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“Una obra de Mozart saca de la oscuridad a los excluidos”

Leticia Corral, pianista platense. La influencia de Elisabeth Westerkamp y de la escuela rusa. Sus actuaciones en el Argentino y el Colón. “Hay muchos grandes artistas para tan pocos escenarios”

16 de Noviembre de 2014 | 00:00

Por MARCELO ORTALE

“Muchas veces toco el piano frente a chicos que no tienen ni siquiera zapatillas para venir al concierto. Chicos muy pobres, muy marginales. Siempre hice que se acercaran para escuchar de cerca...Y puedo asegurar que una obra de Mozart saca de la oscuridad a los excluidos...Los chicos se sensibilizan, muchos escuchan con los ojitos cerrados y cuando termina la pieza los abren y los tienen llenos de lágrimas”, dice Leticia Corral, sentada frente a su piano de cola en su casa de City Bell.

No hay vida posible para ella sin un piano cerca. Y un piano sólo no alcanza. Además del Yamaha de concierto, tiene en las otras dependencias dos verticales, de marca Schidmayer, alemanes, de unos cien años de antigüedad, todos bajo la tutela del afinador Carlos Neri. Con esos instrumentos ella enseña a sus alumnos particulares, además de ser docente en la facultad de Bellas Artes de La Plata. La maestra sostiene que hoy la música puede cumplir una trascendente función social.

Es hija del químico e investigador Trotzky Corral (cuyo revolucionario nombre de pila fue impuesto por el abuelo Bernardino Corral, que había peleado por la República en la Guerra Civil española y que vino a la Argentina donde trabajó como periodista en diarios de La Pampa) y de la riojana María Angélica Sandoay, que vive con ella.

Tiene dos hermanos: Marisa Corral, muy conocida como violinista, junto a quien estudió música muchos años y Gastón Corral, violoncelista y docente también de Bellas Artes. “Salimos músicos por influencia de nuestra tía, Leticia Corral, pianista muy conocida que fue mi primera maestra. Ella se había formado con Raúl Spivak, con Antonio De Raco y, sobre todo, con Elisabeth Westerkamp, una genial profesora que tiene cien años, que está un poco olvidada y a la que habría que homenajear”.

De pronto, mientras Leticia habla, germina de sus palabras una deslumbrante tradición pianística. Ocurre que Westerkamp, que aún vive en la ciudad de Buenos Aires, fue alumna de Vicente Scaramuzza, uno de los mayores referentes mundiales de la enseñanza de piano. Scaramuzza, que era de origen calabrés, se formó en Italia, vino a la Argentina y aquí fue profesor y formador de solistas eminentes como Marta Argerich, Enrique Baremboin (padre de Daniel), Bruno Gelber y Marisa Regules, entre muchos otros. “Uno de los que admiraba a Scaramuzza fue el grande de Arturo Rubinstein, que lamentaba no haber podido estudiar con él”.

Leticia Corral ganó en 1990 una beca para estudiar en la entonces URSS, en el Conservatorio Glinka de Dnepropetrovsk y luego en el Tchaicovsky de Moscú

Otros discípulos de Scaramuzza incluyeron a los notables maestros de piano Jorge Garruba, Marta Freigido, Antonio de Raco y Elizabeth Westerkamp, ambos padres de Lyl Tiempo y abuelos de Sergio Tiempo y Karin Lechner. Fueron también discípulos suyos los célebres pianistas y compositores de tango Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, Atilio Stampone y Orlando Goñi.

Pero las palpitaciones se aceleran, al saber que Scaramuzza, formado bajo los principios de la “Escuela Napolitana”, había tenido como maestros en su juventud a Florestano Rossomandi, Alessandro Longo, Beniamino Cesi, este último discípulo de Franz Liszt. Los expertos dicen que de todos éstos, Scaramuzza obtuvo el rasgo esencial de su sistema pianístico, consistente en extraer la máxima sonoridad del instrumento, utilizando de una manera “natural” el cuerpo, evitando todo tipo de tensiones que dificultan la interpretación.

Pero al concluir su adolescencia y luego de haber sido una suerte de niña prodigio ante el teclado, Leticia Corral ganó en 1990 una beca para estudiar en la entonces URSS, en el Conservatorio Glinka de Dnepropetrovsk y luego en el Tchaicovsky de Moscú, donde se graduó como pianista y profesora, completando su estilo con grandes maestros rusos, con quienes estudió durante seis años.

Egresada del Gilardo Gilardi –del que recuerda con especial afecto a la profesora Elsa Carranza- llevó adelante por años un proyecto de interrelación de las artes de música y pintura en el museo Quinquela Martín de la Boca. Ha realizado en los últimos años innumerables presentaciones con orquesta o como solista en el Colón, el Argentino, en diversos escenarios de nuestro país y muchos en Rusia o en países como Alemania, Turquía, Líbano y Siria. En este mes se presentará en el Argentino, con un repertorio que incluirá piezas de Tchaicovsky y Shostakovitz, acompañada por la Orquesta Sinfónica de Tres de Febrero.

¿Qué es el piano para usted, qué significa en su vida?

