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Información General |Estudiantes que no llegan a recibirse

Casi doctor: abandonar a un paso del título

En la Universidad Nacional de La Plata hay miles de alumnos que llegan hasta el tramo final de su carrera pero después de tanto esfuerzo, abandonan. El tema preocupa al Rectorado. ¿Cuáles son los motivos de esta paradoja?

Por LAURA AGOSTINELLI

10 de Octubre de 2015 | 02:33

En el Tour de California 2014, el ciclista español Eloy Teruel aventajaba por varios metros a sus competidores. Al cruzar la línea de llegada festejó, exultante, su triunfo. Para su sorpresa, la carrera no había terminado, faltaba una vuelta más y su podio fugaz se transformó en un olvidable puesto 56. En la historia del deporte existen cientos de casos en que los competidores, a un paso de la meta, se distraen, relajan o vaya a saber uno qué cuerno les pasa por la cabeza. Meses y años de entrenamiento tirados al tacho.

En la historia de las carreras de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) existen miles de estudiantes que a una, dos, tres materias, o una tesis de recibirse, no pueden completarla. ¿Qué les impide llegar? Es lo que contarán ellos de aquí en adelante.

TRABAJAR O ESTUDIAR

Oscar Martínez (35) empezó Licenciatura en Economía en 1999. Al tercer año, comenzó a trabajar. Fue kiosquero, mozo, portero, administrativo. En el 2012 tuvo un hijo. “Creí que era posible recibirme en simultáneo”, explica. Creyó, pero no pudo. Hasta ahora.

Al estudiante que trabaja para pagarse los estudios, la escasez de bandas horarias para cursar lo frena. Desde la Secretaría de Asuntos Académicos de la UNLP reconocen que es difícil solucionarlo porque hay que modificar el horario de docentes que toda la vida enseñaron por la mañana o poner más franjas horarias. Para esto último se necesita más presupuesto. Durante todo el 2013 se invirtieron $1.358.459.769 en personal docente y no docente, un 86,5% del total del presupuesto.

La carrera de Oscar se parece más a una de obstáculos que a una de 100 metros llanos: perdió un año por no tener al día los finales de primero y, cuando se puso a tiro, los problemas familiares lo llevaron de regreso a su ciudad, Río Mayo, por tres años. Cuando volvió aprobó todas las cursadas y rindió todos los finales, excepto uno. Ahora estudia, con suerte, una o dos horas por día. ‘Con suerte’ quiere decir que no tuvo que levantarse a las cinco de la mañana para viajar de provincia en provincia, de comercio en comercio, representando a la financiera para la que trabaja. Los días en los que viaja, a Oscar se le terminan a las 23:30 y los viajes le ocupan media semana. ¿Si pensó en abandonar? “No. Sería un fracaso gigantesco”, responde, lapidario.

Cuando cursaba, además de trabajar, repartía su tiempo entre el deporte “hice todos los que pude”, se jacta, y el Centro de Estudiantes de Chubut. “Tiempo atrás, el único propósito de los alumnos era terminar la carrera. Recibirse era una meta social”, explica Marcelo Arturi, director de Estrategias de Egreso de la UNLP “hoy, ese objetivo convive con otros. Está lo social, lo vincular, lo hedonista de la vida”.

La psiquiatra y psicoanalista Liliana Moneta, coincide en que hay un nuevo tipo de alumno. Su experiencia como docente de la materia Salud Mental de la Universidad de Buenos Aires así se lo indica. “En la primera clase siempre pregunto qué los motivó a ser médicos. La respuesta de uno de mis alumnos fue: ‘primero: ser rico. Segundo: la fama. Tercero’, y como algo muy traído de los pelos frente a mi cara de azoramiento: ‘la vocación’”. Liliana compara: “cuando yo estudié Medicina ni se dudaba en que la respuesta era por vocación. Ser médico atravesaba mi identidad”.

Las prioridades, y los tiempos, cambiaron.

