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Se aman pero hacen planes por separado. No dan explicaciones, ni las exigen. El respeto absoluto a las actividades del otro parece ser la clave del éxito de las parejas de hoy
Por TOMÁS SIMONELLI
Para cuando este cronista se siente a terminar esta nota, Lucía, su novia, estará observando, en Barcelona, el templo de la Sagrada Familia. Ella viaja desde hace dos meses por Europa y aún le queda un mes de estadía. Su novio, mientras tanto, debe soportar los atosigamientos de sus amigos: “Te está metiendo los cuernos”; “ella de joda y vos acá trabajando”; “¿cómo pudiste darle permiso?”. Frente a esta catarata de comentarios sugerentes y peyorativos, la pregunta surge por decantación: ¿dónde se vio que haya que pedir permiso para hacer lo que a uno lo hace feliz? A ver: gente, como casi todo en el mundo, las parejas también evolucionan.
La postal del gordo tirado en el sillón mirando fútbol y la “jermu” con el delantal puesto preparando los ravioles es un modelo de matrimonio que, por suerte, tiende a desaparecer. De hecho, los que aún conservan estas formas deberán buscarse un abogado: en menos de tres años se estarán divorciados. Esa usanza se vuelve insostenible.
Aquel hombre, que cuarenta años atrás era un macho alfa, ahora se adapta a los avatares de la carrera profesional de su mujer y colabora en las tareas domésticas. También vive con naturalidad que su pareja pase varias horas fuera de su casa y hasta en algunos casos que sea ella el sostén económico de la familia.
Para Celeste Iseas, psicóloga que trabaja en terapias de pareja, estamos frente a un cambio de paradigma. “Un nuevo modelo en el que los hombres son cada vez menos machistas y en el que el rol de la mujer ha cambiado de manera radical”, dice la psicóloga “en este nuevo escenario, los planes o actividades son igualitarios: un día te toca a vos, otro día me toca a mí”.
Hasta no hace mucho, el único que salía o tenía actividades extra laborales era el hombre. Mientras el marido lo pasaba bomba, la mujer quedaba al cuidado de los chicos. Esto también es historia. Cada vez es más frecuente que los dos salgan y organicen programas por separado: cenas, viajes, escapadas de fin de semana con amigos. Lo que sea. Ni siquiera los hijos son un impedimento. Es una forma de escaparle a la rutina y una receta que parece infalible para que la relación perdure.
Martín (34) es escalador y guía de montaña. Luz (34) es abogada y trabaja en una fiscalía. Ellos, que tienen un hijo (Hilario) pronto a cumplir tres años, pasan separados casi la mitad del año y llevan vidas completamente independientes. Mal no les va: están juntos desde hace trece años. “Esta vida loca que llevamos también se ha vuelto una rutina”, dice Luz “con un montón de cosas buenas. Extrañarte con el otro te renueva” agrega.
Cuando se conocieron, a los 16 años, Martín ya escalaba. Formalizaron a los 21 y durante tres años, mientras él estudiaba para guía en Mendoza, mantuvieron un noviazgo a distancia. “Desde el principio de nuestra relación se dio así y nos fuimos adaptando”, cuenta Luz. Ahora, cuando Martín realiza temporada en El Chaltén, ella trata de visitarlo, como mínimo, dos veces por verano: “Nunca pasamos más de un mes y medio sin vernos”, dice ella.
Para la Psicóloga Celeste Iseas, la clave del éxito de las parejas actuales está vinculada a que, lejos de los mandatos, “eligen convivir después de un largo recorrido individual”. Y agrega “es fundamental poder comprender que ambos son partes de una pareja, pero antes que nada son individuos”.
En los meses en que Luz y Martín viven bajo el mismo techo en La Plata, aprovechan para compartir en familia lo máximo que se pueda, pero también respetan la individualidad de cada uno. Así es que pueden armar planes juntos, tener los mismos amigos, salidas familiares y en simultáneo mantener sus actividades personales: “cuando uno hace lo que quiere está contento”, concluye Luz “y si uno está bien con uno mismo, está bien con su pareja”, agrega.
Ahora que ella se va de vacaciones a Méjico con su hermana, por primera vez padre e hijo experimentarán convivir solos durante quince días. Ella, fiel a su estilo de madraza, dejó una lista de asuntos indispensables: desde las cosas que Hilario debe llevar en el bolsito del jardín, hasta el número telefónico del pediatra. Cuando Luz regrese, Martín se irá a Brasil a practicar Kitesurf. “Algunas amigas me preguntan cómo hago para animarme a dejar a mi hijo sólo con el padre”, dice “creo que no podría estar con un hombre que no puede cuidar de su hijo”
A esta altura, Luz ya no se imagina en otra relación. Es más, las experiencias de parejas amigas le dan la pauta: “cuánto más conozco a otras parejas”, dice con orgullo “más valoro la que tengo”.
