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La Ciudad |LAS DIFICULTADES DE ASISTIR A LOS ANCIANOS

Cuidar a los padres: un desafío complejo que enfrentan las familias

Atender las necesidades de los abuelos no siempre resulta sencillo y puede provocar un desgaste psicofísico

2 de Octubre de 2014 | 00:00
LA AYUDA A LOS MAYORES IMPLICA TIEMPO, ESFUERZO FÍSICO Y PSICOLÓGICO, ADEMÁS DE PREPARACIÓN
LA AYUDA A LOS MAYORES IMPLICA TIEMPO, ESFUERZO FÍSICO Y PSICOLÓGICO, ADEMÁS DE PREPARACIÓN

Hacerse cargo de los padres: cuidarlos, pagarles las cuentas, hacerles las compras, llevarlos al médico, controlar que tomen la medicación y hasta asistirlos en los desplazamientos básicos de su vida cotidiana. Esto es lo que les toca a muchas mujeres y hombres que, de un día para el otro, deben asumir esta responsabilidad. La sola enumeración no alcanza para dimensionar el enorme impacto que esto tiene en la vida de muchas familias: se transforma la rutina, la economía, el humor; prácticamente todo. Se enfrentan desafíos complejos para los que muchas veces los hijos no están preparados a pesar de que esta es una situación normal y previsible de la vida.

Para Mariela, una vecina de Gonnet que prefiere no revelar su identidad, su papá siempre fue su sostén: fue el que la impulsó a independizarse y a aprender a manejar; el que insistió para que empezaran a construir la que ahora es su casa, cuando su marido había perdido el trabajo, para mantenerlos ocupados y proteger los ahorros de la devaluación. Su papá - dice - durante su infancia fue “EL HOMBRE DE LA CASA”. Así, con mayúsculas, porque las mayúsculas son letras más grandes, como para una nena lo es la figura y la palabra del padre.

Con el aumento de la expectativa de vida creció el número de personas que superan los ochenta años. Y aunque esto representa un logro social, también aumentan las probabilidades de padecer enfermedades crónicas o discapacidades que impiden a los adultos mayores realizar por si mismos actividades necesarias para la vida cotidiana: alimentarse, vestirse, usar el baño, levantarse de la cama; y otras más complejas, pero también necesarias, como manejar dinero, trasladarse, usar el teléfono, hacer las compras o preparar las comidas.

CUANDO LOS MAYORES NECESITAN MAS CUIDADOS

Imposibilitados de realizar tareas esenciales para la supervivencia, necesitan asistencia. Pero aunque los hijos deseen ayudar no siempre les resulta sencillo atender a sus padres mayores. Muchas veces para lograrlo deben readaptar sus vidas. Y además de las cuestiones prácticas, deben lidiar con el dolor que provoca ver a sus padres en estados altamente vulnerables.

El padre de Mariela empezó con olvidos tontos y algunas confusiones menores. Ella y su hermana al principio se reían y hasta lo cargaban para restarle importancia. Nadie sospechaba lo que se avecinaba. Él seguía como siempre: con su porte, su amabilidad, su diplomacia, y, muy cada tanto, trastabillaba con alguna palabra. Pero la memoria fue empeorando y el padre se preocupó: por su cuenta y sin mucho alarde comenzó a tratarse. Las hijas sabían, pero todavía no veían ni entendían la gravedad de la situación.

“Para los hijos se hace difícil ver clara esta situación. Primero porque cuesta aceptar que su mamá o su papá no es el de antes: cambia su comportamiento, sus gustos, sus necesidades, su carácter. En lugar de ser fuentes de apoyo y ayuda, ahora son ellos los que necesitan y demandan. Los hijos comienzan a notar que sus padres no realizan las actividades como antes, que sufren olvidos, se cansan mucho, se les dificulta acceder a algunos lugares de la casa”, describe Silvia Gascón, directora de la maestría en Gerontología en la Universidad Isalud.

De no saber dónde dejó la llave, el padre de Mariela pasó a olvidarse toda la recaudación de su negocio en el auto, durante tres días. Y a la memoria se le agregó la dificultad para controlar sus emociones. Le diagnosticaron trastornos cognitivos tipo Alzheimer. “Al principio nosotras no éramos del todo concientes. Nunca pensamos que se podía tratar de una enfermedad de este tipo”, dice Mariela.

