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Espectáculos |El antiheroe del rock and roll

Sexo, drogas y hemodiálisis: los mitos de Keith Richards

Tras una vida de excesos y escándalos, al guitarrista lo precede su fama. Pero él reniega de ese personaje: “¡Hace 30 años dejé las drogas!”, grita para quien quiera creerle. Mitos y verdades de un ícono

10 de Febrero de 2016 | 02:17

Durante un momento en el show que presentaron los Stones en La Plata y Santiago de Chile, que tendrá dos nuevas funciones en nuestra ciudad (quizás las últimas de su historia en Argentina), Mick Jagger deja el escenario para descansar y retocar su look y pasa al comando uno de los Stones más amados, Keith Richards: una especie de guiño al pirata que, tras años de rumores sobre la mala relación entre los dos hombres más importantes de los Rolling Stones (fundadores y amigos de la juventud), dejó entrever en su autobiografía, “Vida”, que el divismo de Jagger había agotado su paciencia.

En la obra, esencial para cualquiera que se precie “stone”, el Richards abuelo, menos salvaje y alejado de las drogas hace tres décadas, según el mismo cuenta, revela algunos de los mitos que rodean a la encarnación del sexo, la droga y el rock and roll, aunque desmitifica también algunas de las historias.

Descarnada, no llega sin embargo al grado de exposición que consiguiera en 1979 un tal Tony Sanchez, que supo ser “dealer” y guardaespaldas de Richards y, en una prosa desordenada y moralista, destroza a la leyenda en “Yo fui el camello de Keith Richards”: historias de violencia, drogas, sobornos a la policía y coqueteos con la muerte que parecen ficción pero que el propio Richards admite como “esencialmente ciertas”.

De aquellos días salvajes, Richards acepta que ha tenido que cambiar, en parte por amor a su familia, en parte por necesidad. Pero sigue resultando increíble su supervivencia: sobre todo tras conocer las profundidades que buceó Richards.

DIAS DE EXCESOS

Porque antes de su recuperación, Keith, que siempre se preció de ser un “drogadicto responsable” que controla de la situación, estuvo muy cerca de morir de sus adicciones. Varias veces. En los desquiciados 70, por ejemplo, le pusieron estricnina en la marihuana y entró en un estado comatoso donde podía escuchar y ver todo, pero no moverse. “¡Está muerto!”, decían todos, y Richards sólo podía pensar “¡no estoy muerto carajo!”.

Richards llegó a pasar nueve días consecutivos despierto, ayudado por la cocaína, tras los cuales se resbaló y entonces “todo se volvió una cortina de sangre”; y reveló que durante aquellos años locos no dormía más que un par de horas por semana: en aquellas noches blancas, sin embargo, compuso “Satisfaction”.

Keith también incendió en dos ocasiones su casa por desmayarse del exceso de sustancias con su característico cigarro colgando de los labios. A tal punto llegaron sus adicciones en aquella década que los medios reportaron que viajó a Suiza para realizarse una transfusión de sangre, ya que su cuerpo no podía resistir con la sangre tan intoxicada. La verdad no es tan lejana: en 1973 Richards se sometió a un tratamiento de hemodiálisis para filtrar las sustancias tóxicas que inundaban su cuerpo.

LAS HISTORIAS DE TONY

Los Stones estaban en ese momento la cúspide de la gloria y vivían de gira. Y, según revela su “dealer”, Tony Sanchez, el guitarrista estaba fuera de control. Sanchez era mucho más que un facilitador: cuidaba sus residencias y, sobre todo, apaciguaba a sus mujeres y negociaba con policías corruptos para ocultar pruebas y evitar escándalos. Richards le ordenaba venganzas que incluían golpizas y hasta asesinatos, pero Sanchez dice que, simplemente, esperaba a que la furia de su empleador se disipe. También solía aceptar los cargos las múltiples oportunidades en que Keith, pésimo conductor y siempre bajo los efectos de alguna sustancia, chocaba con su auto y se evaporaba de la escena.

El relato de Sanchez demoniza a un Richards que ha aceptado que todas aquellas anécdotas son, sin embargo, ciertas: y eso que el libro construye una ligazón entre la lista de fallecidos entre el séquito stoniano y la asociación de los fallecidos con un intoxicado y tóxico Keith, que llega a utilizar los juguetes de su hijo para contrabandear drogas.

ENEMIGO INTIMO

En aquellos días habrían comenzado los problemas con el más profesional Jagger, a quien, en su biografía, Richards, emblema del rock and roll como forma de vida, acusa de “venderse”. En “Vida”, Keith llama a Jagger “Brenda” o “Su Majestad”, y lo presenta como una pretenciosa estrella que considera al resto de la banda como sus empleados.

“Es casi como si Mick aspirara a ser Mick Jagger, cazando su propio fantasma. Y ayudándose de expertos en diseño para ello…”, escribe, cínico. De todos modos, Richards acepta que su amigo de la juventud, con quien todo comenzó, es todavía su “hermano” y siempre contará con su apoyo.

CENIZAS

Uno de los mitos más conocidos sobre Richards es que en una de sus noches de locura, el guitarrista habría mezclado las cenizas de su padre con cocaína y se las habría inhalado. Pero Richards desmiente la historia... parcialmente. Dice que lleva 30 años sin tocar sustancias tóxicas y cuenta lo sucedido en su autobiografía: “La realidad es que después de seis años de tener las cenizas de mi padre en una caja negra, porque no tenía el valor de esparcirlas a los cuatro vientos, finalmente planté un roble inglés para depositarlas ahí. Así que mientras abría la tapa de la caja, un poco de las cenizas volaron hacia la mesa. No podía sacudirlas así nada más, así que las junté con mi dedo y me inhalé los residuos. Polvo eres y al polvo volverás, de padre a hijo”.

DESECHOS NUCLEARES

Por supuesto, tantos excesos dejaron huellas en el organismo de Richards, un hombre que ha vivido y bebido para varias vidas. De hecho, su cuerpo, afirma, ya no tolera el whisky, y acepta entre risas que el brandy casi lo mata. Para satisfacer su sed primitiva, Keith prefiere mezclar en estos días dos onzas de vodka premium, una onza de refresco de naranja y jugo de arándano y mucho hielo: lo llama “Nuclear Waste”, “desecho nuclear”, por su color...

KEITH, EL ABUELO

La muerte y la familia, sin embargo, enderezaron a Richards en sus rumbos: todavía una de las presencias más corrosivas del rock, el guitarrista entendió que el final, de seguir por el camino del exceso, estaría cerca.

“Pude desintoxicarme de la heroína pero no de la música. Una nota lleva a la otra y nunca sabes bien qué va a seguir, y no quieres saber. Es como caminar en una bellísima cuerda floja”, afirma hoy el Stone.

Atrás dejó el amor tóxico que protagonizó con Anita Pallenberg: “Keef” es abuelo y parece haber encontrado la estabilidad con Patti Hansen. E, incluso, está enojado con el personaje que forjó. “La gente piensa que aún soy un maldito ‘junkie’. ¡Hace 30 años que dejé las drogas!”, grita, y reflexiona: “Tu personaje es como un grillete y una bola de acero. Es imposible no acabar siendo un parodia de lo que creías que eras”.

“Yo fui el camello de Keith Richards”, de Tony Sanchez

Ed. Contra

“Vida”, de Keith Richards

Ed. Península

Dos libros para explorar el mito

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