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Opinión |MIRADA ECONOMICA

La economía de los regalos

21 de Diciembre de 2014 | 00:00
La economía de los regalos

Por MARTIN TETAZ (*)

Twitter @martintetaz

El bóxer rojo imponible se disputa la base del arbolito con un set de pañuelos de esos que usaban nuestros abuelos en el bolsillo trasero del pantalón. Afuera, un ansioso adelanta tres cañitas voladoras precoces que hacen entrar en pánico al más fiero de los perros del barrio.

La vieja, que arrancó con el champagne hace cuatro copas, acomoda la mesa dulce y prepara el brindis que inicia la eterna controversia respecto de quién tiene realmente la hora correcta.

En casas con chicos, hay que esperar a que Papá Noel encuentre un hueco en la agenda y un agujero en la chimenea, pero en los hogares de gente que ya perdió su virginidad en materia de desilusiones, la ceremonia de los regalos prescinde de la pantomima.

Si hubiera una máquina para medir la cantidad de mentiras piadosas que se dicen por minuto, probablemente en los próximos diez rebotaría la aguja una y otra vez contra el máximo, a medida que la gente descubre que el que compró los presentes tomó en forma demasiado literal la idea de que al fin de cuentas lo importante es el simbolismo de dar y recibir.

Es plausible pensar que antropológicamente hablando, los regalos hayan sido una forma primitiva de trueque, cuando la enemistad entre grupos sociales con acceso a fuentes de recursos diferentes, hacía demasiado riesgoso el canje, dando nacimiento a una brecha temporal entre la entrega de una cosa y el retiro de otra, que sólo podía tolerarse con una cuota de confianza, que eventualmente devino en crédito.

La institución no ocurrió en un momento aleatorio de la evolución sino recién cuando el cerebro fue lo suficientemente inteligente para comprender los requisitos de la reciprocidad y, sobre todo, cuando la memoria hubo desarrollado la capacidad de almacenar el registro de las caras junto con las cosas que cambiaban de manos, a los efectos de garantizar el respeto de niveles suficientes de proporcionalidad, a la hora de calcular las cantidades y calidades que hicieran sostenible la ceremonia del regalo a lo largo del tiempo.

OTRAS FUNCIONES DE LOS REGALOS

Según el experto en Economía del Comportamiento Dan Ariely, el regalo no es sólo una forma de truque de naturaleza económica.

Los presentes sirven también para estrechar vínculos y aumentar la conexión con el otro, para lograr que el beneficiado tenga y use algo que consideramos que necesita pero que no se compraría, o directamente para ayudar al receptor a adquirir un bien sin culpa.

A igual valor económico, un buen regalo puede transmitir que conocemos muy bien a la otra persona y que dedicamos tiempo para buscar algo que sabemos que disfrutará, del mismo modo que uno malo comunica distancia y desinterés.

Es verdad que como ha sostenido el autor de Nudge, Cass Sunstein, este objetivo puede verse nublado por el sesgo cognitivo de egocentricidad, que es el culpable de que muchas veces creamos que los otros tienen los mismos gustos que nosotros, y que permite explicar por qué mamá siempre tuvo un gusto tan espantoso para comprarnos ropa cuando éramos chicos, por ejemplo.

Por esta razón y luego de una acumulación importante de caras con sabor a poco, es que en muchos hogares se ha optado por eliminar la incertidumbre regalando directamente un sobre con dinero. Es más; un economista de la Universidad de Yale, Joel Waldfogel, ha calculado que en promedio el valor asignado por la gente a los regalos, es un 20% menor que el costo de adquirirlos, de modo que al menos teóricamente, el mejor obsequio de todos es un cheque, que siempre puede usarse para comprar lo que el que regala hubiera elegido, pero permite cambiarlo instantáneamente.

Muchos coincidirán, sin embargo, en que la monetización de la ofrenda pone la relación en un terreno mercantil que anula buena parte de lo que implica regalar, en tanto actividad que como hemos visto presupone la construcción de un vínculo de confianza y conocimiento mutuo.

Más aún; se pierde la chance de ayudar al otro dándole algo que sabemos que necesita o quiere pero que por distintas razones no se compra.

EL REGALO MAS FELIZ

Los economistas Tim Kasser y Kennon Sheldon demostraron que durante la navidad, las actividades rituales como por ejemplo los regalos y el armado del arbolito, aumentan nuestros niveles de felicidad y satisfacción con las fiestas, pero que la magnitud de la mejora es menor que la que se obtiene con el tiempo que dedicamos al aspecto religioso de la celebración (si somos creyentes) y sobre todo con las horas que compartimos con las personas que queremos.

El desafío, entonces, pasa por conjugar todos estos resultados en un regalo que sintetice una demostración de que conocemos y nos interesa el otro, contribuyendo a pasar más tiempo con aquella persona que buscamos agasajar con el presente.

Ya lo dijimos antes; las investigaciones en psicología cognitiva prueban que las experiencias nos hacen más felices que las cosas materiales y si elegimos la correcta matamos varios pájaros de un tiro, porque demostramos que conocemos y queremos al otro, compartiendo más tiempo a su lado

En mis cuarenta años he sabido de navidades tristes y felices. Nunca, jamás, la variable que modulaba mi ánimo tuvo que ver con lo que había debajo del arbolito. Casi siempre estuvo alrededor de la mesa. Algunas veces faltó.


(*) El autor es economista, profesor de la UNLP y la UNNoBA, investigador del Instituto de Integración Latinoamericana (IIL) e investigador visitante del Centro de Estudios Distributivos Laborales y Sociales (CEDLAS)

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