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Información General |TENDENCIA QUE CRECE en la ciudad

El rugby también es cosa de mujeres

Quiénes son y por qué se inician cada vez más chicas en este deporte que creíamos tan de hombres

Por ROSARIO MARINA​

6 de Marzo de 2015 | 23:09

Glenda se levanta para ir a la facultad y se mira las piernas. Están llenas de moretones. Al principio le molestaba amanecer todos los días con dolor, pero ahora ya no. Entrenar la hace feliz, moretones incluidos. Y claro, para ella, pesa más el rugby.

Glenda, morocha, 24 años, vino de Trelew a estudiar psicología, y hoy integra el primer equipo de rugby femenino en la Ciudad. Hubo otro grupo hace más de diez años, pero ellas sólo se quedaron entrenando en el parque, no lograron representar con sus triunfos a La Plata Rugby Club.

Estamos en el 2015 hablando de rugby femenino. Algo que aún sorprende a más de uno. Pero el origen de esta inquietud por parte de las mujeres se remonta al 1900, cuando jugaban a escondidas en Nueva Zelanda, Francia e Inglaterra. Si ahora todavía la sociedad sigue mirando raro a una chica que se embarca en juegos “masculinos”, imaginen la presión social en el siglo pasado. Esto podría significar que las bisabuelas de algunos que estén leyendo podrían haber sido grandes rugbiers de no ser por la época en la que les tocó vivir.

Pasaron setenta años jugando en los rincones oscuros, hasta se contagió a universidades europeas y norteamericanas. En 1970 se creó en Toulouse la primera asociación para rugby femenino, y en 1986 el primer torneo entre jugadoras de Inglaterra y Francia.

Ya en los 90 el cantar era otro: Gales fue sede de la primera Copa Mundial de rugby femenino. Los años pasaron y el deporte se expandió con rapidez. Si todo sigue así, en 2016 las mujeres podrán competir en modalidad seven en los juegos olímpicos.

Magalí Fazzi es flaquita de rasgos suaves. Casi siempre se viste con ropa deportiva, como una digna fanática de los deportes. Cuando era chica sus papás no la dejaron jugar al rugby, pero no porque les pareciera peligroso –o quizás no sólo por eso- sino porque decían que tenía que decidirse por una actividad, y no todas. Tenía 12 y había practicado tenis, fútbol y karate. Sus hermanos jugaban al rugby y a ella le encantaba.

Cuando logró convencer a sus padres, viajaba desde Tandil, donde vivía, a Mar del Plata para jugar, porque en su ciudad no había chicas como ella. Cuando vino a estudiar a La Plata, siguió viajando hasta que se hartó y quiso formar acá su propio equipo.

El 6 de junio de 2012 fue el primer entrenamiento en Parque San Martín. Ya le había taladrado la cabeza a sus compañeras de la pensión, sobre todo a Glenda. Entre las dos armaron una cuenta de Facebook, otra de Twitter e imprimieron volantes para repartirlos en las facultades. Ese día de otoño fueron cinco chicas. El siguiente, diez. En 2012, sin club, entrenando en el parque, llegaron a veinte.

Mientras tanto, algo pasaba en la cabeza de otro fanático. Un hombre. Pato Roan es hijo, padre y hermano de hombres rugbiers. Tiene 52 años y empezó a jugar a los seis. Desde los 15 años, además, entrenaba divisiones de chicos. “En 2010, veía cómo crecía el rugby jugado por mujeres en el exterior, entonces empecé a insistir a la comisión directiva con abrir las puertas a las chicas”. Él lo dice así: rugby jugado por mujeres. Porque insiste en que las reglas son las mismas, nada más que las que están en el campo son chicas.

Brasil ya tenía su equipo de mujeres, y eso, se dijo Pato, no podría estar ocurriendo antes que en el país de Los Pumas. Se pasó dos años peleando en La Plata Rugby Club. Algunos decían que había problemas de estructura, faltaban vestuarios, lugares de entrenamiento. También se escuchaba la excusa de los golpes: ellas no estaban acostumbradas. Pero en 2013 supo de las chicas del parque y entendió cómo convencerlos. Ya conocía al entrenador de esas veinte mujeres que podrían formar un equipo. Lo llamó y las invitó.

