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Séptimo Día |LITERARIAS

Pola Kinski: Klaus Kinski Historia de un abuso

La actriz Pola Kinski, hija mayor de Klaus Kinski, el célebre y controvertido actor alemán fetiche del director Werner Herzog, escribió Nunca lo digas a nadie , una autobiografía donde denuncia luego de 40 años cómo su padre abusó sexualmente de ella entre los 5 y los 19 años, relato que escandalizó a toda Alemania y que ahora llega en su edición en español a la Argentina

1 de Febrero de 2015 | 00:00

Publicado por el sello español Circe, Kindermund (Boca infantil), tal es su título original, es el relato en primera persona de Pola Kinski (Berlín, 1952), una niña que vivió su existencia dividida: por un lado, el hogar frío y hostil en Munich junto a su madre y su nuevo marido y, por otro, el desmesurado mundo de su padre, un exitoso actor que se movía entre Berlín, Madrid y Roma tratándola como una pequeña princesa, “un angelito”, de quien abusó sexualmente durante 14 años.

Escrito de forma cronológica, Nunca lo digas a nadie es la trágica niñez y adolescencia de Pola que relata con ojos de pequeña -mezcla de ingenuidad, culpa y angustia- los cada vez más incesantes abusos de su padre.

La primera vez, cuenta Pola, ella tenía puesto su vestido de comunión. “Exhala su aliento caliente sobre mi piel, tira de mí para tumbarme en la cama. Tirito de frío y tengo miedo. Intento escabullirme, pero él me sujeta con fuerza. Siento su lengua dura en los pechos, en el vientre, luego me separa los muslos con la cabeza (...)”, relata en lo que será una de las tantas escenas que se repetirán a lo largo del libro.

Los abusos se daban en diferentes lugares y, al concluir, ella -una niña atónita y fuera de sí- se dejaba arrastrar por los recovecos oscuros y fantasiosos de su mente infantil y pensaba: “Tengo el cuerpo entumecido; estoy muerta”.

Violento, iracundo, desbocado e intratable, Kinski era también Babbo, como lo llamaba ella, un padre que le brindó un universo lleno de lujos y regalos: “Te compraré el mundo entero”, le prometía; él anunciaba un reinado donde ella, “mi princesa, mi muñequita, mi angelito” era la única privilegiada.

“A todo niño le gustaría querer a su padre”, escribe Pola anhelando una realidad esquiva, al tiempo que callaba estoicamente las violaciones. Pero, en su relato de confusión infantil, logra recrear el “asco” y la “repugnancia” del incesto que no puede esclarecer como tal. La adulta recuerda vívidamente a esa niña que corre a vomitar tras la violación porque de alguna manera “tengo que sacarme la culpa vomitando”, cuenta.

PATOLOGIA

El libro evidencia un informe psiquiátrico de 1950 que diagnostica al actor, de 24 años, con “psicopatía” y, según Pola, “daba por supuesto que podía saltarse cualquier norma” social o moral, incluso a costa de la salud de su propia hija.

De hecho, tal como describe, Kinski -retratado fielmente como un monstruo desquiciado- le murmuraba al oído mientras la tocaba y besaba: “Todos hacen esto con sus hijas, en todo el mundo” o argumentos silenciadores como “Acá en Italia, en todo el mundo, esto es completamente normal. ¡Solo en Alemania, que son todos burgueses, se quejan por tonterías!”.

A los 19 años, Pola logra escapar tras tocar fondo: su padre la insta a comprar preservativos que usaría con ella. “Yo he tenido que comprar esta misma noche los condones para mi propia violación (...) un ataque de escalofríos me convulsiona todo el cuerpo. No puedo hacer nada por evitarlo. Tengo que irme de allí enseguida”.

El miedo cerval la persigue, siente que su padre, como un demonio furioso, está detrás y nuevamente vomita como metáfora del asco y de la necesidad de sacarlo: “no puedo permitir que quede adherido a mí, que se funda conmigo”, escribe. Finalmente, llega a la casa materna y, luego de 14 años, cuenta su verdad en medio de ataques de pánico y desconsuelo.

A LA LUZ

Tras las insistencias de su padre para volver a verse, Pola se quiebra para siempre y le escribe una última carta que nunca recibirá respuesta: “Estoy muy mal. Destrozada. Sólo me reuniré contigo como hija, no como objeto sexual. No volverás a tocarme. ¡Jamás!”. Ella, con el tiempo, logra hacerse un camino propio como actriz y dejan de verse.

Este relato profundo se publicó hace un año en Alemania y desató una verdadera conmoción. Es que esta revelación pública sobre el protagonista de clásicos como “Fitzcarraldo” y “Aguirre, la ira de Dios” salió a la luz a 21 años de la muerte del actor en California y a más de 40 desde que terminaron los abusos.

“No se trata de si Kinski hizo esto o lo otro; yo quería mostrar las consecuencias de un crimen así­, cuántas heridas abre”, dijo Pola en la televisión alemana y agregó que el final del maltrato fue “el principio de otra tortura” de culpabilidad, rabia y largas terapias.

De hecho, según narra en su historia, cuando su madre la llama para informarle la noticia de la muerte de su padre, Pola, sin inmutarse, piensa “una piel se desprende de mí (...) emprendo el camino en busca de mi alma”.

El libro es un exorcismo de la actriz que, en lenguaje llano y sin estridencias, retrata a un verdadero monstruo y desgrana -y desangra- sus vivencias junto al hombre que la torturó durante catorce años y a quien, paradójicamente, no podía dejar de amar: su propio padre.

Klaus Kinski fue célebre por protagonizar famosas películas bajo la mirada de Herzog, pero también escribió en 1975 un inquietante libro llamado “Ansío salvajemente tu boca de fresa”, donde relataba experiencias sexuales con una menor de edad.

Cuando apareció Nunca lo digas a nadie, los hermanastros de Pola se solidarizaron. Nastassja escribió una carta de apoyo en la que acusa a su padre de “maltratador” y denuncia que “también lo intentó” con ella, mientras que Nikolai, también actor, expresó su vergüenza y “respaldo absoluto” a Pola.

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