La mejor oferta

Por LIZ SPETT

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Para cada uno la mejor oferta es diferente. Unos encuentran en el 2x1 en cremas de enjuague para el pelo y curitas que ofrecen las cadenas de farmacias un interesante atractivo. Aunque ya no encuentren espacio en los estantes y anaqueles y pasen a formar parte de los bienes a heredar por sus favorecidos. Ni te cuento cuando la ganga trepa al 3x1.

Otros deciden que el mes de prueba gratis de Netflix es más que conveniente. Existen los que cuando ven el ofertón de películas, en un comercio habilitado para ese fin y en los no habilitados manejados por cuentapropistas callejeros, también las compran.

Es seguro que, respondiendo a la tercera de estas opciones una amiga me regaló “La mejor Oferta” de Giuseppe Tornatore.

Más allá del inquietante encuentro entre un prestigioso tasador de obras de arte y antigüedades y una joven agorafóbica de 27 años, la película construye y deconstruye enigmas todo el tiempo. Hasta el último tramo. Desde cómo funciona y se infla el valor de las piezas hasta cómo se hacen chanchullos para quedarse con ellas.

Presenta al tasador Virgil Oldman - Virgil alude a Virgilio , el que le enseña el camino al Dante en La Divina Comedia y Oldman significa hombre viejo - como un solitario que colecciona, además de retratos de mujeres, guantes. Los usa hasta para tomar una copa o comer. Según parece, el polvo le hace mal.

La muchacha- Claire- que de clara no tiene nada, sí posee en cambio un patrimonio valiosísimo. Y otras singularidades tales como huir de los espacios abiertos y de todo contacto humano. La rica heredera y el tasador están llamados a encontrarse, con dificultades, pero digamos que lo hacen. ¿Lo hacen?

Paralelamente el relato del sentir, pensar y pesar del hombre mayor se desarrolla en el taller de un joven apuesto que trata de reconstruir, con las piezas que le proporciona Oldman, un artefacto de tipo androide. Un autómata, tal como lo hacía en el siglo XVIII – en el siglo de las Luces - , el célebre Vaucanson. El siglo donde la precisión de la maquinaria llegó a su máxima expresión. Este es uno de los puntos más inquietantes del film, tanto como la trama de amor-desamor entre los protagonistas. En la película comprada, nos imaginamos dónde, la portada muestra la cara de Oldman y unas rueditas de engranajes mecánicos que aluden al autómata: el antecedente del robot moderno, si se quiere.

Claire desliza, una vez que el encuentro se ha producido, lo recalco porque tarda un rato largo en llegar, que el lugar donde no ha sentido ese miedo incontenible a los espacios abiertos ha sido Praga. Y ahí me detengo. Porque es esa ciudad de donde surge el mítico relato de la construcción del Golem. Que en definitiva se trata de una personita fabricada de arcilla o barro al que se le insufla una chispa divina y obtiene vida. Un Golem es una extensión de quien lo crea. El tema, menudo gran tema, es que puede insubordinarse. Y ahí no te quiero ver. Las máquinas creadas por los hombres no siempre responden a sus creadores. Cuenta la leyenda en una de sus versiones, que el Golem de Praga enloqueció y empezó a echar pestes contra los que debía proteger.

Borges en el generoso poema que lleva el mismo nombre que el artefacto construido por un rabí dice: “El simulacro alzó los somnolientos párpados y vio formas y colores que no entendió.”.

La película trata básicamente sobre diferentes simulacros. La recomiendo, aunque más no sea para despertar al pequeño Sherlock Holmes que habita en uno. Para referirme al amor citaría otros filmes. Aunque después de todo, el amor es el pequeño gran simulacro inventado por la humanidad.