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Información General |TESTIMONIOS DETRAS DE UNA TENDENCIA

La marca de ser hijo único

Por cuestiones económicas, desarrollo profesional, o paternidad tardía- principalmente en las clases medias y altas- cada vez más parejas eligen tener un solo hijo. Tres personas, que son hijos únicos desde antes de que ésto se vuelva tendencia, cuentan sus vivencias

25 de Octubre de 2014 | 00:00

Por EZEQUIEL FRANZINO

Si había alguien a quien le tenía bronca cuando era chico este cronista, era a Fernando, el vecino. Tenía los mejores juguetes y sus padres le daban todos los gustos; era hijo único. Tenía una lancha de juguete a control remoto que levantaba 50 km por hora -réplica del offshore de Scioli que Pierini padre había diseñado con sus propias manos para su hijito-. La lancha de quien escribe estas líneas, venía con cable y a duras penas podía moverse a tres metros de los pies. Pero, claro, el vecino no prestaba su lancha. Desde que conocí a Fernando me quedó la idea fija: “los hijos únicos son jodidos”. Niños criados sin jamás disputar quién tiene el control del televisor o discutir con un hermano para ver quién usa la computadora. Criados o, para ser más exactos, malcriados. ¿O no es así? Ahora lo veremos.

Desde el inicio de los tiempos, los hijos únicos cargan con éste estigma: que son jodidos, caprichosos, egoístas, antipáticos, antisociales… pero pareciera que esas cualidades son propias de todos los seres humanos, con la coincidencia de que algunos de éstos simplemente no tuvieron hermanos.

“Los hijos únicos son diferentes al resto en su imposibilidad de repartir y contrastar responsabilidades como hijo”, afirma la psicóloga especialista en asuntos infantiles Pía Grazioso. Para que un niño así, solitario en su reino, exclusivo en sus mandatos, se desarrolle saludablemente, los padres deben ayudarlo a relacionarse con primos y amigos (está claro que los papás de Fernandito no hicieron un gran trabajo en este aspecto).

Fomentar las relaciones y los vínculos, resulta ser una de las principales preocupaciones para Virginia Andrade (37) y Pablo Morales (41) en la crianza de su hija Amanda, de 6 meses: “Nos gustaría que en un futuro asista a actividades en grupo como talleres o actividades culturales”, dice Virginia “que haga lo que a ella le guste pero en relación con sus pares”, afirma.

UNA TENDENCIA QUE CRECE

Virginia Andrade y Pablo Morales se conocieron por Facebook hace 5 años y desde 2010, año en que empezaron a buscarla, sabían que Amanda iba a ser la única heredera: “pensamos en tener un solo hijo sobre todo por nuestra edad”, dice Virginia, diseñadora gráfica, “pero también porque queremos darle lo mejor en cuanto a la calidad de tiempo que podemos brindarle debido a que los dos trabajamos”.

El último censo que se realizó en Argentina (en 2010) es concluyente: cada vez más parejas elijen tener menos cantidad de hijos y los hogares con un solo niño aumentan a pasos agigantados. En La Plata, el promedio es de 2.9 habitantes por hogar.

A la hora de pensar en bajar la persiana después de la llegada del primer hijo, el factor económico suele ser el principal motivo: lo costoso que resulta mantener un bebé, sumado a que en las sociedades actuales no están garantizados los trabajos para toda la vida, resultan determinantes para que las parejas ni amaguen en buscarle el hermanito al primer hijo.

Para la socióloga Mariana Gennuso la poda del árbol genealógico es un fenómeno que se da principalmente entre las clases medias y altas: “no es que los sectores carenciados decidan tener muchos hijos”, dice la socióloga, “muchas veces se ignora la posibilidad de tomar decisiones sobre la salud reproductiva. Es el estado el que debe intervenir para desnaturalizar esa visión”, agrega.

TODA LA RESPONSABILIDAD

Los padres de Federico Valle Oroz (24) eran grandes cuando se conocieron: Abel tenía 39 y pintaba para soltero. Graciela, de 38, se había separado y había sufrido la pérdida de dos hijos. Apenas con unos meses de noviazgo, ella, que sentía que no podía perder el tiempo, expresó su deseo de quedar embarazada: “mi viejo le dijo que sí y así me trajeron al mundo”, dice Federico.

De chico solía pasar tardes enteras mirando televisión o con sus juguetes. Siempre solo. Los padres trabajaban en su restaurante de San Clemente, y en la casa que estaba al fondo del comercio, Federico soñaba con un hermano: “vivía muy lejos del centro”, dice Federico Valle Oroz y recuerda: “a mis amigos le quedaba a trasmano venir a jugar a mi casa, así que jugaba mucho con los perros”.

Federico Valle Oroz -que estudia en La Plata Educación Física- está acostumbrado a que nadie le toque las cosas, y se inquieta cuando su compañero de departamento le usa la PC. Cada vez que viaja a San Clemente a visitar a sus padres, el restaurante y su casa se vuelven un hotel de cinco estrellas. “Mis viejos me ofrecen su cama para dormir y me cocinan mis comidas favoritas”, dice Federico “me están bastante encima, pero como me conocen y saben que no me gusta, tratan de no molestarme”, agrega.

