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Cómo ser ecológico en el día a día

Parece misión imposible escapar de la depredación ambiental y, a la vez, mantener el estilo de vida actual. Sin embargo son muchos los que establecen un vínculo más amable con el medio ambiente y reducen la explotación indiscriminada de recursos.

Por ANA LAURA ESPERANÇA

1 de Octubre de 2016 | 01:37

El objetivo: hacerse responsables. Son “eco activistas” que encontraron en lo cotidiano una forma de vivir más saludable y con un impacto ambiental mínimo. Sus acciones van desde generar menos basura hasta reciclar materiales y cosechar su propia comida. Nada mejor que alimentos a base de ingredientes orgánicos sin aditivos ni conservantes, sin plástico ni envoltorios.

Hace cinco años, Diego Sandullo (40) músico y docente, concluyó que delegar la elaboración y calidad de productos alimenticios e higiene personal a multinacionales que sólo buscan ganancias, es un gran error. “No ocuparse puede ser perjudicial para la salud y el bienestar a mediano y largo plazo”, opina y concluye “hay que responsabilizarse informándose para actuar en consecuencia”.

Diego reconoce que al principio puede complicarse: “Es difícil dar con la información adecuada, pero una vez que la encontrás, pasás a la acción y tomás decisiones sobre qué consumir para nutrirte, asearte e informarte en la vida cotidiana”. Este músico pone el ejemplo del ghee, un tipo de manteca ayurvédico que reemplaza los aceites refinados y la manteca común. Lo usa cada día para las comidas, además de hacerse leches vegetales de almendra y de girasol. Asegura que son decisiones que lo benefician tanto en salud como en su estado de ánimo. “Realizar este tipo de actividades fomenta el cuestionar ciertos hábitos e informaciones a nivel colectivo”, concluye.

“Nuestra filosofía parte de que reparar conecta a las personas con las cosas, y los vincula con sus pertenencias”

Desde la Fundación Biósfera, Horacio Pablo de Beláustegui, licenciado en Ecología, capacita a ciudadanos en desarrollo sustentable. Enseña jardinería, apicultura, compost para huerta y también a producir cerveza casera y chacinados artesanales. “No hay que dejar la fabricación de lo que puede hacerse en casa en manos de la industria”, dice de Beláustegui. Más de cien personas se acercan mensualmente a Biósfera para capacitarse. “Algunos alumnos realizan casi todos los cursos y aprenden buenas prácticas ambientales, que aplican y transmiten en sus casas para tener mejor calidad de vida en su grupo familiar”.

Son muchos quienes adhieren a ese mensaje y encaran una producción para consumo personal. Desde dentífrico, crema para cuerpo, jabones, desinfectantes, crema para los labios, desodorante y champú, hasta ropa hecha por uno mismo u obtenida en ferias americanas. Además del reciclado -y pese a la primacía de lo descartable- la reparación de objetos también vuelve a ser una práctica de este siglo y está siendo tendencia.

Tiene que durar

Una de las escenas memorables del cine nacional aparece en la película Made in Argentina (1987). Bajo un sol vehemente, “la Yoli” y “el Negro” empujan un viejo fitito pintado con remiendos de anti óxido por la Avenida 9 de Julio. Vuelven de llevar a Ezeiza a la hermana del Negro, que vive en Nueva York con su familia desde la última dictadura. El dilema de mudarse al primer mundo o quedarse en un país donde “las cosas tenían que durar” atraviesa la película como costura invisible de una idiosincrasia nacional de época. Un dilema que se podía leer a partir de la importancia de exprimir al máximo la vida útil de las cosas. Actualmente, reparar un objeto poniéndole trabajo, tiempo y cuidado, va más allá de un signo de desarrollo y podría considerarse un acto revolucionario.

