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Educacion |HISTORIA CON NOMBRE Y APELLIDO

Fausto, el alumno autista que termina la secundaria

Es un ejemplo para los colegios que enfrentan el desafío de recibir en sus aulas a chicos con capacidades diferentesPor CARLOS ALTAVISTA

Fausto, el alumno autista que termina la secundaria

Fausto Celave es autista y está a punto de finalizar el secundario en el Albert Thomas. El rol de sus compañeros y un ejemplo del “ideal” en integración escolar

15 de Abril de 2012 | 00:00

La integración de chicos con capacidades diferentes en escuelas comunes afronta un nuevo desafío. Con la implementación de la secundaria obligatoria, muchos colegios del nivel medio deben comenzar a repensarse para recibir a alumnos que no estaban acostumbrados a tener en sus aulas. Esa empresa -que está claramente especificada en una resolución de la dirección de Educación bonaerense de diciembre de 2011 y en la Ley Nacional de Educación- implica un cambio de mentalidad en directivos, docentes, preceptores, así como la necesidad de contar con equipos de orientación escolar (EOE) con personal idóneo y suficiente para una tarea nada sencilla.

Con mucho desarrollo en el nivel primario pero poco y nada en el secundario, son contados los centros que llevan adelante proyectos institucionales. En la Ciudad hay ejemplos. Uno es el de la ESB N° 8 de 4 y 35. Otro el del industrial Albert Thomas, donde existe un caso emblemático y calificado como ejemplar por numerosas entidades: este año finalizará 6° de la Tecnicatura en Electrónica un joven autista, Fausto Celave, de cuya terapia participan sus propios compañeros. Es una historia que merece ser contada.

El viernes a media mañana la división de Fausto tenía hora libre. Los chicos bajaban las escaleras prestos a tomarse un largo recreo. Pero lo perdieron. Y “con gusto”. ¿Por qué? Porque “tenían” que estar a su lado cuando contase sus vivencias. Acompañarlo como lo vienen haciendo desde hace tiempo. Todos volvieron al aula.

Esta historia podría empezar por el final. Y contar que “cada semana, de dos en dos, los compañeros de Fausto viajan con él a Buenos Aires para compartir su terapia”, contó Mercedes Torbidoni, la madre de un alumno que “es un genio de la informática”, como lo definieron sus amigos, a coro y sin dudar un segundo.

Amigos. Porque no sólo comparten con Fausto la terapia, sino “salidas al cine, reuniones en casa”, acota Mercedes, así como no se pierden un sólo recital de piano, instrumento que aprende a tocar en el Conservatorio Gilardo Gilardi.

“Desde hace más de un año, cuando los chicos empezaron a ir a la terapia con él, tuvo un cambio impresionante. Pasó de sentarse solo en un banco a ser uno más, a hablar con ellos, a hacer y aceptar bromas. Es que el lazo afectivo es fundamental, y eso también se logró por el compromiso de la institución”, resalta Mercedes, abogada y empleada de la Fiscalía de Estado.

“Son buenos, y bastante picarones”, define Fausto a sus compañeros. ¿Por qué picarones? “Les gusta la joda entre ellos”, explica. “Ey, no nos mandés al frente”, le dice Lucas. Todos ríen. Todos juntos.

“LA ESCUELA DEBE ADAPTARSE”

Es que “los chicos son más permeables y se adaptan mejor a un compañero diferente que los adultos. La diferencia le cuesta más al adulto”, afirman, en otro ámbito, la orientadora educacional Mercedes Igea y la orientadora social Gabriela Meriggi, del EOE de la Secundaria 8, donde se ha puesto en marcha un proyecto integrador bajo un concepto muy claro: “No es el alumno quien debe adaptarse a la escuela, nosotros debemos adaptar nuestros medios al alumno”, enfatiza el director Danilo Barreda. “Esta es una tarea artesanal, donde hay que ir avanzando día a día”, definen las profesionales.