Hoy Pato Roan no es sólo un referente del rugby en la ciudad, sino que fue el que logró que las chicas que estaban jugando en Parque San Martín tuvieran un espacio físico y una camiseta a la que representar. Ahora coordina un grupo de casi 50 mujeres amantes del rugby.

Dos años después, sumó a niñas de 7 a 12. “Este año se abrió la entrada a nenas para jugar con hombres, como se hace en Sudáfrica y Nueva Zelanda. Pueden jugar de igual a igual. A partir de este año se mezclan. Este es el segundo paso para que el rugby de mujeres crezca lo que se merece”, se entusiasma Roan.

Son seis hombres hablando de mujeres y no dicen tetas ni culos ni ninguna guarangada. Dicen “la rompió toda”, scrum, tackle, velocidad, wing, y “está al lado de la pelota que parece un perro de presa”. Cuando las chicas se van a hacer físico, los entrenadores debaten sobre qué hacer con ellas, a cuál preparar de qué manera, quién necesita adelgazar y meter gimnasio. Con la seriedad, claro, de un equipo de primera.

En los primeros entrenamientos las chicas se frustran: todas las pelotas se les caen. Vuelven a su casa enojadas pero deciden volver. Por el grupo y porque quieren mejorar. Y, como dice Glenda: “para mejorar no podés tener el rugby como hobby, no podés faltar”.

Las Canarias. Así les dicen en otros clubes –su camiseta es amarilla-, aunque a ellas no les gusta, prefieren representar a su club antes que tener un nombre propio. El primer año que llevaban el logo de La Plata Rugby Club en el pecho salieron campeonas. Competían con los 15 equipos de URBA. Esto es: con todas las chicas que juegan rugby competitivo en la provincia de Buenos Aires. También pasaron a jugar el nacional de clubes y compitieron con los dos mejores de cada región. Ese año -2013- consiguieron la copa de bronce, y en 2014, cuando el torneo se hizo en La Plata, obtuvieron la de plata. “Y el año que viene campeonas”, piensan y se ríen. Ahora no las para nadie.

¿Qué sienten cuando juegan? Nervios. Descompostura, hasta que vas ganando. Entrenar es divertido, pero jugar... Adrenalina. Emoción. En el entretiempo te emocionás un montón. Por algo te olvidás de los golpes –cuentan entre todas.

Cada partido termina con un abrazo. Sobre todo cuando ganan. Cuando salieron subcampeonas había 45 mujeres más los entrenadores todos abrazados llorando. “Ese abrazo yo no lo cambio por nada. Es único”, dice Rocío, que el año pasado terminó el secundario. Las demás son estudiantes de medicina, diseño en comunicación visual, arquitectura, odontología, muchas de veterinaria, ingeniería civil, chef, biotecnología y biología molecular. Algunas, además, son madres. Una de ellas logró jugar a pesar de que su médico se lo prohibiera. La otra lleva a su hijo a practicar rugby al club, se enteró que había equipo de mujeres y se sumó. También hay una colombiana y una chilena.

¿Tú qué estudias? –pregunta la colombiana.

Soy periodista.

¿No quieres venir a jugar?

Lo que más les gusta hacer -después del rugby, claro- es comer juntas. Antes de entrenar, una de las chicas trae una bolsa llena de golosinas. Se ríen, agarran una tita, un alfajor, y muchos caramelos. Mientras, cuentan historias. Una vez estaban jugando contra otro club. Una de ellas quiso tacklear a otra del equipo contrario y como se dio cuenta que no llegaba le metió la mano en el pantalón. Entonces vio algo que a la otra la obligó a parar de correr: una tanga roja. Las anécdotas de las chicas rugbiers incluyen ropa interior y entangadas.