LA CARRERA DE OBSTÁCULOS

Para convertirse en un profesional de la UNLP hay que aprobar, en promedio, 35 materias y en el 47,7% de las carreras, además, se debe presentar la tesis: una investigación que aporta nuevos datos sobre un tema. En algunos casos, en lugar de eso hay tesinas o trabajos finales.

La UNLP ofrece 110 carreras de grado que duran, en general, poco más de ocho años. Las materias se aprueban de tres modos: en forma libre, por promoción directa o indirecta. Para rendir libre, el alumno estudia sin asistir a clases y se presenta a la mesa de examen. La promoción directa implica, en términos generales, ir a los teóricos y prácticos y aprobarlos con un promedio no menor a seis. En cambio, para la promoción indirecta hay que pasar la instancia de la cursada y luego dar el examen final. En ocasiones, para rendirlo es necesario haber dado antes el final de otra que ya se cursó. Se llama correlatividad y a veces traba. Una demora superior a tres años en rendir un final, hace que la cursada se venza y haya que volver a hacerla. Estas formas de aprobar varían según la carrera.

Cuando uno empieza a estudiar, el horizonte de la graduación es un norte muy lejano. Por eso, meter materias urge. Llama la atención que, a escasos uno o dos finales, o sólo una tesis del título, los estudiantes deserten. Hoy son 15.497. La lógica indicaría que el momento más oportuno para abandonar es cuando todavía les quedan 30 asignaturas, para evitar la fatiga.

¿Acaso no es lo que nos mueve, la satisfacción de nuestros deseos? Cursar el 90% de la carrera es un claro indicio de que se quiere ser profesional. Entonces ¿cómo se explica esta contradicción? “A veces, uno cree que desea una cosa, pero inconscientemente desea lo opuesto” explica Eduardo Tesone, médico psiquiatra de la Universidad de París XII. “Cada persona puede tener motivos muy diversos. A veces los estudios han sido una respuesta a un mandato familiar y no terminar es a la vez haber seguido ese mandato y rebelarse, como una forma de compromiso entre la presión familiar y su propio deseo”.

Lejos de la explicación psicoanalítica, la UNLP se preguntó en 2011 por las causas de semejante paradoja y, desde la oficina de Estrategias de Egreso de la Secretaría de Asuntos Académicos, salieron en busca de respuestas. Encuestaron a 1.200 estudiantes con el 90% de la carrera aprobada. Concluyeron que, además de la escasez de bandas horarias, que afectaba a casi el 19% de los encuestados, había otras dificultades.

Al estudiante que trabaja para pagarse los estudios, la escasez de bandas horarias para cursar lo frena. Desde la Secretaría de Asuntos Académicos de la UNLP reconocen que es difícil solucionarlo porque hay que modificar el horario de docentes que toda la vida enseñaron por la mañana o poner más franjas horarias.

Al estudiante que trabaja para pagarse los estudios, la escasez de bandas horarias para cursar lo frena. Desde la Secretaría de Asuntos Académicos de la UNLP reconocen que es difícil solucionarlo porque hay que modificar el horario de docentes que toda la vida enseñaron por la mañana o poner más franjas horarias.

La tesis fue el obstáculo del 13% de los alumnos. Terminaban de cursar y tardaban, en promedio, tres años para entregarla, si es que lo hacían. Motivos: no sabían escribir textos largos y académicos; no se sentían acompañados por sus directores -eso si tuvieron la suerte de conseguir director, porque también escaseaban-; la exigencia: era similar a la de una tesis de doctorado.

Para fomentar el egreso, desde la UNLP se amplió el espectro de profesores en condiciones de dirigir, se implementaron tutorías, se establecieron plazos máximos de entrega y se adaptaron los requisitos a una tesis de grado. “No regalamos el título” se apura a aclarar el director de Estrategias de Egreso: “había problemáticas que excedían a las capacidades del alumno y tratamos de solucionarlas”. Arturi especifica que cada facultad adoptó una respuesta particular para su problemática y ya se ven resultados. En el 2011 la cantidad de egresados era de 5.870. A principios de este año estaba en 6.700.

