¿Qué es el pecado?

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

Aunque los adictos al pecado puedan calificar de anacrónico el recordar la gravedad de los daños que ocasiona, no dejará de ser una realidad que se sigue a la misma condición humana. Ninguna persona humana, con excepción de la Santísima Virgen María, es impecable; es decir que todos tenemos una tendencia al pecado.

¿Qué es el pecado? Es el voluntario apartamiento del orden establecido por Dios.

Todo el que comete pecado, hace lo que es contrario a lo dispuesto por Dios; y el pecado es el quebrantamiento de la ley.

Por lo tanto, el pecado puede ser definido como una violación voluntaria de la ley de Dios. Además, puede agregarse que la causa general u origen de todo pecado es el egoísmo o el amor desordenado de sí mismo.

San Agustín afirma que el pecado es “toda palabra, acto o deseo contra la ley de Dios”.

Ahora bien, siendo que el ser humano está llamado a vivir en el amor y, por lo mismo, haciendo siempre el bien, cuando se decide por la comisión del pecado significa que la persona se busca a sí misma de modo desordenado y quiere para sí un aparente bien sensible, que es incompatible con el bien racional.

A través de la Sagrada Escritura queda de manifiesto que el amor desordenado a sí mismo y a las cosas materiales es la raíz de todo pecado y de todo mal en el mundo.

Junto con la causa general de todo pecado, se pueden considerar otras causas tanto internas como externas.

Las causas internas son las heridas que el primer pecado, llamado pecado original, dejó en la naturaleza humana; y las causas externas son los demonios, cuyo oficio propio es el de tentar o entusiasmar a los seres humanos induciéndolos al mal, y las criaturas que – por el desorden que provocó el pecado original – en vez de conducirnos a Dios solemos alejarnos de Él.

En todo pecado hay dos elementos: el alejamiento de Dios y la afección desordenada a las criaturas.

El alejamiento de Dios no se da, propiamente hablando, sino en el pecado mortal, que es el único en el que se realiza en toda su integridad la noción de pecado.

Al violar la ley divina, el pecador percibe que se separa de Dios y, sin embargo, realiza igualmente el pecado. No importa que no tenga la intención directa de ofender a Dios, pues basta que el pecador se de cuenta de que su acción es incompatible con la Voluntad divina y, a pesar de eso, la realiza deliberadamente.

La afección desordenada a las criaturas está en todo pecado, ya que consiste en el gozo ilícito, contra la ley de Dios, de cualquier ser creado.

Casi siempre es esto lo que se busca al pecar, más que ofender a Dios: es decir que la persona queda como deslumbrada por el momentáneo placer que le ofrece el pecado, lo toma como algo bueno y que le conviene, sin reconocer que se trata sólo de un bien aparente que después decepciona. El pecado nunca sacia sino que sólo engaña.

El Evangelio es la revelación, en Jesús, de la Misericordia de Dios para con los pecadores. Beneficiarnos con la Divina Misericordia exige de nosotros el reconocimiento humilde y sincero de nuestros pecados y la confesión de nuestras faltas. “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos” (1 Jn 1, 8-9).