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Información General |Mal de muchos

Dormir mal, vivir a mil Pesadilla de la vida cotidiana

Los síntomas de insomnio afectan hoy a la mitad de la población mundial. En un planeta que nunca se apaga, el ritmo biológico sufre alteraciones y la ansiedad está a la orden del día. Una epidemia que crece

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30 de Julio de 2016 | 02:47

ANA LAURA ESPERANÇA

Días atrás, Melisa (39), contadora, regresó a casa después de una clase de tango. Cenó livianito para acostarse fresca y favorecer el descanso. A la medianoche se durmió hasta que se sobresaltó con la tormenta. Creyó que era de día. Cuando miró el reloj eran las tres de la mañana. Sucedió otra vez: el insomnio. Resopló fastidiosa: dormir mal y poco es una pesadilla que la acosa hace años. Fue a la cocina, comió media banana y se hizo leche caliente. Leyó treinta páginas de un libro. A las cinco y media concilió el sueño. A las siete, cuando el despertador sonó, sintió los ojos como cristales rotos. Cansancio, fatiga y malhumor, una mezcla poco feliz para encarar el día y toda su faena.

Siempre durmió poco. Probó de todo: bajar la actividad diurna, cenar temprano, meditar, hacer yoga. Consultó a un homeópata y el tratamiento funcionó sólo un tiempo. Su derrotero siguió con una cura de sueño; el neurólogo que la atendió le explicó que no tenía problemas físicos: estaba “pasada de rosca”, y le dio pastillas suaves, unas para niños.

Según la Organización del Día Mundial del Sueño, el insomnio es uno de los problemas de salud no declarados más importantes y sus consecuencias se extienden al ámbito individual, laboral, económico y socio familiar. La mayoría son prevenibles, pero menos de un tercio de quienes lo padecen consulta al médico. Se puede considerar una epidemia, porque amenaza al estado de salud y calidad de vida del 45 % de la población mundial.

“Dormir mal genera cansancio diurno, cambios de humor y alternaciones atencionales”, dice Arturo Garay, médico neurólogo especialista en medicina del sueño del Instituto Médico Platense. El 30 por ciento de la población tiene algún síntoma de insomnio; un diez por ciento afirma que eso dificulta su desempeño diurno y el otro diez presenta insomnio crónico: dificultad para iniciar el sueño, para mantenerlo o para reiniciarlo en caso de despertar.

En Argentina, entre un 15 y un 20 por ciento de la población general reconoce dormir poco, mal o tener somnolencia durante el día. Estas cifras aumentan a un cuarenta por ciento en las poblaciones de riesgo, como los trabajadores con turnos rotativos, según el Dr. Daniel Cardinali, Director del Departamento de Docencia e Investigación de la Facultad de Cs. Médicas de la UCA.

Otras veinticuatro horas

“Mi insomnio es pura ansiedad”, dice Melisa. Eso le significa estar permanentemente pensando en lo que tiene que hacer en el segmento de tiempo siguiente. “Todo me genera preocupación. Creo que es exceso de responsabilidad”, reflexiona.

“El 50 por ciento de las personas presentan síntomas de insomnio”, dice el doctor Garay. Y afirma que son cifras que van en aumento en la medida que encontramos sociedades actuales en crisis, que producen insomnio debido al estrés o al desarrollo tecnológico, al igual que la luz produjo cambios en el sueño en la sociedad de la época. “El insomnio tecnológico en los adolescentes, por ejemplo, aumentó la típica nocturnidad que tienen. Sumergirse en la web, como antes en la tv, puede amplificar el mal dormir”.

Adrián (30) es músico y compone canciones. Su motor creativo, a veces, lo mantiene despierto más de la cuenta. “Se intensificó hará dos años. Antes no tenía problemas para dormir, ahora ando a mil”, cuenta. Duerme un promedio de cinco horas diarias, inclusive cuando dispone de más tiempo. Las medidas que tomó para combatir su insomnio van desde escuchar música acústica con auriculares hasta hacer ejercicio físico durante el día para acostarse más relajado. Nada es suficiente.

