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El optimismo y el pesimismo, ¿despiertan emociones contagiosas?

Especialistas hablan sobre la importancia de cambiar patrones de pensamiento

El optimismo y el pesimismo, ¿despiertan emociones contagiosas?

“Las personas que tienen esperanzas tienen más resistencia en circunstancias penosas, incluidas las enfermedades físicas”

20 de Febrero de 2017 | 02:39

Algunas personas parecen tener una predisposición natural a ver el vaso medio vacío. Otras, en cambio, tienden a la positividad y se muestran siempre optimistas en relación al futuro. Estos modos diferentes de encarar la vida pueden incidir en “la suerte” de cada uno para alcanzar sus objetivos y en la capacidad de reponerse ante los avatares del destino. De ahí que muchos especialistas insistan en la importancia de detenerse unos segundos para observar hacia dónde van los propios pensamientos.

Como explica la licenciada Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), tanto el optimismo como el pesimismo pueden ser considerados estados emocionales pasajeros o rasgos de carácter estables en una persona. Ser optimista o pesimista forma parte de la vida afectiva del ser humano.

“La formación del carácter debe atribuirse en parte a una disposición congénita y en parte a los efectos del medio ambiente (entorno)”, manifiesta Cruppi, y afirma que las experiencias del primer año de vida son relevantes, ya que dejarán su marca en el inconsciente.

“Las emociones son contagiosas, por eso el optimista está rodeado de gente y el pesimista no. Nadie quiere estar con una persona que tiene el arte de amargarse la vida y puede amargársela a los demás”

“Se trata de huellas que, siendo desconocidas por los sujetos, son capaces de generar afectos y conductas”, dice la especialista, y explica: “En las primeras experiencias vitales está comprometido el cuerpo entero. Este puede ser sostenido y contenido por los brazos y el regazo materno. De modo que en la garantía de continuidad existencial del infante pesan la seguridad en el sostén del cuerpo por un lado, tanto como pesan las experiencias afectivas con sus padres”.

Como contracara, en casos menos afortunados -explica la licenciada- estas primeras experiencias pueden estar marcadas por huellas traumáticas, fácilmente activadas a posteriori en situaciones de desconocimiento, soledad, extrañeza o dolor.

“A partir de las investigaciones realizadas sobre la importancia del primer vínculo (la función materna de sostén, la instalación de una simbiosis normal y su proceso de separación) se considera que las fallas en este proceso determinan la capacidad de cada sujeto para elaborar los duelos y su tendencia hacia la melancolía, al optimismo o al pesimismo”, señala Cruppi.

De los estudios realizados sobre el tema se desprende que las experiencias suficientemente buenas durante la infancia dejan en el sujeto una convicción arraigada de que todo les irá bien siempre. “Enfrentan la vida con un optimismo tal que logran todos sus propósitos”, comenta la psicóloga.

“El pesimismo, en cambio, es la contracara. Remite a experiencias dolorosas durante este lapso. En estas personas está completamente ausente la creencia en la benevolencia del destino”, diferencia.

César Castaños, director de la Escuela Latinoamericana de Coaching La Plata, plantea que tanto el optimismo como el pesimismo surgen como interpretaciones que damos los seres humanos a distintas situaciones y que ambas posturas generan emociones. Mientras que del optimismo surgen emociones de alegría y de entusiasmo, del pesimismo surgen emociones de enojo, frustración y depresión, entre otras.

En este sentido, Cruppi señala que los optimistas suelen ser extrovertidos, sociables, generosos y vitales, y que inclinarse por una u otra postura incide sobre la vida social de las personas: “Las emociones son contagiosas, por eso el optimista está rodeado de gente y el pesimista no. Nadie quiere estar con una persona que tiene el arte de amargarse la vida y puede amargársela a los demás”, dice.

Castaños coincide en que las emociones pueden ser contagiosas. “Incluso pueden ser parte de la cultura de una familia. La queja, el ‘protestón’, el reclamo, el que pone toda la culpa afuera ‘víctima de’ son posturas propias del pesimista”, describe, y diferencia del optimista, quien se caracterizaría por ver posibilidades y encontrar oportunidades; por responsabilizarse de sus palabras y acciones y por pensarse como protagonista.

Estas diferencias en el modo de encarar la vida serían la clave en las trabas o posibilidades que cada uno encuentre para alcanzar sus metas.

“El optimista sabe que las cosas dependen de él, tiene el poder de acción en sus manos, es protagonista. El pesimista, en general, pone ese poder afuera. El no puede hacer nada, no depende de él, y para esta actitud siempre tiene una buena explicación o justificación para no hacer”, comenta Castaños.

El coach sostiene que además de afectar la vida social de las personas, “las emociones negativas llegan a producir enfermedades psicosomáticas”. En este sentido, advierte: “Mi actitud, mi discurso habitual, no es inocente a mi calidad de vida”.

Pero entonces, ¿qué hacer cuando las cosas no suceden como uno las espera?, ¿se trata de negar ‘la realidad’?. En este sentido Cruppi recuerda que las cosas no son como son sino como uno las signifique. “Las creencias van generando nuestra realidad en el camino de la vida”, afirma.

Buscar el equilibrio

Sin embargo, tampoco el extremo opuesto al pesimismo sería aconsejable. En esta línea, Cruppi manifiesta: “Un optimismo desmesurado (mucha euforia) puede hacer que nieguen la realidad con los peligros que ello trae”, e insiste en las ventajas de una actitud positiva moderada: “El optimismo y la esperanza resultan beneficiosos. Las personas que tienen esperanzas tienen más resistencia en circunstancias penosas, incluidas las enfermedades físicas”.

Por estos motivos, diversos especialistas recomiendan mantener una mirada positiva. Pero, ¿acaso los pesimistas se reconocen como tales?. Castaños comenta que la mayoría de las personas no son conscientes de su actitud, ni de sus emociones o de sus discursos habituales, ya que los entienden como “normales” o el resultado “lógico” de sus vivencias.

“El optimista sabe que las cosas dependen de él, tiene el poder de acción en sus manos, es protagonista”

“Su frase de cabecera: ‘Es así’. Viven con esta actitud en total transparencia. En mi experiencia como coach he trabajado con muchas personas que tenían posturas pesimistas frente a todo, quejosas de que todo el mundo ‘conspiraba’ contra ellas, que poco y nada podían lograr, siempre con mala suerte; que pudieron ser conscientes de ese discurso y los efectos negativos para sus vidas recién después de una o varias conversaciones de coaching”, comenta.

¿Se pueden cambiar patrones de pensamiento?

Desde las neurociencias aseguran que es posible cambiar patrones de pensamiento, pero no es una tarea sencilla. “Es necesario trabajar con uno mismo. No se logra de un día a otro. Para convertirte en optimista es necesario trabajar sobre hábitos de pensamientos, cambiar creencias limitantes, modificar interpretaciones de uno mismo, de otros y del mundo”, dice Castaños.

Como señala el coach, el pesimista no puede cambiar de actitud en la medida en que no sea consciente de que lo es y que esta postura lo daña. “Y tiene que querer cambiar. Si él no quiere o cree que no va a poder, que ya está y no hay nada por hacer, entonces todo va a seguir igual. Nadie puede hacer cambiar a alguien que no elige transformarse”, manifiesta.

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