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Información General |Tecnologías y comunicación

Hablar en familia: versión 2.0

Cada vez más familias se suman al mundo del WhatsApp para estar en contacto de inmediato. Practicidad, funcionalidad, control y molestia. Algunos lo agradecen y otros lo condenan. ¿Por qué?

Por MATÍAS ANGELINI

10 de Diciembre de 2016 | 02:03

“¿Y si hacemos un grupo de Whatsapp así nos organizamos mejor?” Es una frase que asusta a más de uno. Catarata de mensajes, fotos que nunca vienen al caso, cadenas por hechos incomprobables y, por qué no, algún que otro debate político. Pero en tiempos del “me clavaste el visto” o “¿te fijaste su última vez?”, surge un nuevo espacio cuando se suman aquellos con los que compartimos la sangre y algo más: la familia.

Hoy por hoy, los que no tienen un teléfono celular son una minoría casi extinta. Chicos, padres, abuelos, todos están cada vez más conectados. Cada vez más familias adoptan los grupos de WhatsApp para estar en contacto en cuestión de segundos. Pero, como en todo lo relacionado con la familia, las realidades son diversas. Veamos.

LLAMAME CUANDO LLEGUES

Lautaro, 20 años, como muchos, emprendió el éxodo de su ciudad natal para irse estudiar. Ya es su segundo año en La Plata. Es el menor de sus hermanos y el único que se fue a estudiar a otra ciudad, su madre lo extraña mucho. Quizás demasiado.

“Todos los días, a las nueve de la noche, me llama”. Si no llegué a atender, llama y llama hasta que atiendo. Soy de Bolivar y vivo con un amigo de allá. Si no contesto, lo llama a él y se preocupa como si me hubiera pasado algo. Tiene WhatsApp y me escribe ahí o por el grupo de la familia. Es gracioso porque lo vuelve loco a mi papá que es mucho más tranquilo. Ahora descubrió las notas de audio y me enloquece. Es un poco exagerada, pero me quiere”, cuenta, entre risas, Lautaro.

“La sociedad contemporánea está en permanente cambio y la institución familiar no escapa a esa transformación. Debemos estar al tanto de los nuevos usos y diferentes costumbres que los smartphones producen dado que resulta imposible mantenerse al margen de lo que sucede.”

Entre usos y abusos, los grupos parecen dar el espacio para la supervisión y el cuidado del otro.

Cecilia Fasano, directora de la revista sobre psicoanálisis “Estrategias” y Jefa de Servicio de Docencia e investigación del Hospital Rossi, advierte que el vínculo con cada objeto (léase teléfono) es único en cada grupo humano. Pero en esta singularidad es donde lo que originariamente fue fundado con un fin, puede transformarse. “En principio podemos animarnos a decir que el lazo con los objetos surge porque siempre produce un cierto grado de satisfacción. Pero cuando una madre a su hijo o el marido celoso a su mujer, envían una catarata de whatsapps del estilo de ‘¿donde estas?’, ‘Avísame cuando llegas’, ‘¿A qué hora venís?’, ese objeto puede pasar de ser un vehículo de expresión de amor y deseo, a uno de control y vigilancia”, afirma la analista.

ORGANIZACIÓN Y RUTINA

Los Barbarena son una típica familia de Villa Elisa. Compuesta por dos chicos en edad escolar, una cursando en la UNLP y ambos padres que trabajan en La Plata. En el viaje habitual, la organización lo es todo. Para eso tienen a “Los BR”, un grupo de WhatsApp donde lo cotidiano es siempre “El” tema.“Se habla de quién va a cocinar, si hay alguien en casa, si alguien se olvido la llaves, quién tiene el auto”, afirma Paloma, que celebra la utilidad que les brinda el grupo a todos en la familia: “Para lo cotidiano es muy práctico.”

No hace mucho tiempo no había Whatsapp e, incluso, muchos no tenían teléfonos celulares. Y sin embargo la comunicación en las familias se mantenía igual. Llamadas a los fijos. Compromisos pactados de antemano. No con la rapidez de la actualidad, pero funcionaba.

Y todo esto también es tema de investigación para los académicos. Desde la Escuela de la Orientación Lacaniana titularon a sus jornadas de este año “El poder de los objetos. El régimen de la Pulsión en la sociedad virtual”. “Nos proponemos examinar los efectos de la hiperconexión en los sujetos y esclarecernos sobre cómo esta relación con los Gadgets altera o condiciona los modos de disfrute de los personas”, aclara Jorge Santopolo, psicoanalista y miembro de la Comisión Científica de las jornadas.

Santopolo pone la lupa sobre las familias: “La sociedad contemporánea está en permanente cambio y la institución familiar no escapa a esa transformación. Debemos estar al tanto de los nuevos usos y diferentes costumbres que los smartphones producen dado que resulta imposible mantenerse al margen de lo que sucede.”

