Es inadmisible que el fútbol se convierta en una excusa para ejercer la violencia

Una vez más el fútbol fue pretexto para la violencia y, en esta oportunidad, no habrían sido responsables los barrabravas sino los hinchas comunes, en episodios registrados en Rosario el último domingo, que se tradujeron en dos personas muertas y ocho seriamente heridas como resultado de los festejos posteriores al clásico en el que Central le ganó 2-0 a Newell’s.

Los incidentes, ocurridos lejos del estadio en el que se disputó el partido, dejaron sentado que la violencia irracional se apoderó del fútbol y que son muchas las personas que suponen que los antagonismos deportivos pueden dirimirse mediante el uso de armas o apelando a cualquier tipo de agresiones físicas.

Tal como se informó, en uno de los casos, un hombre festejaba el triunfo de Central junto a un grupo de personas y fue baleado desde el interior de un auto cerca de la autopista Rosario-Córdoba. El otro caso fatal fue resultado de un ataque con un cuchillo de un hombre vestido con la camiseta del club centralista a un joven en la zona suroeste de la ciudad. En el primero de esos incidentes, la víctima estaba festejando la victoria centralista y tras el ataque fue llevado a un policlínico cercano para luego ser trasladado al Hospital de Emergencias Clemente Álvarez, donde falleció a los minutos.

Por su parte, el director del hospital de Emergencias de Rosario dijo que ocho personas heridas fueron atendidas por los festejos en distintas partes de la ciudad. Algunas de ellas presentaban contusiones, heridas cortantes y traumatismo de cráneo. Detalló que un grupo permanece internado en observación.

Cabría señalar que, de acuerdo a informes periodísticos publicados en las últimas horas, desde 1985 hasta el domingo pasado se habían registrado cinco muertes e incontables heridos, en incidentes vinculados al clásico rosarino. Aún cuando se conoce que existe una fuerte rivalidad entre las hinchadas de ambos clubes, la violencia no es ni ha sido monopolio de esos enfrentamientos, sino que se viene presentando, especialmente en los últimos años, en cualquier escenario futbolístico del país.

Se conoce que a partir de los hechos registrados ahora en Rosario ha tomado intervención la Justicia santafesina, que ya dispuso las primeras medidas para procurar identificar a los autores de los homicidios y lesiones. Pero está claro que, más allá de la dilucidación judicial en la que debe confiarse, se está frente a una suerte de marea de irracionalidad, de la que surgen toda clase de respuestas violentas, impropias de una cultura que se apoye sobre valores que hacen a una convivencia civilizada.

Es imperioso que las autoridades y la propia sociedad reaccionen frente a la insana costumbre de empañar los festejos con muestras de violencia –tal como también ha ocurrido varias veces en nuestra ciudad, al final de algunos clásicos entre Estudiantes y Gimnasia, con enfrentamientos armados entre grupos de hinchas-, bregando para demarcarle al fútbol los márgenes de racionalidad dentro de los cuales debe desarrollarse.

No se advierte una fórmula más eficaz que la educación -que debe impartirse en todos los ámbitos posibles, a partir de las propias familias y de las escuelas- para que la población comprenda que ningún deporte puede ser excusa para poner en riesgo la vida de ninguna persona. Carece de todo sentido seguir permitiendo que el fútbol se convierta en una actividad peligrosa para la vida, la integridad física y la salud social del país.