¡Sin vergüenza!

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Queridos hermanos y hermanas.

Cada cristiano recibe de Dios, por el ministerio de su Iglesia, todo lo necesario para ser un testigo fiel de la verdad del Evangelio y para vivir con entusiasmo su misión concreta en el mundo; y así, en medio de incomprensiones y sufrimientos, ser un artífice de la civilización del amor.

De modo que todos los cristianos estamos convocados por Dios para que participemos, con decidido coraje, como miembros activos, en la vida de su Iglesia.

Nadie nunca podrá siquiera sospechar que no puede o que no sirve, pues cada uno siempre contará con la asistencia cierta de la ayuda gratuita del Amor de Dios. Y… el Amor de Dios no defrauda.

Sin embargo, Jesús hace una advertencia, o pone una condición, cuando proclama: “El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¡Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles” (Mc 8, 35-38).

"No existe motivo más grave para tener vergüenza que la comisión de algún pecado"

Por lo tanto, quien se llegara a avergonzar de Jesús, de su Evangelio o de su Iglesia, será pasible del repudio divino.

El Apóstol san Pablo, estando prisionero por segunda vez en Roma y poco antes de su martirio, mientras esperaba “ser derramado como una libación”, le escribe a Timoteo dando muestras de entereza y de coraje: “Por eso soporto esta prueba. Pero no me avergüenzo, porque sé en Quien he puesto mi confianza...” (2 Tim 1, 12)

El testimonio de fidelidad a Jesús, profesado por quienes fueron testigos directos de la vida y de la obra de nuestro Divino Salvador, ha engendrado una sucesión ininterrumpida de varones y mujeres valientes – como los que más – que nos permiten ver, con la ayuda de Dios, que siempre es posible tener una vida de fe coherente, sin avergonzarse jamás de los compromisos contraídos.

¿Quién podría ser tan cobarde de avergonzarse de pertenecer a Jesús y a su Iglesia? ¡Además de ser cobarde no sería feliz!

En otro sentido, si por desgracia hubiera algún cristiano que, por su incoherencia con el Evangelio, tuviese vergüenza de sí mismo, eso estaría indicando que está a tiempo para convertirse y volver a Dios con sincera humildad y con el propósito de no recaer en la cobardía.

No existe motivo más grave para tener vergüenza que la comisión de algún pecado.

Todo pecado denigra a la persona, aunque – por el mismo pecado – en muchos casos no se tenga la luz de una conciencia prolija y ordenada.

Oh Dios, ya que siempre tienes compasión de nosotros, porque nos amas infinitamente, te pedimos que nos ayudes siempre para que, iluminados por tu Verdad, repudiemos cualquier pecado y podamos ser valientes en cada momento de nuestra vida.

Señor, Dios nuestro, ayúdanos a vivir como cristianos, pero sin tener jamás vergüenza de la fe que vivimos.