“Hay casos en los que la hiperconexión, en el marco de una familia, puede producir distintos efectos. Tanto de desgaste de los lazos, como un acercamiento y un ‘estar al tanto’ de lo que piensan los demás integrantes. En las parejas también es notable cómo los dispositivos y las diferentes aplicaciones pueden ser el vehículo del lazo amoroso tanto como de una obsesión de control. Solemos escuchar: ‘A qué hora se conectó por última vez?’ o ‘está en línea y no me contesta’ o ‘Es un clavavistos’. Es decir, que la clave está más en el uso que se haga, que en los objetos o plataformas en sí mismos”, concluye el psicoanalista.

“ESTA GENTE NO ES MI FAMILIA”

Ahora bien, si una familia media tiene entre cuatro y cinco integrantes, en un grupo de WhatsApp más que esos ya son multitud. Y esto casi siempre pasa cuando la gran familia no tiene mejor idea que armar un nuevo grupo para continuar ese “estar en contacto” a veces incómodo en un nuevo lugar. Similar a la sobremesa de un asado, en los grandes grupos familiares conviven las fotos del viaje a Brasil de los tíos, el bizcochuelo del domingo de la abuela y muchas veces un humor político un tanto dispar, entre tantas otras cosas.

Pero algunos, en el afán de sumar a todos, suman otros cuyo vínculo con la familia no es tan fluido. Dilemaas de la inclusión: novios y novias de algunos, primos demasiado lejanos y demás vínculos aún más disparatados. Y esto vive Melina (21) agregada a un grupo donde sus parientes son los menos.

“Tenemos un grupo de WhatsApp de nuestro núcleo familiar con mis viejos y mis hermanos. Pero no hace mucho nos agregaron a un grupo con gente que en realidad no es mi familia. Nos incluyeron los que son mis primos, pero a su vez están sus primos y tíos que no son para nada los míos. Ahí interactúan bastante, sobre todo mandan chistes, fotos, y mucha chicana política”.

La particularidad que tiene el gran grupo familiar es que parece acercar a aquellos con los que no se tiene un contacto tan regular. Aunque en esta facilidad, muchas veces están los que abusan. Éxitos de los más chicos, vacaciones en el exterior y un espacio para grandes noticias familares. Todo esto tiene un lugar en el grupo “Que familia x dios!”.

“Las vacaciones de cada uno siempre están”, cuenta Melina, “mandan fotos y todos los demás los felicitan. Los más chiquitos, mis primos de ocho años, también tienen WhatsApp y están sumados al grupo. Siempre cuentan su fin de semana en el deporte. Por ejemplo, uno de mis primos juega al fútbol, entonces cada vez que juega, se ponen los resultados del nene y todos están al tanto para felicitarlo siempre. Se usa también como un espacio donde uno cuenta sus logros y a su vez todos los demas los arengan”.

Las grandes noticias se convierten en primicias en los grupos de WatsApp. “Uno de los días más llamativos fue cuando una de mis primas estaba embarazada y lo contó por el grupo. Entonces empezó a mandar fotos de las ecografías, dando la noticia de su embarazo por ahí. Todo el recorrido desde el embarazo hasta el nacimiento del bebé se vivió por el grupo. Mandando fotos constantemente como ‘Hola, acá en el obstetra!’. El minuto a minuto del nacimiento se fue contando por ahí para todos los que no estaban presentes.”

El gran desafio lo tienen esos que están siempre lejos de la conversación del momento o que, cansados de este constante bombardeo de información familiar, desean irse del grupo. La tensión que genera el no saber qué va a opinar el resto o qué se irá a hablar de la polémica salida, es siempre una incógnita.

“Es un grupo que tiene casi veinte personas, o más. Muchas veces lo siento como una presión porque, como la realidad es que no son mi familia, poco me interesa lo que están haciendo o a dónde se fueron de vacaciones. Y yo no me puedo ir porque abandonar el grupo también conlleva una carga. Todos se empiezan a preguntar por qué te fuiste, si por ahí te ofendiste por alguna chicana, o cosas por el estilo. Y a su vez el abandono sigue siendo tema de conversación”, sentencia Melina. La solución parece simple: silenciar el grupo. “Yo lo tengo silenciado y cada tanto chusmeo un poco qué andan diciendo pero nunca más allá que eso.”

Los grupos de WastApp ofrecen a las familias opciones impensadas cinco años atrás. Sus usuarios se encuentran con nuevos dilemas: acortar distancias o dejarse saturar por la presencia, virtual, del que está del otro lado; inmediatez o ansiedad; organizar la cotidianeidad familiar o zambullirse en la catarata de información irrelevante sobre familiares intrascendentes.

Hoy, al igual que ayer, parece que la respuesta está en encontrar el equilibrio.

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