HIJOS DEL RIGOR

En el 2012, Matías Corti (32) empezó a armar su página web: quería trabajar de lo suyo. Hoy el sitio continúa en construcción, las ofertas laborales llegaron antes. No es para menos, Matías estudiaba Ingeniería en Sistemas de Información. Por estos tiempos, la informática es una de las áreas con mayor demanda de profesionales.

“Hay carreras que tienen aspiradoras laborales” explica Marcelo Arturi. Las profesiones relacionadas con las tecnologías, con el agro, con los suelos y, en fin, todas las ingenierías, hoy cotizan en bolsa. “Los alumnos se ven tentados por muy buenos sueldos, los vienen a buscar de las empresas y, como el título no es habilitante, no priorizan terminar”, concluye.

En el 2010 Matías finalizó las cursadas pero le quedaban ocho finales que, durante cinco años, serían su piedrita en el zapato. “Es cierto que tuve otras prioridades, como el trabajo”, aclara “pero también es verdad que somos hijos del rigor”. Con esto se refiere a que tanto él como sus cinco compañeros de estudio necesitaban de la presión para sentarse a estudiar. Primero fueron las trabas en las correlatividades (en la encuesta de la Secretaría Académica, este es el escollo del 20% de los consultados) y después los apuraba el vencimiento de las cursadas (al igual que en el 5,5% de los casos encuestados). En su facultad “hay pelotones de gente que está en la misma” observa el informático.

El promedio de edad de los que se encuentran con el 90% de la carrera aprobada y abandona o posterga el egreso va de 26 a 30 años. Hay factores internos que influyen en esta demora: “Cada año se me atrofiaba más la capacidad para sentarme a estudiar” reconoce Matías, quien además tenía serias dificultades para economizar el tiempo: “el primer día de estudio lo dedicaba exclusivamente a ordenar el escritorio”. Solía haber, apenas, cuatro cosas sobre el escritorio.

Este flamante ingeniero cursó durante diez años. Rendir esos ocho finales que le quedaron le llevó otros cinco y casi todos los dio, apurado, en el 2014. Para terminar la carrera, fue clave estudiar junto a sus amigos: “Sin ellos creo que hubiera pedido prórrogas”. En abril de este año rindió el último examen y pudo disfrutar de lo que sienten quienes ganan una carrera contra el tiempo: “alivio”.

INVERTIR EN VOCACIÓN

Hay que decirlo, la vocación, ese llamado interior a ser tal o cual persona en la vida, no es algo que se encuentre levantando una baldosa. “Son contadas las personas que tienen en claro, a edades tempranas, lo que desean hacer en la vida”, explica Eduardo Tesone, médico psiquiatra. Según el Anuario Estadístico más reciente de la UNLP, en el 2012, por cada 100 ingresantes había casi 28 egresados. En el camino quedan muchos. Ese año se invirtió por cada alumno, en promedio, 9.431 pesos mensuales.

Ramiro López (30) empezó a estudiar Diseño Industrial en el 2003. Llegó a esa carrera “por decantación”, dice, y a los pocos años se dio cuenta de que no era para él. “De chico siempre me gustó dibujar”, recuerda, por eso en el 2007 empezó Diseño en Comunicación Visual. Para encontrarse con la propia vocación, según el doctor Tesone “a veces es necesaria una exploración por más de una carrera para tomar conciencia de lo que verdaderamente le gusta a uno”.