Sin saberlo, en el Albert Thomas, Lucas -compañero de Fausto- coincide con las especialistas. “La relación avanzó año tras año. Y desde que empezamos a ir a la terapia el cambio fue muy grande. Pero más que nada, lo que vale es el día a día”, dice el joven. “Las terapistas sacaban un tema para hablar con él y ver cómo nos relacionábamos. Y nos preguntaban mucho sobre cómo fueron las cosas desde 1° año”, acota Fernando sobre los primeros pasos. Pedro recuerda que ni bien empezaron el colegio “era reacio a que nos acerquemos, no prestaba sus cosas. Mucho no entendíamos”, confiesa. “Eramos muy chiquitos, muy inmaduros”, sintetiza Fernando.

“SE BENEFICIA TODO EL GRUPO”

Clic para ampliarLa historia de Fausto Celave, la de su familia -es el menor de 4 hermanos-, es similar a la que han tenido que afrontar y que afrontan miles de familias con un miembro autista, relata la mamá Mercedes. “Un mal diagnóstico cuando era bebé (dijeron que era sordo), golpear mil puertas, consultar con mucha gente, avances y retrocesos”, resume, para detallar los pasos que fueron dando hasta protagonizar un hecho para nada común, como su ingreso a ese gigante de 2.000 alumnos que es el Albert Thomas (por lo general se eligen instituciones pequeñas o especializadas). Tan poco común que “la resolución que me nombró como su acompañante pedagógica no tenía antecedentes en (la dirección de) Educación”, resalta Inés Arca, quien estuvo a su lado durante la primaria y hasta 3° año del secundario. A esa altura, por motivos de desconocimiento de la mujer de la parte técnica, tomó la posta Mauro Miño, estudiante de Ingeniería en Sistemas en la UTN y ex alumno del colegio.

Tras comentar que un compañero de Fausto le dijo “yo no sabía que hablaba” -aunque lo hacía desde los 8 años- recién cuando inició la terapia compartida, Mercedes apunta algunos elementos clave en la integración de su hijo. Luego de aquel diagnóstico erróneo, llegaron a la clínica especializada Fleni. A los 5 años empezó a ir a un jardín que tenía poquitos niños, y después fue a una escuela especial que trataba “un montón de patologías diferentes. Eso fue un retroceso terrible”, destaca. El primer salto cualitativo vino de la mano de la creación de un centro educativo terapéutico en Fleni. Y la integración al sistema común, con su ingreso a la escuela rural de 155 y 90. “El autista se aferra a algo, en su caso fue la bicicleta. Como en el industrial había un taller de la bicicleta, empezamos a traerlo a los 10 años; pasaba allí sus tardes, y así fue conociendo el colegio. Es que anticipar las actividades es fundamental”, realza Mercedes. Hoy, para Fausto, ese “algo” es la electrónica, en las aulas de uno de los colegios más populosos de la Región.

UN COLEGIO QUE HACE PUNTA

En la ESB 8 -el “Vergara”- pusieron en marcha un proyecto de integración de chicos con necesidades educativas especiales. “A algunos los detectan los docentes. Otros llegan desde las escuelas especiales”, explica el director Danilo Barreda, y añade que “con los primeros, a veces ocurre que los padres no informan nada por temor a la discriminación o por haber tenido malas experiencias (rechazos) en otros colegios. Es responsabilidad del profesor darse cuenta y comunicarse con el EOE y con nosotros. Ahí empieza el trabajo personalizado y el contacto con la familia, que es imprescindible”, realza.

“Tras el diagnóstico profesional, se realiza el diagnóstico áulico y se acuerda con el docente cómo adecuar los contenidos al alumno. Se desarrolla así el ‘proyecto pedagógico individual’”, explica y remata: “Un equipo de orientación de jerarquía y comprometido, y la intervención a fondo del preceptor, son claves para el éxito”.

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