La delgada línea entre el sueño y la vigilia

“La hiperconectividad puede ser vivida como una imposición cultural y afectar el ritmo de vigilia y el sueño”, analiza Gloria Greco, psicóloga, docente y supervisora de la Institución Terapia y Docencia en Psicoanálisis Fernando Ulloa. “Para estar siempre en línea, tenemos que estar dispuestos a perder algo: la consecuencia sería dormir mal o no dormir. Esto no solo es imposible sino que resulta sumamente costoso”.

Al jetlag asociado a viajes aéreos –el síndrome de los husos horarios que produce un desequilibrio entre el reloj interno de una persona, que marca los periodos de sueño y vigilia, y el horario de destino-, hay que añadirle el “social”. Para explicar el jetlag social, diremos que nuestro reloj interno regula los períodos de sueño y sincroniza numerosos procesos biológicos con el entorno. Cada persona tiene su propio cronotipo, que hace a algunas más activas por la mañana y ayuda a otras a rendir más por la tarde. Este cronotipo está ligado a la exposición a la luz y sus ciclos de amanecer y anochecer. Si el reloj biológico y el social pierden el compás, cuidado: uno estaría a punto de experimentar el jetlag social; síndrome caracterizado por una falta de sueño crónica que afecta, sobre todo, los días laborables.

El problema es que respetar el propio cronotipo deja de ser una prioridad cuando uno debe satisfacer exigencias sociales y laborales que, además, adquieren ahora un ritmo más enardecido que antes. Es el precio que hay que pagar por seguir los horarios frenéticos que impone la sociedad, desligados de los ciclos del día y la noche. “Cuando estoy pasada no me puedo dormir”, dice Melisa, que sufre el coletazo del insomnio traducido en dispersión y cansancio mental. “No puedo concentrarme para leer o ver una película. Me lo paso haciendo zapping”, concluye, y asegura que se siente dentro de un círculo vicioso donde la ansiedad la deja insomne y, a su vez, estar mal descansada la pone más ansiosa.

“Hay causas que podríamos denominar como productoras de alerta arousal”, cuenta el neurólogo Arturo Garay. El concepto de arousal define el grado de activación fisiológica y psicológica de un cuerpo, según el cual puede predecirse el desempeño de un sujeto. Tener un arousal óptimo, asegura un rendimiento pleno, pero si está sobre-activado o sub-activado, tendrá un rendimiento bajo. “Esto afecta a nivel emocional y cognitivo, altera la ritmicidad biológica con una consecuente desincronización de ritmos sueño/vigilia. Vemos entonces que existen diferentes mecanismos: stress, desajustes de la ritmicidad biológica. Lo tecnológico, e inclusive el jetlag social: la privación de sueño por demandas culturales y laborales hace que las cifras de prevalencia de insomnio poblacional vayan en aumento”, reflexiona el médico.

En Argentina, entre un 15 y un 20 por ciento de la población general reconoce dormir poco, mal o tener somnolencia durante el día

Anabela (40) es abogada y juega al fútbol. Jamás pensarías que con tanta descarga física es una persona con síntomas de insomnio, pero su cabeza no para. “A veces me despierto en medio de la noche y hago un check-list de las actividades del día siguiente; empiezo a pensar en lo que tengo que resolver y eso contribuye a que me desvele”, reconoce. Para combatirlo, intenta relajarse y respirar. Desconectarse. “Programo la tele para que se apague automáticamente o escucho música. Desconecto el tráfico de datos de internet, para que no me molesten las notificaciones de whatsapp y esas cosas. No tomo mucho líquido a la noche ni tampoco café o mate. Y un baño caliente siempre colabora”, dice. Para ella es importante estar a oscuras y en silencio.

Derecho a un buen descanso

El Día Mundial del Sueño –celebrado el 18 de marzo-, es una iniciativa impulsada por la Asociación Mundial de la Medicina del Sueño (WASM, por sus siglas en inglés). Busca concientizar a la población mundial sobre la importancia de un buen dormir, dado que es uno de los tres pilares (junto con una dieta equilibrada y ejercicio físico) de una vida saludable, y ocupa la tercera parte de nuestra vida.