La asistencia

La ayuda a los adultos mayores implica tiempo, esfuerzo físico y psicológico. Y también requiere de conocimientos mínimos de cómo cuidar a esta persona. “La tradición familista de Argentina hace que un porcentaje importante considere que es responsabilidad exclusiva de las familias el cuidado de sus padres mayores y se generan sentimientos de culpa cuando no puede realizarse de acuerdo al modelo esperado”, sostiene Gascón.

La incorporación de la mujer al mercado laboral y, muchas veces, el deseo de los mayores de envejecer en sus casas vuelven a esta situación difícil de sobrellevar. Sumado a los altos costos de los geriátricos y de la atención domiciliaria.

A su vez, el aumento de la longevidad y la disminución en el número de hijos crea mayores posibilidades de adultos que necesiten apoyo y menos potenciales cuidadores dentro de las familias. Y entre hermanos - cuando hay - son frecuentes las peleas por la división de tareas y responsabilidades.

En general los adultos con padres dependientes tienen entre 50 y 60 años. Todavía suelen estar atendiendo necesidades de sus hijos y a veces también de sus nietos. Más del 85 por ciento de los cuidadores familiares son mujeres: esposas, hijas, hermanas o nueras. Y justamente por dividir los cuidados entre hijos y padres se las llama “mujeres sándwich”.

Cuando a Mariela se le murió uno de sus dos hijos, su padre empeoró notoriamente. Ella, que estaba con el alma destrozada y con la cabeza en cuidar a su hija chiquita y ayudar a su marido deprimido, no se dio cuenta. Dos años después notó que su padre (que hasta ese momento vivía en pareja) estaba muy flaco y, de a ratos, perdido. Se pidió unos días en la escuela donde daba clases y lo llevó a vivir con ella. El padre aceptó, pero a la semana quiso volver a su casa.

“Con mi hermana nos dimos cuenta de que nos teníamos que hacer cargo de varias cuestiones: su salud, resolver el tema de su negocio y sus problemas de pareja, porque en ese momento estaba mal con su mujer a causa de su enfermedad”, cuenta Mariela. Además de atender los asuntos de su casa, de su hija chiquita (que ahora tiene 11 años), y de su marido, comenzó a encargarse también de su padre.

“Es duro. Al principio yo era más práctica: sin dar muchas vueltas hacía. Pero llegó un punto en el que no sabía qué me pasaba y caí en una tremenda depresión. También sentía culpa porque con lo de mi papá descuidaba a mi nena”, cuenta. En ese momento le dieron una licencia psiquiátrica por siete meses.

En un estudio de la Organización Panamericana de la Salud (2002), el 75 por ciento de los cuidadores familiares encuestados (la mayoría mujeres) dijo “No doy más”, y un porcentaje similar admitió no poder “enfrentar los gastos” que significa sostener a la persona mayor en su casa.

Atención domiciliaria

“La gestión del servicio de cuidados en domicilio suele ser muy difícil y onerosa. No existe en la actualidad un registro confiable de cuidadores formados y acreditados, ni servicios regulados”, dice Gascón. Cuenta que tampoco existen “programas de respiro”, como en otros países, para que los hijos puedan tomarse unos días con la tranquilidad de que sus padres quedan protegidos.

Se llama “burn-out” (estar quemado) al síndrome que padecen la mayoría de los cuidadores: un cuadro de estrés crónico producto de la sobrecarga de exigencias y la presión emocional.

Las cuidadoras domiciliarias cobran entre 45 y 50 pesos la hora, pero cuando son jornadas largas se suele hacer un arreglo especial. Más allá de las cuestiones financieras, para las familias suele resultar complicada la adaptación a la presencia de “un extraño” en la casa. “Aceptan cuando no les queda otra. Y tampoco es fácil encontrar a alguien”, dice Teresita Notto, cuidadora desde hace 10 años y coordinadora del grupo de la red mayor (que intenta ubicar a cada persona un cuidador)

Muchas veces son los pacientes quienes se niegan a recibir asistencia. El papá de Mariela vive con su mujer. Pero los dos son grandes (80 y 81) y aunque a las hijas del hombre le gustaría contratar a una persona para que los atienda y así quedarse más tranquilas, ellos se oponen o aceptan a las cuidadoras sólo por breves períodos de tiempo.