Contra la voluntad de los padres, Federico trabaja desde que tiene 15 años. Aquel día que decidió prescindir del dinero de sus progenitores generó una gran angustia en Abel, su papá: “¿ahora qué hacemos con nuestras vidas?”, se preguntaba el mayor los Valle, “¿para qué trabajamos?”.

Para sacarle esa idea truncada del hermano que no llegó, el padre de Federico suele consolarlo con que toda la herencia en algún futuro quedará para él. A Federico poco le preocupa eso, pero mucho, la eventual partida de sus padres. “A veces me lo imagino”, dice Federico. “Tener que hacer yo solo todos los trámites del sepelio va a ser un garrón”, agrega con la frialdad propia de una cámara frigorífica. En relación al tema, la licenciada Eva Rotemberg dice que es importante no transmitirle al hijo la idea de que será el encargado de cuidar de sus padres en la vejez ni de que tengan que vivir para ellos.

A pesar de la experiencia particular de este chico, para Rotenberg, directora de una Escuela para Padres, el hecho de que los hijos únicos se aburran es parte de una fantasía popular: “un hijo único puede ser muy creativo, ser muy sociable y tener muchos amigos”, dice y sentencia: “un hijo lleno de hermanos puede sentirse no mimado o aburrido”.

LA MALDICION DEL HERMANO

Aylen Dahul (23) era una niña mimada: única hija, primera nieta, toda la familia a disposición. Sus padres se separaron cuando tenía un año y medio y todo parecía indicar que estaba destinada a no tener hermanos. Tras doce años de ser el centro de atención, su padre -que había formado una nueva pareja- le tenía la peor noticia: “Aylen, vas a tener un hermanito”, le dijo unos días antes de que tomara la comunión y ella miró al cielo tratando de entender la maldición que le llegaba desde el más allá.

Desde ese día y durante más de un año le declaró la guerra al padre: dejó de hablarle, pidió expresamente que no asistiera a su comunión y conoció con desinterés al nuevo integrante de la familia casi un mes después de su nacimiento: “no me importó” dice Aylen “no lo sentía como un hermano”.

Pero la sangre tira. Bastó que Nehuen (13) empezara a dar sus primeros pasos y a balbucear sus primeras palabras para que se ganase el cariño de su hermana: “no pude evitar quererlo cuando empezó a crecer”, dice Aylen “junto a mi otro hermano (Dinardo) son lo más para mí”.

Hoy, por diferencias que tiene con la pareja del padre, son contadas las veces que puede visitar a sus hermanos. Esta chica que jura no ser caprichosa ni tener problemas para socializar- esa misma que enfureció cuando supo que iba a tener un hermano- ahora espera que pase el tiempo para poder reencontrarse con ellos: “ ya van a crecer y vamos a poder estar juntos”, dice.

VIVIR CON LA MADRE

Claudio Godoy (47) había dejado su Tres Arroyos natal para venirse a La Plata a estudiar Derecho. Nené, su mamá, quedó sola con los recuerdos de “Claudito”: los cuadernos de la primaria, los chiches, todo… Podría hacer un museo con esa colección que tuvo que dejarle a una prima: “Cuando me vine no podía traerme todo” recuerda Nené (75) y fuma. “Vine de visita hace diez años y me quedé para siempre”, dice Nené y sigue pitando su cigarro.

Sobre la mesa del comedor, también están los cigarrillos de Claudio, que fuma y mucho, pero nunca delante de la madre: “no sé porque no fumo delante de ella”, dice Claudio, “yo le digo que se deje de joder y que fume delante de mío”, remata la madre.

La psicóloga Pía Grazioso piensa que al hijo único le tocará encarnar el ideal de hijo que proyectan los padres. Cuando hay hermanos, esa divergencia entre el hijo ideal con el de carne y hueso se resuelve mejor porque los aspectos que se esperan del sucesor aparecen distribuidos.

Pero es cierto también, que cuando hay hermanos, las madres no están a plena disposición. De esta manera, cuando hay hermanos los padres también se reparten. A Claudio, Nené le plancha las medias y los pañuelos. Le organiza las camisas por color y apenas llega del trabajo le pide que se las saque para poder lavarlas. “Cuando Claudio era chiquito una vez me citó la maestra”, recuerda Nené, “le había llamado la atención lo inmaculado que se presentaba a clase. Nunca llevó el guardapolvos sucio”, dice con orgullo.

Apenas llegó Nené a La Plata, Claudio la incorporó a su círculo de amistades y la invitaba a cada asado que se hacía. Al poco tiempo, la madre advirtió que en presencia de ella, su hijo se comportaba de manera extraña y dejó de ir: “yo sé que Claudio es distinto cuando yo no estoy”, dice la madre de este actor de 47 años que forma parte de “Los impescables”, un grupo de música y humor.

Entre los dos, además de hacerse compañía, comparten varios gustos: la lectura, las plantas -el patio de la casa parece atendido por un jardinero- y sobre todo el amor por los animales. Gastan 150 pesos por día en darle de comer a sus mascotas, y a todos los perros y gatos callejeros que andan por el barrio. Que vaya uno a saber si ellos también sufren el karma de ser hijos únicos.

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