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Mariano Spezzapria
@mnspezzapria
Un cambio forzado e insuficiente. Así definieron ayer en distintos sectores políticos y sindicales la modificación que implementará el Gobierno en la escala del impuesto a las Ganancias.
En la Casa Rosada, en tanto, evaluaron que se trató de un gesto de la Presidenta para aliviar las tensiones entre gremios y empresas en medio de la ronda de negociaciones paritarias.
Pese a que resultaban contrapuestas, ambas definiciones contaban con una dosis de razón, pero a la vez no permitían explicar los motivos de fondo por los cuales Cristina Fernández de Kirchner envió a su ministro Kicillof a hacer el anuncio.
A esta altura de los acontecimientos, ya es innecesario aludir al manejo de los tiempos y al elemento sorpresa como una herramienta política.
Aunque lo que sí importa en esta ocasión, es considerar las posibles respuestas a una pregunta simple: ¿Por qué ahora?
Sobre todo, porque el Gobierno había emitido múltiples señales de que estaba dispuesto a pagar el costo político de mantener un impuesto tan impopular como efectivo en materia de recaudación, apelando a un discurso con el que se siente cómodo.
Esto es, decir que con el dinero que el Estado le quita a los trabajadores mejor pagos de la Argentina, financia planes sociales para los sectores más desprotegidos de la sociedad.
Pero el sentido de la oportunidad aplicado por el tándem Cristina-Kicillof tiene una explicación más certera, relacionada con los alineamientos sindicales de cara a las próximas elecciones.
Como ya publicó EL DIA, hubo algunos movimientos de los jerarcas gremiales peronistas que resultaron sintomáticos y preocuparon a la Casa Rosada.
Por caso, la reunión entre los estratégicos sindicatos del transporte y Mauricio Macri.
También la inocultable participación de los gremios en la movilización previa al acto de Sergio Massa en la cancha de Vélez.
La Presidenta también anotó otras jugadas sindicales dentro del propio espacio oficialista, que no la tuvieron como beneficiaria a ella sino a Daniel Scioli.
Así fueron interpretados sendos pronunciamientos en favor del proyecto presidencial del Gobernador, que hicieron Antonio Caló (UOM) y Gerardo Martínez (Uocra).
El mismo camino recorrió Pignanelli (Smata).
Esas definiciones fortalecieron a Scioli dentro del oficialismo, tal vez de forma prematura para el interés de la jefa de Estado, que espera conservar el poder interno todo el tiempo que le sea posible aún a costa de la postergación de los candidatos del Frente para la Victoria.
De esa manera, aspira a convertirse en la “gran electora” a la hora clave del armado de las listas.
Ante los gestos desafiantes de los sindicalistas, especialmente de los afines al propio Gobierno –Caló acaba de ratificar un paro de 36 horas entre mañana y el jueves en medio de las negociaciones salariales-, la Presidenta también ordenó a Kicillof que dispara algunas críticas contra los gremios, algo que el ministro hizo sin chistar porque no tiene origen peronista.
A tal punto, que terminó siendo hiriente: dijo que los trabajadores pagan más en concepto de cuota sindical que de impuesto a las Ganancias.
La repentina enemistad entre Kicillof y los gremios justicialistas no es un dato político menor, en momentos en que el ministro de Economía es mencionado como un posible compañero de fórmula de Scioli o de Randazzo.
Por afuera de las alquimias kirchneristas, la CGT que conduce Hugo Moyano se reunirá el miércoles 12 de mayo para analizar una nueva medida de fuerza, aunque tras el gesto del Gobierno con el impuesto a las Ganancias podría convocar a una movilización en lugar de un paro.
Antes, los gremios del transporte aguardan una audiencia con la propia Presidenta.
Aunque será realmente difícil que Cristina Kirchner los reciba, tras la fotografía que los retrató compartiendo un asado con Macri en un conocido quincho sindical.
Además, en la Casa Rosada rastrearon otros encuentros del alcalde porteño con jerarcas gremiales, quienes acostumbran a poner “un huevo en cada canasta” cuando hay elecciones cuyo resultado no está cantado.
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