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Revista Domingo |LA IGLESIA DE HOY

Por sus frutos serán conocidos

26 de Octubre de 2014 | 00:00

Escribe Monseñor DR. JOSE LUIS KAUFMANN

Parece que es fácil hablar de los demás, y sobre todo cuando se trata de poner en evidencia lo deslucido, en criticar, juzgar, condenar; porque lo bueno de los otros – que hasta puede ser más significativo que lo malo – no suele ser materia de conversación. Por lo contrario, cuando hay que hacer referencias a uno mismo, a sus cualidades y virtudes, no alcanzan los calificativos de excelencia. Y si se tiene el pudor de no decirlos, quizás se lo piensa mientras se vuelve a juzgar a quienes “no se dan cuenta” y “no nos valoran”.

Sin embargo, salvo excepciones, lo que uno dice de sí mismo no tiene mayor rédito porque está condicionado por sus mismos defectos y pecados. Es decir que la mejor acreditación o “documento de identidad” que cada uno tiene derecho y obligación de exhibir es la propia conducta, el modo de proceder y actuar. Y es ahí cuando suele hacerse presente la hipocresía, porque es entonces cuando se hace como necesario el fingir, ya que la propia vida tiene demasiados baches, sombras y recovecos, y no produce buenos frutos. Jesús hará la denuncia y dirá que los hipócritas: “todo lo hacen para que los vean” (Mt. 23, 1ss), pero aún así permanecerán en su vida estéril.

De esto se desprende que muchas veces los cristianos somos más expertos y ágiles en ver los defectos y pecados ajenos, que creativos y serviciales para ayudar con generosidad a quienes quieren ser mejores.

“No hay árbol bueno que dé frutos malos ni árbol malo que dé frutos buenos”

Cuando proyectamos nuestra agresividad, frustración y falta de amor, estamos produciendo frutos malos. Una vida que se dice cristiana y no produce frutos acordes a la fe, es una mentira más o una vida hipócrita.

Pero Jesús siempre nos ofrece el camino para que, dejando atrás el mal y sus ataduras, nos orientemos hacia la libertad de los hijos de Dios: “No hay árbol bueno que dé frutos malos ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas. El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca”. (Lc. 6, 43-45)

Por lo tanto, son los hechos, los frutos, el modo de hablar y de actuar, lo que pone en evidencia quien es y como es cada persona. Pero ello tiene su germen y está en el corazón de cada uno. Entonces cabe preguntarse cuáles son los criterios y las actitudes de fondo que nos mueven a hacer una cosa u otra. Si lo que llevamos dentro – en el corazón – es “tesoro de bondad”, lo que producirá serán frutos buenos; mientras que si llevamos “tesoro de maldad”, los frutos serán malos.

Otra vez nos encontramos, entonces, con la clave de vida que Jesús enseña a sus seguidores: la manera de entender la existencia y nuestras relaciones interpersonales están identificadas con el Evangelio del Reino de Dios y se opone a la manera acomodaticia, hipócrita y perniciosa que ofrece “el enemigo” y sus seguidores.

“Obras son amores y no buenas razones”. No se trata de hablar ni de venderse por cristiano, sino de ser coherente con el Evangelio y vivir sin hacer roncha, en la verdad, la humildad, la justicia y la caridad. Y esto no es fácil, sino que se necesita la continua ayuda de Dios. ¡Pidámosla con confianza! ¡No nos dejemos engañar! “Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán” (Mt. 7, 20).

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