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Bruselas, sede de las autoridades de la Unión Europea (UE), es el ámbito al que se dirigen todas las miradas cuando los naufragios en el Mediterráneo sacuden la conciencia de los europeos. Lo paradójico es que el bloque tiene identidad conjunta pero carece de política común en fronteras y migraciones.
Esa debilidad y el hecho de que la inmigración constituya un asunto espinoso para la mayoría de los gobernantes, aterrados por los réditos que obtienen los partidos populistas en este terreno, ensombrecen la actuación europea. Los gobernantes exigen respuestas a las instituciones comunitarias, pero cuando la Comisión Europea -brazo ejecutivo de la UE- plantea propuestas las rechazan por demasiado ambiciosas.
Entre los obstáculos para lograr una adecuada respuesta al desafío de la inmigración están las marcadas diferencias entre el norte y el sur del bloque comunitario. De hecho, el sur (Italia, Malta, España, Grecia, Bulgaria y otros países con frontera exterior de la UE) subrayan, no sin razón, que la mayoría de los indocumentados llegan a esos Estados y que gestionar esos flujos supone una enorme presión. El norte (Suecia, Alemania, Francia y Bélgica) lo admite, pero se queja de que recibe la mayor parte de las demandas de asilo presentadas en la UE. Por caso, esos inmigrantes pueden llegar a Malta pero luego, si no son repatriados, viajarán a otros países europeos y pedirán estatus de refugiado en los Estados con un sistema de asilo más benévolo (si logran llegar al norte). En ese marco, el eje del norte pide al del sur mayor disposición a recibir a los inmigrantes y el del sur reprocha a sus vecinos vivir ajeno al drama de los naufragios.
Otro problema para resolver el tema, según expertos, es la crisis económica y el resquemor europeo a abrir la puerta a los flujos migratorios, en el marco de una gran precariedad laboral en buena parte del territorio comunitario. Por otro lado, la UE siempre es el primer cooperante económico cuando hay conflictos regionales en la zona (Siria y Libia, pero también en Palestina y en países africanos), pero le cuesta traducir esa contribución en influencia política y de gestión, algo que los analistas califican de preocupante debilidad.
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