Ramiro avanzó sin problemas hasta que algo dejó de cerrarle: “me di cuenta que, salvo pocas excepciones, los profesores no sentían pasión por enseñar. Cumplían horas, como en cualquier trabajo”. Tomar la decisión de abandonar la carrera le llevó dos años, dejó pendientes apenas cuatro materias y la tesis. Ante su desencanto, optó por alejarse de la academia, pero no de su vocación: “Decidí que no quiero ser profesional. Soy amateur. Y esa decisión se transformó en un microemprendimiento que estoy haciendo”. Ramiro siempre supo que lo suyo era el arte. Su paso por la universidad lo llevó a confirmar que el problema era una cuestión de forma, antes que de contenido.

Otro de los problemas del egreso es el hábito de dejar para mañana. “En muchos casos, los estudiantes tienen un ritmo fuerte de estudio mientras cursan, aprueban todas las cursadas y terminan adeudando, ocho, nueve, once finales. Rendirlos les lleva otros dos años más”, explica Marcelo Arturi. Son 13,5% los afectados.

Sofía Somma llegó a La Plata en el 2007 para estudiar Licenciatura en Química y Tecnología Ambiental. Tenía una idea fija: recuperar el tiempo perdido. Cuatro años atrás había empezado Saneamiento Ambiental en la Universidad Nacional del Comahue, en su provincia, Neuquén. Le tocaron tiempos de facultad tomada. La última toma, en 2006, duró tres meses. Fue su oportunidad: “Cursar era un caos, pero también fue el momento para migrar de mi casa”, reconoce.

Tuvo que empezar de cero. Aprobó cursadas a un ritmo vertiginoso. En un año hizo nueve materias. Promocionó todo lo que pudo y para mediados de 2013, le quedaban ocho finales y la tesina. Sofía se sincera: “Podría haber preparado un examen por mes para recibirme a principios de 2014. Sin embargo, algo pasó: “Cuando terminé de cursar, me relajé, empecé a salir y hacer cosas que antes no hacía”. Comenzó a postergar el estudio y a rendir con cuentagotas. Durante ese aplazamiento se replanteó su vocación, se angustió por postergar y hasta salió corriendo de dos mesas de examen.

EL FUTURO PUEDE ESPERAR

Tenía sus motivos: “El tiempo de espera entre buscar un trabajo y conseguirlo, me genera mucha ansiedad”, reconoce “toda la vida fue: primaria-secundaria-universidad, siempre tuve cosas para hacer. Pero ahora, si me recibo ¿después qué?”. Eso que atemoriza a Sofía se llama crisis.

“En esta etapa el miedo fundamental es al cambio”, explica la psicóloga Nora Koremblit de Vinacur. “Entrar al mundo laboral implica mostrar todo lo que uno aprendió, y también lo que uno es. Conviven el temor a equivocarse con la exigencia frente a algo nuevo que implica salir del espacio seguro de alumno para transformarse en un adulto que muestre realmente lo que puede y para lo que fue preparado”. Mire si no hay motivos para dejarlo para después: “También está el temor a la frustración por pensar que quizá la profesión no sea como se la imaginó durante la carrera universitaria”, detalla la psicóloga.

Ahora, para Sofía, lo peor ya pasó: tras desaprobar el último final, a principios de año, entendió que la cosa no era tan grave. Estudió mejor y lo dio de vuelta. Al momento de dar esta entrevista le faltan nueve días para defender su tesina. Hoy espera ansiosa lo que vendrá y se apacigua al pensar: “algo va a salir”.

Para los que están a un paso del final, Oscar pregona: “Con esfuerzo se puede. Yo no estoy pudiendo, pero estoy convencido de que es así”. Matías aconseja: “Háganlo, a su ritmo, pero no abandonen”. En la misma línea, Sofía reflexiona: “No hay apuro. Es un proceso personal”. Y para Ramiro es simple: “sigan su instinto”.

A esta altura ya se sabe: no es sólo el título lo que está en juego. Si traspasan la línea de llegada, le habrán ganado una carrera al tiempo, al miedo y se sacarán de encima a toda esa gente que siempre que puede les preguntan: ¿y? ¿Para cuándo el diploma?

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