La llamada obsolescencia programada es una estrategia de venta que se basa en la planificación del fin de la vida útil de un producto desde la fase de su diseño. El fabricante o empresa que lo produce, establece el periodo de tiempo que marcará el estado obsoleto del objeto a partir de su uso. De esa manera, la industria se asegura el consumo de un nuevo objeto. La idea es hacer pagar al consumidor dos o más veces por medio de productos degradables o, mejor dicho: productos basura.

Se cree que su origen se remonta a 1932 cuando, para paliar la crisis económica de la Gran Depresión en Estados Unidos, se instó a lucrar a costa de la sociedad a través de una obsolescencia planificada, obligada por ley, aunque esto nunca se llevó a cabo. El cuidado del medio ambiente pasa a un segundo plano.

Marina Pla y Melina Scioli son responsables de El Club de Reparadores, un colectivo itinerante, creado en 2015, con el propósito de promover la reparación como estrategia de sustentabilidad y consumo responsable. El énfasis está puesto en la letra R de reducir, reutilizar y reciclar. Buscan evitar que los objetos caigan en desuso y se conviertan en residuos. “Participamos de una convocatoria del estudio de arquitectura a77 en CheLA (Centro Hipermediático Experimental Latinoamericano), y allí creamos el Club como actividad itinerante, voluntaria y colaborativa”, dice Marina Pla (35), diseñadora gráfica. Desarrollaron el mobiliario con el re uso de cajones y pallets para dar soporte al evento. Hoy llevan tres ediciones en tres provincias argentinas y una en el exterior.

“Después de trabajar en temáticas de residuos y reciclaje, identificamos la necesidad de hacer foco en la reparación”, sigue. Los objetos que una vez rotos uno hubiese descartado como, zapatos, heladeras, licuadoras, cunas, computadoras, despertadores, bicicletas, etc., ya tienen quien los salve del tacho de basura. Buscan promover a los reparadores locales de cada barrio y re significar la reparación. La estrategia eventual e itinerante apunta a sembrar una semilla con la dinámica y metodología de estos encuentros para que la propia comunidad pueda, a partir de una capacidad instalada, tomar la propuesta, adaptarla a sus necesidades y continuarla. Confeccionaron un Manual como guía y soporte para que cada barrio pueda repetir el evento.

“Es una manera de ejercitar el músculo comunitario, experimentar y reconocer el potencial que poseemos como conjunto social para lograr acciones transformadoras de nuestro presente”, dice Marina Pla. Antes de cada edición realizan un relevamiento de los especialistas de cada barrio y lo comparten para que la propia comunidad lo complete sumando sus reparadores de confianza. A partir de esta información apuntan a desarrollar un correlato digital online, para obtener un Mapa de Reparadores Nacional. La intención es fomentar encuentros auto-gestionados en cada comunidad y extender la propuesta a nivel nacional, siempre con el foco en la reparación como acto de sustentabilidad.

“Nuestra filosofía parte de que reparar conecta a las personas con las cosas, y los vincula con sus pertenencias”, define Marina. Así, se procura establecer un vínculo durable que resalte los valores de la sustentabilidad y la eficiencia en el uso de los recursos naturales. “Recomponer un objeto y tomarse el tiempo que implica, cuando el estilo de vida exige ritmos cada vez más rápidos, es una manera de frenar la inercia y reconectar con uno mismo”, explica. A través de pequeños desafíos como arreglar un porta-lámpara o zurcir una funda de almohadón “se genera comunidad”.

Basura cero

Lauren Singer, blogger neoyorkina, licenciada en Estudios Ambientales, vive una vida 100% sustentable. Bajo el lema “zero waste” (basura cero), convive en el planeta sin generar basura o, al menos, la mínima posible. Esta chica que, a sus 25 años desarrolló una línea de jabón que no contamina el agua, cuenta al mundo, través de su blog, que lleva practicando su propuesta hace cuatro años, con buenos resultados.