“Es parte de mi vida, es casi mi propia vida. Forma parte del grupo de mis afectos más profundos. No podría estar nunca sin un piano cerca. Además, el piano me llevó a conocer otras culturas, otros mundos. Me gradué de solista y profesora en Rusia. Después (sonríe al decirlo) volví al país y me dijeron que esos estudios no servían, que no los podía revalidar. Así que hice toda la carrera de vuelta en el Gilardi...Soy dos veces profesora de piano”

¿Cuando usted pasa cerca de un piano qué es lo que siente?

“Cada vez que paso al lado de un piano...no puedo dejar de tocarlo. Me ocurrió en muchas partes, lo veo y me desespero. En un hotel en Europa vi un piano y pedí permiso para tocarlo. Al ratito estaba rodeada de turistas que se alojaban allí y me pedían obras...El piano no me debe nada y yo ahora, como soy docente, le debo varias horas de estudio...”

¿Hay una edad para empezar a estudiar piano? Ya no para ser solista, para defenderse o para disfrutar, no más...

“Se puede perfectamente estudiar piano y a una edad muy avanzada. Tengo una alumna que tiene 82 años, empezó a los 78 y ahora está buscando comprarse un piano de cola...”

¿Qué opina de las orquestas-escuela?

“Me parecen maravillosas, algo excelente. Responden a una nueva concepción que enaltece el valor social de la música. Creo que la música rescata a mucha gente de la exclusión en que vive”

¿Es cierto que los animales aman la música?

“Es absolutamente cierto. En mi caso esta respuesta se fundamenta también en que soy defensora de la causa de los animales, me opongo a todo tipo de explotación de los animales. Yo digo que el verdadero humanismo no nos permite imponer sufrimiento a los animales. Y admiro al filósofo y músico que fue Albert Schweitzer, porque él abrazó esta causa. El sostenía que es nuestro deber en el mundo reconocer que los animales son nuestros semejantes y que, en la medida en que la humanidad no entienda que son nuestros semejantes, no habrá paz”.

La vida de un solista, matizada por éxitos, por aplausos... ¿tiene un costado triste?

“Uno deja la vida en esto...No sé si decir que es triste...es muy aislada. Cuando uno es chico, los compañeros van a las fiestas, nos invitan y uno dice que no, porque prefiere quedarse estudiando. Sí, a veces es muy perverso el padecimiento de los artistas”

¿Qué recuerdos y enseñanzas se trajo de Rusia?

“Maravillosos...Yo estuve durante la perestroika. No había nada de nada de nada...No había comida, ni ropa, ni medicamentos. Desde el punto de vista artístico, allá hay una cultura musical –dominada por la escuela del conocimiento- que es asombrosa. El público ruso sabe música como nadie. Y desde el punto de vista humano, una enorme calidez y hospitalidad. Nosotros estábamos solas con mi hermana, pero nos arroparon realmente. Me han quedado muchos amigos y nos escribimos. Quiero volver alguna vez. Ahora, cuando estaba allá, extrañábamos mucho a nuestro país”

¿Quiénes son sus compositores preferidos?

“Adoro a Bach, porque es la filosofía de la música...A Mozart, también Beethoven y otros...

¿Y los pianistas que más admira?

“Al ruso Sviatoslav Richter...a Frederick Gulda, a Arturo Rubinstein.

¿Le gusta la docencia?

“La amo”

¿El público influye sobre un pianista? ¿O el solista se abstrae en el escenario y está como solo?

“El público influye mucho. Quiero ejemplificar con el caso del público ruso. Para un pianista tocar ante un público ruso representa una exigencia extrema. Ellos conocen mucho de música, saben cómo y por qué un compositor escribió determinadas cosas. Así que hay que esmerarse mucho frente a ellos”

¿Qué es lo que le falta a la música pianística en nuestro país?

“Sigue habiendo maestros muy buenos, hay grandes pedagogos y grandes pianistas. Lo que ocurre es que falta la comunicación, digamos, familiar. Antes en casi todas las casas se cantaba, antes se escuchaba cantar a otro o tocar el piano. Todo eso desapareció hace bastante, reemplazado ahora por el fenómeno tecnológico. Falta la comunicación verbal, el diálogo. Creo que la música nace de esa relación familiar. Ahora bien, lo que faltan son lugares para dar conciertos. Hay muchos grandes artistas para tan pocos escenarios”.

***

Después de terminar la entrevista, Alex Meckert, el fotógrafo, dijo las palabras que el cronista no se hubiera animado a decir: “Maestra, ¿no nos toca algo?”. Ocurre que Leticia Corral esperaba el pedido y aceptó sonriente. Se acomodó frente al teclado, dijo “voy a tocarles una sonata de Scarlatti y después otra de Chopin...”, se concentró unos largos segundos y el chalet de la calle Pellegrini de City Bell, de pronto, se llenó de notas maravillosas. La potente voz del piano inundó todo. Una energía categórica y armoniosa salía de esa pianista ensimismada y obsesiva. Fue demasiado para esos dos pobres periodistas que se quedaron con la boca abierta y sólo atinaron a murmurarle a Leticia Corral “bravo...bravo”, cuando la última nota dejó de vibrar y se apagó la música

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