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Garajes del horror

20 de Abril de 2014 | 00:00
Garajes del horror

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

afcastab@gmail.com

Las casas guardan terrible secretos. Los más terribles, tal vez. Detrás de cada puerta suele ocultarse un mundo de inconfesable. En altillos, en garajes y en sótanos, el hombre suele guardar lo inexplicable bajo siete llaves. Los estudiosos dicen que el chisme, aunque parezca tonto, suele interpelar estos infiernos.

Dos terribles historias que trascendieron esta semana muestran una vez más las caras de un mundo acostumbrado al morbo y a la indiferencia. En Buenos Aires, a una chica de 15 años, sus tutores la tuvieron 9 años esclavizada a pan y agua, encerrada en un garaje, con un perro y un mono. Pesaba sólo 20 kilos y declaró que le pegaban cuando ella se atrevía a comer las sobras que dejaba el mono, el pensionista estrella de ese infierno.

La otra historia viene de los Estados Unidos. En Utah, una mujer, Megan Huntsman (39 años) mató a seis bebés a los que dio a luz en un período de 10 años. Los puso dentro de cajas de cartón en su garaje. Darren West, esposo de Huntsman, encontró el primer cadáver mientras limpiaba su garaje. Huntsman tiene otras tres hijas, una adolescente y dos adultas jóvenes, quienes vivían en la casa y aparentemente no sabían acerca de los crímenes.

¿Nadie sabía nada? Esas tres hijas que vivían en la casa de Utah, ¿jamás se dieron cuenta de los diez embarazos de la mami? ¿Se puede ser tan distraída? Un parto no es algo fácil de ocultar. ¿Qué hacían ellas mientras la madre parió diez hermanos? Ni se asombraban. ¿Cómo interpretaban los cambios de aspecto? ¿Nada les decía los vaivenes de la panza? Raro que el marido tampoco advirtiera nada. ¿Existen esposos con semejante indiferencia? ¿Tanta perfección puede alcanzar una simuladora?

Algunos de los tutores porteños han declarado que han estado en la casa de ellos y no notaron nada raro. Que se dieron cuenta que el mono estaba gordo y la chica flaca, pero que ni eso los sorprendió. ¿Y qué hacia la justicia, que entregó a esa nena y se desentendió de su suerte? Fue una hermana la que permitió desbaratar esta locura. Empezó a buscarla y terminó salvándola.

Las tres chicas rescatadas hace un año en Ohio se escaparon de su cautiverio porque el monstruo se olvidó la puerta abierta. Al terrible Frtiz, que le hizo siete hijos a su hija, un descuido lo perdió. El raptor de la nena Natasha se olvidó de ponerle llave a la puerta de calle. El azar cada tanto juega a favor de la vida. ¿O estos monstruos, agotados de intimar con la perversión y la impunidad, acaban permitiendo, en una mezcla de alarde y alivio, que su maldad al fin se manifieste?

¿Es posible que el horror adquiera una perfección que lo haga invisible? Evidentemente el espanto necesita cómplices. El mal siempre fue un enigma, pero uno creía que dejaba rastros. Los garajes, como sótanos, son un lugar simbólico. El hombre lleva a sus altillos feroces pensamientos. ¿Y los demás, qué? La falta de curiosidad puede llegar muy lejos. Pero ¿se puede ocultar tanto? ¿Se puede ver tan poco?

Por eso, el hombre, tal como dice un reciente estudio, necesita de su vecindario cada vez más. Robb Willer, profesor adjunto de Sociología en Berkeley, y autor del libro ´Las virtudes del chisme´, descubrió que el cotorreo puede proteger a otros y servir como advertencia. Alguna vez dijimos que, obligadas a la sospecha y al aislamiento, las barriadas han abandonado ese hábito de la vida en las veredas. Hoy el vecindario está tan ocupado en desconfiar que no tiene tiempo para mirar lo que lo rodea. Nadie ve nada, nadie escucha nada. Propusimos entonces un homenaje al poder sociabilizador de la escoba y el cotorreo.

Y hoy más que nunca hay que volver al barrido, no sólo para dejar más coquetas las aceras, sino también porque esa vieja práctica permite el sano intercambio, afianza lazos de amistad, desata la imaginación y –a falta de gendarmes- proporciona, a puro escobazos, aseo, noticias y vigilancia.

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