¿Hasta dónde llegarán las esquirlas del FIFA Gate?

El 27 de mayo de 2015 (el 27M, para usar la fórmula con la que se designan ahora las fechas trascendentes), quizá marque en el fútbol internacional un antes y un después. Eso es -al menos- lo que creen, de manera casi unánime, los actores del fútbol que analizan por estas horas las secuelas del escándalo.

Hay coincidencia en que la investigación que lleva adelante la fiscal Loretta Lynch terminará con una forma de manejar el fútbol. Más allá de las responsabilidades concretas e individuales por la intrincada trama de sobornos, chantaje y lavado de dinero, hay consenso en que el escándalo traza una raya que, inexorablemente, jubilará a toda una generación de dirigentes y pasará a retiro una forma de ejercer el poder en las asociaciones nacionales e internacionales que rigen los campeonatos de fútbol.

UNA ONG SIN FINES DE LUCRO

La FIFA, como se ha dicho muchas veces, es una de las mayores y más poderosas multinacionales del mundo. En los últimos cuarenta años, sin embargo, ha estado conducida por dos hombres: Joao Havelange y, desde 1998, Joseph Blatter. Nadie sabe exactamente cuáles son los ingresos de esta Federación ni cuánto cobran sus ejecutivos. No tienen supervisión estatal ni tampoco están sometidos a los estrictos controles que regulan a las grandes empresas. La FIFA está inscripta en Zurich como una “organización no gubernamental sin ánimo de lucro”. Y bajo ese paraguas de ONG, su economía se mueve en un terreno “sui generis” en el que las fiscalizaciones y regulaciones dejan grandes agujeros negros.

Para ser una entidad “sin fines de lucro”, ha sido bastante hábil en generar ganancias y alimentar una impresionante red de negocios a escala global. En 2014 la FIFA tuvo ingresos declarados por casi 2.100 millones de dólares.

Havelange se fue de la presidencia de la entidad con graves cargos de corrupción. Lo encontraron culpable de haber cobrado sobornos millonarios pero nunca tuvo castigo judicial. A cambio de una multa de 5 millones de euros, el caso quedó archivado.

El escándalo que ha estallado ahora parece confirmar, sin embargo, que con Havelange no se fue la corrupción de la FIFA.

La fiscal Lynch lo ha descripto como un sistema profundamente enraizado en el funcionamiento de la FIFA. Y está convencida, tras una acumulación de pruebas que se hizo durante los últimos tres años, que el engranaje de sobornos y chantaje funcionaba de una manera aceitada y constante, al menos desde 1991.

Todo en el fútbol es un negocio. La televisación, los pases de jugadores, el marketing, los patrocinadores, las entradas... y la lista sigue. Es, además, un negocio que mueve miles de millones de dólares en todo el mundo y en el que se juegan, por lo tanto, enormes y complejos intereses.

Todo está teñido de sospechas.

Lo que se preguntan ahora muchos analistas es cómo se empezará a desarmar esta enorme madeja de corrupción que, evidentemente, ha funcionado durante décadas hasta convertirse en la “regla del negocio”.

LA RENOVACION

Blatter se aferra al poder como un náufrago en medio de la tormenta. Quizá intuya que fuera de la FIFA su situación se volvería aún más vulnerable. Por ahora, la Justicia norteamericana no lo ha involucrado en el escándalo y eso le ha dado la mínima cuota de oxígeno para intentar hoy una nueva reelección. Sin embargo, es innegable que el escándalo lo golpea y lo debilita mucho. ¿Podrá sostenerse al frente de la FIFA alguien que, en definitiva, representa un sistema de poder que nunca ha quedado tan cuestionado como ahora? Esta es, en definitiva, la pregunta que también se ha instalado en las estructuras nacionales del fútbol, como la AFA.

Se intuye que la magnitud de este escándalo colosal tendrá consecuencias en todo el fútbol internacional y obligará a cambiar las reglas del negocio. ¿Lo pueden hacer los mismos? Parecería que no.