Uno estaría al borde de la desesperación sin un supermercado cerca; para Lauren esto es una oportunidad. Prepara su comida con ingredientes orgánicos de ferias donde no circulan bolsas ni envoltorios no biodegradables, y productos de belleza como cremas, maquillaje y fragancias. Hacer una pasta de dientes sin salir de su casa le toma treinta segundos, y además le sale solo 50 centavos de dólar. Si bien no es posible establecer cuánto se ahorra en este tipo de cruzada, asegura que con llevar su propia taza a una cafetería evita pagar lo que cobran por el vaso descartable.

Algo de esto llegó a Argentina y se aplica en las bolsas de plástico: los supermercados están cobrando unos centavos por cada bolsa y de este modo instalan nuevamente la costumbre de llevar la bolsa de compras desde casa.

Para iniciarse, sugiere hacer un chequeo e identificar cuáles son nuestras principales fuentes de desperdicio. Además, comprar productos naturales, locales y sustentables, sin empaques ni bolsas y mucho menos de plástico. También sugiere llevar a todos lados nuestros propios frascos y bombillas. Advierte que sí: este tipo de vida donde no se delega la producción del consumo propio demanda más tiempo al principio, pero es cuestión de organizar y planificar. Y, a la larga, se ahorra dinero y se gana en salud para uno y para el medio ambiente. De lo único que no pudo prescindir hasta el momento es del envoltorio de plástico de los preservativos y el de los lentes de contacto. Lo demás, pan comido.

Hacerse cargo

Desde semillas que representan un alimento saludable y abundante, hasta el reciclado de aceite usado para hacer jabón, o el aprovechamiento de terrenos ociosos, como balcones o terrazas, se puede implementar la horticultura con técnicas para espacios chicos donde sembrar perejil, achicoria y plantas aromáticas. “Es importante revalorizar esta práctica”, asegura de Beláustegui, de Biósfera: “Desde la Fundación vemos que la gente se preocupa por su salud y lo atribuye a lo que come”.

Su ONG pone el foco en la educación: “no solo es responsabilidad de las escuelas, sino de todos, sobre todo del gobierno: los funcionarios deben ser modelos de conducta”, dice. Menciona la importancia de la bicicleta para mermar la contaminación, cuidar el espacio público y beneficiar la salud, y alerta acerca la amenaza sobre los espacios verdes: “Están perdiéndose de manera abrumadora con la avanzada de la construcción de edificios”.

Para de Beláustegui, el estado nacional, provincial y municipal, debe convocar a la ciudadanía a participar en pos de generar conciencia ambiental. Sobre todo respecto del cambio climático y el riesgo poblacional. “El empoderamiento de la gobernabilidad y la responsabilidad ciudadana debe fomentarse”, dice. Y asegura que si bien en muchas casas se incorporó la separación de residuos, hay que insistir para que se popularice más. “El 50% de nuestros residuos son orgánicos: compostar no sólo genera abono para las plantas sino que colabora a reducir gastos de traslado para esa basura”, analiza desde Guayaquil, Ecuador, donde participa de Jornadas de Responsables Ambientales.

¿Será utópico creer que a partir de pequeñas acciones individuales pueden conseguirse grandes cambios colectivos? Quizá. Afortunadamente, siempre hay pioneros que recuperan una forma de vivir y ofrecen un enfoque alternativo, so pena de resultar “bichos raros”, para retomar un camino que habíamos olvidado. Hay cuestiones maravillosas en el llamado progreso, pero es preciso hacer valer nuestros derechos en cuanto a exigir un progreso que abra puertas a todos por igual y, en su carrera exponencial hacia mayor progreso, no devalúe la vida del planeta –ni la nuestra- a cambio.

Ya no es extraño escuchar que alguien prepara su pasta de dientes con arcilla, crema o jabones con cáscaras de frutas, flores o aceites orgánicos. Sin dudas, el planeta tiene un lenguaje y no son pocos quienes lo saben leer: reutilizar, reciclar, transformar, optimizar, respetar, cuidar. Es un mensaje ancestral. Así como el planeta, nuestros cuerpos tienen también un lenguaje. No hay propósito de lucro que justifique desoírlo.

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