El tema es sencillo: “no hay que pedir permisos”, revela Luz que, actualmente, está cursando una especialización en Derecho Penal “si el otro tiene o quiere hacer algo, que lo haga”. Eso sí, desde la llegada de su hijo la ecuación cambió un poco “ahora, previo a cualquier actividad, hay que coordinar para el cuidado de Hilario”
Para Natalia Larroca, Psicóloga dedicada a las terapias de parejas “suena muy raro el hecho de tener que pedir permisos. Dicho de esta forma, pareciera que a la hora del matrimonio se pierden las libertades individuales”.
Las actividades y pasatiempos resultan ser un pulmotor en el agobio de las responsabilidades. Todos necesitamos de eso. Juan Marcos (35), jefe de compras en una constructora, trabaja casi doce horas al día y precisa despejar la mente: los lunes se junta a jugar a la Playstation, los miércoles al póker y los jueves al fútbol cinco: “me gusta jugar a todo” dice Juan Marcos “a mis amigos que no lo hacen los veo aburridos y tristes”.
Su pareja, Josuana (34), Trabajadora social en el hospital psiquiátrico Melchor Romero, no tiene ninguna historia con los planes que arma su amado. Ella también tiene los suyos: “respetamos muchos los momentos de cada uno con sus amigos” dice Josuana, “lo hacemos desde el principio de la relación y es algo que no se negocia”.
Para la Psicóloga Natalia Larroca, la construcción de una pareja está plagada de acuerdos: “Si uno se mantiene rígido en una postura, pierde”, sentencia la psicóloga “hay que trabajar para que el matrimonio no sea una celda, ninguno debe sentirse preso de la relación”.
La fórmula parece dar resultados: entre noviazgo y convivencia, Juan Marcos y Josuana hace dieciséis que están juntos y tienen una nena de tres. “La llegada de nuestra hija no cambió demasiado las rutinas”, dice Juan Marcos, “excepto el tiempo que me demanda y que muchas veces no puedo cumplir. Eso me mata” dice.
Aunque a simple vista parezca la pareja ideal, el respeto absoluto a la individualidad del otro trae algunas complicaciones. Esta familia, durante la semana, apenas comparte tres cenas. Los jueves, directamente, no se ven las caras: “Cuando yo llego de trabajar ella ya se fue a natación con la nena”, dice Juan Marcos “para cuando regreso de jugar al fútbol Josuana ya está durmiendo”, agrega.
Eso sí, los fines de semana son de dedicación completa para la familia. Los sábados y domingos aprovechan para salir de paseo, de shopping, ir a comer afuera, o a lo de algún matrimonio amigo: “en esos días ninguno sale por su cuenta” dice Josuana “es de los pocos momentos que coincidimos así que tratamos de compartirlos y de aprovecharlos al máximo” agrega.
Aunque Josuana no se oponga a ninguno de los planes que su pareja tenga, y pese a que sepa que son salidas “inofensivas”, ella no puede esconder sus celos: “Yo tengo una teoría: los niveles de sus celos son proporcionales a los kilómetros”, dice Juan Marcos “puedo hacer lo que quiera acá en La Plata, ahora si me voy de viaje ahí se pudre todo”, agrega. Ella le retruca y le recuerda la vez que se fue a Malvinas con su padre: “Con ese viaje se cae tu teoría, más lejos no te podrías haber ido”.
Para la Psicóloga Natalia Larroca los celos son un asunto complejo, vinculado a la seguridad de la persona: “cuánto más seguro se sienta uno” afirma esta profesional abocada a las terapias de pareja “más tranquilo va a estar con el otro”.
A Josuana le gustaría que pasaran más tiempos juntos. Y a pesar de que también tiene sus planes y salidas con amigas, hay cosas que no puede hacer y que sigue postergando: “No puedo especializarme”, dice ella con tristeza “me gustaría poder seguir estudiando pero me es imposible por nuestros horarios de trabajo”.
Al parecer, estas nuevas formas de relacionarse valen para crear lazos más fuertes y de mayor comunicación. La psicóloga Celeste Iseas considera que “tener espacios propios ayuda a sentirse realizado y eso suele transmitirse con pasión y entusiasmo generando instancias de diálogo en las parejas”.
Así que ya saben, si lo que quieren es que el amor les dure muchos años, diviértanse, distráiganse, viajen, extráñense y vuelvan contentos a compartirlos con su media naranja.
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