Rugby social

Hay lugares donde ya hay nenas jugando al rugby mezcladas con nenes. Uno de esos es en el barrio El Dique, en Ensenada. Aunque ahí el objetivo es otro. No tanto la competencia, sino más bien la inclusión social. Carlos “Charly” Varela es otro amante y referente del rugby platense. En 2009 se juntó con cinco amigos y pidió un lugar a la municipalidad para un proyecto que se le había ocurrido.

“Nosotros vinimos cinco tipos, le pedimos al intendente el lugar y empezamos a jugar en el parque con una pelota. Y como desde la villa se ve, empezaron a caer chicos”, dice Charly Varela afuera de ese lugar que en un principio no tenía nada y ahora ya lleva dos haches clavadas en la tierra. “El objetivo es a través del rugby enseñarles una forma de vida distinta. Después queremos, cuando tengamos un lugar físico, que aprendan un oficio”.

De esta manera empezó el rugby social en Ensenada. “Ensenada Rugby Club es una institución pensada como un proyecto de inclusión dirigido a chicos en situación de vulnerabiliad social de la zona de El Dique, en Ensenada, y sus alrededores. Intenta formar un ámbito en el que transmitan valores como el compromiso, el compañerismo, la humildad y la solidaridad, presentes en el juego del rugby”. Así se presentan en su fan page de Facebook que tiene más de mil me gusta.

No le podés preguntar a una mujer que juega al rugby si le dan miedo los golpes. Por algo hace rugby. Eso me lo enseñó Natalia Alarcón, una entrenadora de 40 años. Otra apasionada más en esta historia. “Yo estaba estudiando educación física, y uno de los fundadores del club fue mi profesor de rugby en la facultad. Ni bien arrancamos la cursada él nos contó la experiencia (en marzo de 2010) y nos invitó a los que quisiéramos participar los sábados. Yo soy del barrio y no sabía que ellos estaban acá”.

Natalia salía de cursar al mediodía y se tomaba el micro al Dique. Al principio llegaba para los patys y de rugby no hacía nada, sólo ayudaba a servir. Después, cuando tenía un sábado libre, iba antes y llegaba a su parte preferida. Ella quería jugar.

Y las nenas también. Las que venían a ver a sus hermanos, primos o vecinos, querían meterse a la cancha, pasar la pelota para atrás y tacklear a alguien. El año pasado, cuando se sentían preparados para hacerlo, las convocaron. Era una prueba piloto para ellos, pero funcionó. Entrenaron a ocho mujeres de entre 7 y 22 años.

“Al principio los nenes miraban raro cuando les tocaba jugar con las nenas. Pero es cuestión de costumbre. No hay difusión como en otros deportes. Era nuevo para ellos. Las veces que han visto una nena jugando dicen oh mirá, ¡una nena! Pero se adaptan, es como todo”, cuenta Natalia. El reglamento de la URBA (Unión de Rugby de Buenos Aires) dice que de 7 a 12 años se juega mixto. Después hay un bache hasta los 18. Cuando son mayores de edad pueden armar su propio equipo y competir.

Este año, Ensenada Rugby Club va a firmar un convenio con la embajada de Gran Bretaña. La Liga Inglesa de Rugby tiene un proyecto, un plan social que ya está funcionando en Brasil y Colombia, y que ahora lo traen a Argentina. En realidad primero fue en el Club Virreyes en San Isidro. Pero esta vez es el turno de Ensenada. “El convenio consiste, primero, en que ellos dan un profesor de educación física, que en este caso es Juan Casajus. Él viene 10 horas semanales y hace como una especie de couching, que sería entrenar a los chicos y a los entrenadores. Y después te dan material deportivo y una profesora de inglés. También un posible intercambio deportivo, a futuro”. Charly Varela está entusiasmado con la idea. Cuenta cada paso que fueron dando en estos seis años y se le nota en los ojos que está hablando de una pasión.

En cada chica que empieza a jugar al rugby se nota ese brillo inminente que despiertan las pasiones. Seguirán yendo a bailar, estudiarán lo que les guste, será compañeras. Pero ellas, de ahora en más, serán mujeres que tacklean.

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