Jesús vive, ¡Aleluya!

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

La Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesús, no sólo es la fiesta de las fiestas sino que es como la bisagra de la historia humana. Hoy, el cielo y la tierra, lo visible y lo invisible, cantan el “¡Aleluya!”: expresión de alegría que significa “¡Alaben al Señor!”, y es un antiguo grito de alabanza litúrgica heredado del culto israelítico.

Celebramos hoy el hecho central de nuestra fe: que Jesús – tal como proclamamos en la profesión de fe – después de su pasión, crucifixión, muerte y sepultura, resucitó al tercer día.

Con una conciencia clara de que no podemos agotar el contenido de esta fiesta de hoy, que continuamos – como en una sola y única fiesta – durante toda la cincuentena pascual, hasta Pentecostés, consideremos y respondamos a la Palabra de Dios que es proclamada en esta solemne celebración pascual.

El Evangelio nos invita a dejarnos penetrar por la luz de la fe, ante el hecho de que el sepulcro – donde habían sido colocados los despojos mortales de Jesús – estaba vacío. Este hecho desconcertó primeramente a las mujeres y luego a los mismos Apóstoles, quienes después comprendieron la realidad histórica que estaban viviendo y su sentido de Salvación a la luz de las sagradas Escrituras.

El Cuerpo de Jesús, muerto en la Cruz, ya no estaba en el sepulcro, porque había resucitado.

El mismo Jesús a quien habían seguido, era “el Viviente”. Sí, en Jesús había triunfado la Vida y en Él se anticipaba el “Día del Señor”.

¡Jesús es el Vencedor de la muerte!

En efecto, la Pascua nos impulsa a un profundo acto de fe: creemos que Jesús vive.

Creemos que Jesús es nuestro Redentor, es el Salvador de la humanidad, de cada varón y de cada mujer que no lo rechaza.

Creemos que en Jesús tenemos la Vida verdadera.

El Señor Jesús – verdadero Dios y verdadero hombre – resucitó por nosotros. Él es la primicia y la plenitud de una humanidad renovada. Su Vida gloriosa es como un inagotable tesoro, que todos estamos llamados a compartir desde ahora.

Mediante el sacramento del Bautismo – que nos hizo hijos de Dios – la presencia de Jesús se ha compenetrado con nuestro ser y nos da ya ahora, en germen, la gracia de nuestra futura resurrección.

Sin la Resurrección de Jesús no se habrían escrito los Evangelios ni existiría la Iglesia. Los Apóstoles fueron, antes que nada, testigos de la resurrección de Jesús, como proclama la predicación de san Pedro, en una de las lecturas de la Liturgia de este Domingo pascual.

Aquel mismo testimonio, que ha sido como un fuego que ha ido dando calor a las almas de los creyentes hasta el presente, llega a nosotros para mantener encendida la verdadera fe. Por eso nos reunimos cada Domingo, para celebrar el Misterio Pascual de Jesús. Seamos conscientes de que no tenemos otro motivo que recibir el Don de Dios Padre en el Cristo Viviente y transmitir este mensaje a las nuevas generaciones.

Los cristianos no hemos de tener miedo a las dificultades, sean cuales fuesen; y, nuestro deber más sagrado es éste: transmitir la Buena Noticia de que, en Jesús, la Vida ha vencido a la muerte. ¡Si vivimos de acuerdo con nuestra fe, seremos felices!

Por eso, podemos augurar con inmenso gozo: ¡Muy feliz Pascua de Resurrección para todos! ¡Amén! ¡Aleluya!