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Las palabras también cayeron derrotadas

Por MARCELO ORTALE (*)

2 de Abril de 2007 | 00:00
El gobierno militar argentino pretendió reflejar la guerra de Malvinas con eufemismos y lo primero que hizo, para alcanzar ese objetivo, fue impedir la presencia de periodistas independientes en las islas. El bautismo de aquella prosa anestésica ocurrió el mismo 2 de abril de 1982: allí anunciaron no una invasión a las islas, sino una "recuperación de la soberanía". Es claro que ya recorría el mundo la foto con los soldados británicos manos arriba, detenidos en Puerto Argentino. Las palabras intentaban sonar pacifistas, pero las acciones eran bélicas.

Algún alquimista decidiría después no hablar de muertos. Para el estilo militar no hubo muertos en Malvinas, sino "bajas". Cuando los británicos pusieron pie en tierra isleña, nunca se registró un "desembarco". Estábamos -de acuerdo a la gramática castrense- ante una "cabecera de playa". En la visión de aquellos comunicadores, ni siquiera hubo una guerra en Malvinas. Buscaron un término más tenue: "conflicto austral". Es lógico, el 14 de junio no hablaron de rendición. Se trataba tan sólo de un "cese de fuego".

Pasados ya veinticinco años, no se sabe bien si se estuvo ante un caso de soberbia autista o de ignorancia cabal, acerca de lo que significa el valor de la noticia en el mundo contemporáneo. Lo cierto es que el saldo de aquel fraude informativo se tradujo primero en el desengaño y luego en la indignación, que se desataron incontenibles a partir de la rendición del 14 de junio. Se había desinformado impúdicamente a la población. Sobre una causa noble como la de Malvinas, es claro que resultaba sofocante aquella ilegitimidad de origen del gobierno de facto. Y parecía obvio que no tenían ninguna capacidad posible de sinceramiento. Filosóficamente, estaban como obligados a tomar distancia del objeto y es lo que hicieron.

Pretendieron una guerra sin testigos, que se desarrollara distante de la opinión pública. Lo lograron y resultó un caso inédito a esa altura del siglo XX. Al lugar de la batalla lo bautizaron "teatro de operaciones".

El gobierno militar manejó una jerga subjetiva, basada en inexactitudes y en el ocultamiento de verdades. No existieron palabras ni imágenes testimoniales acerca de lo que realmente ocurría en las islas.

Durante los más de dos meses que duró la guerra sólo estuvieron en Malvinas representantes de la agencia oficial Telam y del canal estatal de TV. Es decir, no hubo allí periodistas independientes sino empleados del gobierno. Los periodistas de los medios independientes -entre ellos los enviados por EL DIA- permanecieron virtualmente confinados en las ciudades patagónicas (Comodoro Rivadavia, Río Gallegos, Ushuaia, la base San Julián y otras). No los dejaron pasar a las islas, a pesar de los insistentes reclamos que formularon.

Los servicios de inteligencia aplicaron una rígida censura, que acotó la tarea cotidiana de la prensa hasta extremos surrealistas. Ni siquiera se podía hablar, en los envíos diarios, sobre el estado del clima en la Patagonia.
LO QUE NO PUDO DECIRSE

Antes de que empezaran los combates, los patagónicos advertían desanimados que la invasión del 2 de abril había interrumpido un largo, progresivo y fructífero proceso de acercamiento entre las islas y la Argentina. Desde hacía más de una década un avión de LADE volaba regularmente entre Malvinas y la Patagonia, en un hecho que le permitía a los kelpers entrar en contacto con el resto del mundo. Además, los productores laneros de Malvinas sabían que sus colegas de la Argentina vendían el kilo de lana a un precio muy superior al que a ellos les reconocía la monopólica factoría isleña.

No pudo informarse que días antes del primer bombardeo inglés (1º de mayo), habían sido internados en el hospital de Comodoro muchos soldados que volvían de las islas con severos trastornos psíquicos y, otros, con pie de trinchera (pie congelado, una enfermedad de la Primera Guerra Mundial). No se permitió advertir que no se había transportado a la isla la artillería pesada. Los cañones permanecieron durante toda la guerra en el continente. Se aplicaron clausuras y duras sanciones a medios y periodistas que intentaron desatar las mordazas impuestas.

Tampoco pudo informarse que no se había aprovechado el mes de abril (antes del desembarco inglés) para prolongar la pista de Puerto Argentino con unas planchadas metálicas que estuvieron depositadas en territorio argentino. Con esa extensión, podrían haber operado en la pista los A4, los Mirage y otros aviones de combate. Ante la ausencia de estos aviones y la falta de artillería, la flota inglesa pudo luego ubicarse muy cerca de las propias costas de las islas y atacar a las tropas argentinas, sin temor a una respuesta.

La censura no permitió "sugerirle" a los ciudadanos argentinos, sobre la naturaleza de las donaciones que realmente hacían falta para conformar el llamado Fondo Patriótico.

Básicamente, faltaron botas de goma (para evitar el pie de trinchera), lubrilina (para destrabar los fusiles afectados por el frío) y motitos de baja cilindrada (para darle movilidad a los soldados, ya que los tanques y otros vehículos se hundían en la turba). En cambio, el Fondo se convirtió en un cambalache: centenares de guitarras y bombos, miles de cartas que nunca llegaron a las trincheras, cuadros de Molina Campos, bizcochuelos de dos o tres metros cuadrados enviados desde Salta, juegos de sapo, metegoles, máquinas fotográficas, etc. Ninguna de esos objetos pasó a las islas.

No se pudo alertar que la Fuerza Aérea se vio obligada a poner en riesgo a sus aviones Hércules C-130 y a sus tripulaciones de siete hombres, volando sobre el mar a baja altura, en condiciones de extremo riesgo, para transportar algunas toneladas de quebracho, ya que las cocinas que llevó el Ejército funcionaban a leña y -se debió saberlo- en Malvinas no hay leña porque no existen árboles.

No pudo mencionarse que los soldados argentinos usaban casco y los ingleses no, porque el viento de las islas se embolsaba en los cascos y causaba fuertes dolores cervicales.

Hubo informaciones -éstas que aquí se dan integran un disminuido inventario- que los propios periodistas argentinos decidieron no divulgar, porque se estaba en guerra y no podía desanimarse al país con noticias negativas.

Pero hubo muchísimas otras que permanecieron rígidamente censuradas, que debieron haber nacido como noticias y que, de haberlas podido transmitir a la opinión pública, hubieran resultado muy valiosas, acaso para evitar tanto caos, tanto inútil dolor y tantas muertes en el bando argentino.

El manejo informativo concluyó con el mayor de los despropósitos: se intentó que el retorno de los soldados pasara desapercibido. Tras un penoso viaje desde el sur, los hicieron volver a medianoche a sus ciudades. Acaso para que la gente no abrazara el heroísmo de aquellos chicos de la guerra. Pero también allí el gobierno militar volvió a equivocarse.



(*) Corresponsal de El DIA, Noticias Argentinas y Diario Popular, a quien se le impidió el ingreso a la zona del conflicto durante la guerra.

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