Un triunfo para la historia

ROJAS Y CARRILLO LUCHAN POR LA PELOTA, EN UN PASAJE DEL PARTIDO EN EL ESTADIO CIUDAD DE LA PLATA

ANALISIS
Por MARTIN CABRERA

E studiantes tiene sus títulos, copas y algunas hazañas deportivas. Desde ayer, también tiene en su haber el clásico más apasionante de los últimos años, que algunos hinchas considerarán, a partir de ahora, el más preponderante de todos. Le ganó 1-0 a Gimnasia el partido válido por la Copa Sudamericana, que anoche tuvo su segundo y último capítulo. Por eso avanzó a los octavos de final y, además de semejante alegría para plantel e hinchas, significó el pasaporte a la ilusión de cara al final de año.

Lo ganó el Pincha porque fue mejor a lo largo de los 180 minutos. En el Bosque ya había dejado la sensación de ser más compacto, gracias a individualidades que en el nombre por nombre pesaron más que las de su rival. Anoche, en los primeros 65 minutos fue ampliamente superior.

De arranque se mostró más rápido y predispuesto a buscar el arco de enfrente. Con Joaquín Correa como abanderado, pero con la velocidad de Carlos Auzqui y el desgaste de sus delanteros, le creó no menos de cinco situaciones claras de gol a un rival que tuvo en su arquero Fernando Monetti a la figura por escándalo.

Pudo ser de Román Martínez a poco de comenzado. Debió ser aquel cabezazo que Pablo Vegetti cabeceó para atrás para sorpresa de sus compañeros. Lo tuvo el tucumano con un remate desde el punto del penal que desvió el arquero. Y el propio volante hizo una apilada que terminó con un tiro cruzado que pasó a centímetros del palo.

Pero el gol llegó en el segundo tiempo. Jugada rápida de Correa para Mauricio Rosales. El pibe, uno de los puntos altos del equipo, avanzó por la punta y tiró el centro al segundo palo, que sobrepasó a Monetti y sorprendió a Licht. Allí el uruguayo Diego Vera apareció sin marca para llevarse por delante la pelota y hacer estallar a la multitud.

A partir de ahí empezó otro partido. Gimnasia empezó a jugar con más corazón que fútbol. Mauricio Pellegrino equivocó con los cambios y sin Correa ni Vera perdió la pelota y el control.

Entonces el Lobo lo empezó a arrinconar. Primero fue Walter Bou el que se perdió el empate. A los 32 y 33 hubo dos jugadas clarísimas para el 1-1, primero con el chico Diego Nicolaievsky (le cambió la cara a su equipo) y luego con Barsottini en el segundo palo.

¿Por qué no se animó antes Gimnasia? Será la pregunta para que se formulen sus protagonistas. Con lo mostrado en los últimos 15 minutos quedó claro que debió ser más ambicioso. Apostó por los penales y el riesgo fue alto. Es verdad que un gol hubiese cambiado en 180 grados este comentario y el análisis final. Pero no llegó y en el fútbol, y mucho más en los clásicos, lo único que importa es el resultado.

El final fue a puro nervio y emoción. La presión por defender un resultado ajustado y sus propias limitaciones lo pusieron contra las cuerdas. En ese momento aparecieron los enormes Schunke y Desábato para bancar la parada. Y el corazón de Israel Damonte, que aun con sus desprolijidades fue vital para defender el 1-0. Por eso la explosión del final, con mucha de desahogo y bastante de locura. Estudiantes ganó otro clásico, estiró su deferencia en el historial, ratificó su fortaleza en 25 y 32 y con ese dejo de morbo se regodeó con la eliminación de su rival.

Los dos equipos tuvieron que afrontar un partido que no hubiesen elegido antes del sorteo. No les hizo bien y los desgastó para el torneo local. Pero poco le importará eso ahora a los hinchas de Estudiantes, que anoche tuvieron una alegría tan grande como hacía un tiempo no tenían.