El sueño es una función fundamental para mantenernos alerta, activos y saludables. Mientras dormimos el cerebro permanece activo para reparar y reponer el organismo, serenar la mente, estabilizar el humor y afianzar la memoria y el aprendizaje. Cuando se duerme mal, al día siguiente se empeora la capacidad para prestar atención, recordar cosas y aprender. Los efectos a largo plazo aún son objeto de estudio, pero se ha observado que el sueño de mala calidad se asocia con la obesidad, diabetes, debilitamiento del sistema inmunológico e incluso determinados tipos de cáncer.

La falta de buen descanso también afecta al metabolismo. Desde el punto de vista endocrinológico, sucede un cambio hormonal porque la alteración que ocurre en el cerebro desencadena la producción de la hormona del estrés (cortisol). Esto afecta a cada una de las células.

El cortisol alto deteriora la síntesis de proteínas y las degrada, por eso el pelo se debilita y los músculos se atrofin. Esto se agrava por el sedentarismo que ocasiona la fatiga crónica que les impide hacer ejercicio a las personas insomnes. Los músculos se aquietandon y se los reemplaza, en su estructura, el tejido adiposo.

Ninguna parte del cuerpo deja de tocar el cortisol en su paso por el metabolismo de todas las células. El hueso también disminuye en su síntesis y aumenta su degradación generando ostopenia y eventualmente osteoporosis. Por último, la falta de sueño eleva la adrenalina junto con el cortisol y esto se complica junto con la hipertensión arterial.

Paren el mundo que me quiero bajar

Como dicen, cuando la luz llega pone de manifiesto todas las maquinaciones que huyen de la claridad. Lo vallado por la conciencia, lo misterioso, se desvanece. El tiempo diurno, representado por el principio de lo claro y su alter ego, el sol, nos conecta con múltiples hábitos productivos, deberes cotidianos y desafíos terrenales. Así el mundo sigue girando, más allá de la calidad de nuestro desenvolvimiento.

Hubo un tiempo en que la organización social respondía a los cambios naturales del día y la noche; dos momentos impedidos de contacto mutuo, tal como aquel mito de amor imposible entre la luna y el sol. La naturaleza sigue teniendo el mismo comportamiento, pero la cultura no. El desarrollo tecnológico alcanzado hoy colabora a disolver -aunque no deje de ser un artificio- la barrera entre día y noche al punto de que parecen fundirse o confundirse. Cuando soñamos, liberamos grandes cargas de información alojada en el inconsciente, el cerebro repara el organismo para enfrentar una nueva jornada, y experimentamos una parte de nuestra existencia no menos importante que la consciente. Es el inconsciente que, en forma de imágenes, expresa al animal que respira bajo la razón. Ambos polos, noche y día, luna y sol, forman parte de nuestra integridad.

¿Cómo responder si esa integridad comienza a ser minada? Tal vez las luces azules de los leds y las fuerzas de un planeta que no se detiene penetren nuestro cuarto oscuro, nuestras horas oníricas de paz y renovación.

¿Habrá una inteligencia artificial que nos cuide de nuestras propias proezas? La sofisticación progresiva de la cultura habla de un potencial creativo infinito, pero todo tiene un costo. El aumento en los índices de insomnio -si es en respuesta al ritmo frenético de hoy-, no hace más que confirmarnos como seres inacabados cuya hechura continúa en sujeción a la cultura y finaliza a la vez que lo hace nuestra propia vida. Esto pareciera indicar, también, que los síntomas individuales de insomnio son parte del síntoma de un cuerpo mayor: una sociedad abierta 24 hs. los 365 días del año, que nunca pega un ojo.

La falta de buen descanso también afecta al metabolismo. Desde el punto de vista endocrinológico, sucede un cambio hormonal porque la alteración que ocurre en el cerebro desencadena la producción de la hormona del estrés

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