Una vida dedicada a su pasión, el fútbol

ENFOQUE
Por EDUARDO TUCCI

La muerte de Julio Grondona constituye el punto final de una era en el fútbol argentino a partir de haber impuesto durante 35 años un estilo de conducción único y muy particular. Más allá de las polémicas que acompañaron su gestión resulta innegable que supo desenvolverse durante todo este tiempo en un ámbito difícil, plagado de dificultades y de intereses.

Ya nada será igual en la vieja casona de la calle Viamonte desde donde se dirigen los destinos de nuestro deporte más popular. Don Julio había sido reelecto en nueve oportunidades como titular afista, la última en octubre de 2011 en el transcurso de una conflictiva reunión del Comité Ejecutivo. Ese día, al término de las acaloradas deliberaciones había anunciado que este era su último mandato y que en 2015 dejaría para siempre la conducción de la entidad.

Inspirador de una forma de ser confrontativa, creador del famoso slogan “todo pasa”, impuso con un fuerte personalismo una línea de gestión que contó con el apoyo incondicional de cada una de las entidades que conforman las diferentes categorías del fútbol nacional. Tanto que durante más de tres décadas de gobierno enfrentó una sola oposición concreta: fue en 1995 cuando el ex árbitro Teodoro Nitti presentó su candidatura que recibió sólo un voto. Hace tres años Daniel Vila se autoproclamó “presidente de la AFA” pero en pocas horas el intento pasó al olvido absoluto.

Murió dirigiendo la AFA y metiéndose de lleno en todos los temas. En la noche del martes, poco antes de la indisposición que motivara su internación, el dirigente nacido y criado en Avellaneda estuvo abocado junto a otros dirigentes a la sucesión de Alejandro Sabella al frente del Seleccionado. Había dicho antes de dejar el edificio de la Asociación del Fútbol argentino sobre la designación del nuevo entrenador que “Es como cuando uno busca novia, no da nombres” y remató “si no tuviera un nombre en mente no sería presidente de la AFA”.

Sutil, provocador, peleador, así fue Julio Grondona hasta el último día. Siempre igual, desde su comienzo como dirigente deportivo en Arsenal de Sarandí entidad que fundó junto a otras personas en enero de 1957. En 1976 asumió en Independiente y en poco tiempo consiguió consagrarse campeón en dos ocasiones.

Pocos años más tarde, corría el año 1979 y nuestro equipo nacional acababa de coronarse campeón del mundo, fue designado presidente de la Asociación del Fútbol Argentino para encabezar un proceso nunca antes protagonizado por otro dirigente del fútbol criollo: bajo su conducción la Selección participó de nueve mundiales y disputó tres finales (1986, 1990 y 2014), logrando la máxima consagración en México con Carlos Salvador Bilardo (a quien estimaba y respetaba muchísimo) y Diego Armando Maradona como figuras centrales.

“El poder no es mío. Me lo dan. Los demás sienten que tengo el poder y eso es lo que vale” fue una de sus frases de cabecera durante una vida signada por el fútbol.

Grondona representa la figura del muchacho de barrio que llegó a ocupar los principales lugares en la conducción del fútbol de su país y del mundo en una carrera plagada de dificultades y no pocas controversias. Desde 1988 asumió una de las vicepresidencias de la FIFA y el manejo de la Comisión de Finanzas ganándose la confianza de Joao Havelange, primero, y de Joseph Blatter después.

Supo sumar poder desde el mismo día que se sentó en el sillón principal de la AFA. Al principio fue forjando su dominio a través de los clubes de ascenso y poco a poco logró también el apoyo de los clubes más grandes hasta armar una estructura tan sólida que soportó embates de todo tipo.

Grondona protagonizó un ciclo casi sin paralelismos en el fútbol mundial y cubrir el espacio que ha dejado con su fallecimiento llevará tiempo y mucho esfuerzo fundamentalmente por las características del estilo impuesto a su gestión.