Las co-residencias (vivir con los abuelos) también suelen resultar complicadas para las familias: “No es fácil la convivencia de personas que pertenecen a varias generaciones. Las normas y pautas de abuelos, hijos y nietos suelen ser diferentes. Por lo tanto hay que considerar que el stress y la necesidad de adaptación es mutua”, señala Gascón. Además, si la persona es dependiente probablemente requiera adaptaciones en el hogar, cuidados especiales y cambios en los hábitos de vida. La gerontóloga señala que el modo cómo se haya tomado la decisión y el acuerdo entre todos (también de la persona mayor) es la base para una buena convivencia.

Geriátricos

La opción de los geriátricos tampoco resulta sencilla. Aunque la doctora Pascualina Italia, del geriátrico Amanecer, dice que la internación se presenta cada vez más como una posibilidad que se plantea abiertamente en las familias: “La gente está mas desenvuelta y lo decide con menos trauma. Hay menos tabú con el tema”.

En La Plata existen 61 habilitados y 4 más se encuentran en proceso de habilitación. Los que presentan condiciones aceptables cuestan entre 6.000 y 12.000 pesos.

El problema de la internación se agrava cuando los ancianos padecen de algún tipo de demencia. “En nuestro país hay un gran déficit de geriátricos y de instituciones especializadas para personas con Alzheimer. Habría que formar al personal de salud, que es otro déficit que hay”, dice el doctor Diego Sarasola, presidente de la Fundación para el Desarrollo de las Neurociencias (FUNDANEC) y director del Instituto Luria.

Debido al estrés que provoca la convivencia con un adulto con demencia senil, en FUNDANEC se brinda asistencia terapéutica a los familiares. “La gente que convive con el paciente tiene más riesgos de tener problemas cardiovasculares o intestinales, siempre ligadas al estrés. Cuando la situación se prolonga y los familiares no reciben la asistencia adecuada, estos cuadros pueden terminar en una depresión importante”, explica Sarasola.

El agotamiento de los cuidadores

Se llama “burn-out” (estar quemado) al síndrome que padecen la mayoría de los cuidadores: un cuadro de estrés crónico producto de la sobrecarga de exigencias y la presión emocional. Sarasola cuenta que la culpa es uno de los sentimientos que aparece con frecuencia en estas situaciones y que es uno de los temas recurrentes en las reuniones.

“En los hijos suele darse esta cosa de cómo me voy a sentir así con mi papá que me cuidó toda la vida y ahora tengo que devolverle eso”, explica el especialista, y describe el circuito que normalmente se repite: “El hijo se cansa e incluso se puede enojar con el paciente. Inmediatamente después se siente culpable por haberse enojado. Es un mecanismo bastante complejo de desactivar”.

Los cuidados suelen generar agotamiento, deterioro de la salud psico-física, alteraciones importantes en las familias y de los cuidadores con el mundo externo. En algunos casos hasta puede derivar en el maltrato hacia las personas que dependen de ellos.

“El problema no sólo es el tiempo y el trabajo que implica, sino que también mi viejo era el que me protegía, me cuidaba... y de golpe tener que atenderlo yo a él... eso es duro y cuesta aceptarlo. Pero algunos momentos también se viven con cierta felicidad, como cuando voy y lo afeito. Creo que de alguna manera disfruto de poder retribuirle lo que él hizo por mí”, dice Mariela.

Cuenta que también la relación con el entorno es difícil. “Nos sentimos muy juzgadas por cómo nos manejábamos frente a la situación. Todos opinaban si nos hacíamos cargo o no”, dice, y valora que un tío las haya ayudado a comprender el estado del padre. “Es complicado porque hay que escuchar lo que los otros dicen, pero a la vez tener certeza de lo que uno está haciendo. Hay que mantener un equilibrio”, sostiene. “Lo más difícil es ser padre de tus padres: tener que decirle lo que tiene que hacer o lo que es mejor para él es complicado. A mí me costó mucho imponerme porque mi papá siempre fue un hombre de carácter. Eso cuesta y duele”, reflexiona.

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