un imán para sus compañeros. Barcelona tocó y tocó, como en sus mejores tiempos. Pero lo perdió primero Neymar. Y luego Messi. Y en el descuento, falta tonta de Arda Turam contra Marcelo en un lateral. Centro, resbalón de Javier Mascherano y gol de cabeza de Sergio Ramos. Dos goles de pelota parada. Zinedine Zidane extendió su invicto a 33 partidos. Messi salió con la cabeza gacha. Cristiano Ronaldo feliz. Un día antes, la revista alemana Der Spiegel, acaso una de las mejores del mundo, mostraba a CR7 en su tapa. No para elogiarlo y decir que tal vez ganará nuevamente a Messi en su duelo individual por el Balón de Oro. Sino para contar que, según la filtración de Football Leaks, CR7 habría evadido al fisco 150 millones de euros facturando ingresos publicitarios a través de una sociedad en Irlanda. ¿Por qué sí se investigó con tanto afán y hasta se condenó a Messi, Neymar y Mascherano por delitos similares y no hubo jamás nada contra CR7 si su caso era un rumor más que difundido? El fútbol siempre fue algo más que fútbol. Es dinero, política y poder.

Eso es lo que dice en estas horas la Conmebol. Quedó en el centro de la mira, pese a las varias desmentidas sobre supuestas presiones o sugerencias para que selecciones y equipos de la región volaran a través de LaMia, la compañía creada en Venezuela, de bandera boliviana y que creció de modo explosivo gracias a su cuasimonopolio en el fútbol. Alejandro Domínguez, nuevo presidente paraguayo de la Conmebol, habla de “morbo” y sugiere que las acusaciones son “interesadas”. El exarquero José Luis Chilavert, acaso el crítico más duro, acusa, me dicen fuentes de la Conmebol, porque tiene vínculos con Paco Casal, el empresario uruguayo que busca entrar desde hace años en los mejores negocios de la pelota sudamericana. Y el diario ABC Color y otros medios paraguayos acusan, añaden las fuentes, porque responden a Nicolás Leoz, el presidente desplazado por corrupción, cuando en la Conmebol mandaba también Julio Grondona. Pero ahí está en la web esa “publinota” de la TV de Bolivia, minutos antes del despegue desde Santa Cruz de la Sierra, en la que un oficial de LaMia se declara orgulloso “porque somos la trasportadora oficial de la Copa Sudamericana”.

El desastre, como suele suceder, desnudó otros desastres. La falta de controles, los inspectores que miran a otro lado acaso porque reciben algo, la empresa que siempre quiere gastar menos, aún a costa de vidas. Que vuela con la nafta justa (¿cuántas veces habrá hecho lo mismo y no nos enteramos porque el avión llegaba a tiempo?) y que ni siquiera se anima a decir que le falta combustible ante la inminencia del desastre mayor. Alguien, está claro, deberá pagar por tanta irresponsabilidad.

“Soy chapecoeeense, con mucho orgullo, con mucho amooor”, cantaban algunos, en versión modificada del himno de Brasil

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