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Información General |Terapias no convencionales

La eterna búsqueda para sentirse bien

Los argentinos siempre eligieron el diván para tratar sus problemas. Pero cada vez más, se inclinan por las terapias alternativas. ¿En qué consisten? ¿Qué ofrecen? ¿Ayudan a cambiar? A veces una sola opción no es suficiente. Al menos así lo expresan los entrevistados de esta nota que no paran de buscar su bienestar

Por LAURA AGOSTINELLI

30 de Mayo de 2015 | 01:49

Vivir duele. ¿Para qué le voy a contar? Es probable que usted también sea uno entre los millones de mortales que se levantan temprano para trabajar más horas de las que descansa, por un sueldo que dura lo que un suspiro. Este mundo no escatima en darnos motivos para sufrir: la enfermedad, la injusticia, el desamor. La lista sigue. ¿Ya se le fueron las pocas ganas que tenía de leer esta nota? ¿Incluso las de continuar adelante con su día? ¡Espere! Algunos dicen haber encontrado una luz al final del camino.

Para eludir el dolor de la vida se puede seguir haciendo zapping, dar rienda suelta a las compulsiones, o comprarse un libro de Claudio María Domínguez. Para enfrentarlo, hay que buscar el mejor remedio posible. En la Argentina, el psicoanálisis marca, para muchos, el camino para lidiar con la angustia. Pero a los protagonistas de esta nota, los tratamientos tradicionales no les cerraban y se adentraron en el mundo de las terapias alternativas. Hicieron no una, sino tres, diez y hasta veinte en su camino hacia la felicidad.

CONÓCETE A TI MISMO

Para Maricel Abayú la crisis del 2001 no era sólo social. Hacía un año que había llegado desde Carmen de Patagones para estudiar música, y en su interior se estaba por venir el estallido: “Me sentía dispersa, insegura y era muy dependiente”, recuerda. En su adolescencia le gustó hacer terapia, aunque “era psicoanálisis bien ortodoxo, la psicóloga me saludaba casi con la oreja”. Quería otra cosa; “necesitaba una terapia más afectiva”, especifica. Incursionó en el Reiki, y los testeos de memoria celular, pero para llegar a eso primero atravesó la terapia guestáltica.

Según la Guestalt, el autoconocimiento es la principal herramienta para solucionar los problemas. Desde 1940 este enfoque concibe al ser como un todo del que la mente y el cuerpo forman parte. Por eso las acciones pueden modificar la forma de percibir. En las sesiones se pone el cuerpo en movimiento para que la persona registre cómo se expresa y reconozca qué siente aquí y ahora.

“Abría una cuestión desde la palabra”, ilustra Maricel, “y después hacía ejercicios. Puede que parezca un simple acto, pero se te moviliza todo. Es muy fuerte”. En la terapia guestáltica grupal no está permitido juzgar al otro. Sí, difícil. Los compañeros colaboran e intervienen si algo de lo que sucede les toca en algún punto. Ella es contundente: “somos espejos”.

ABRIR TODAS LAS PUERTAS

Para el 2006, el grupo guestáltico cumplió su ciclo. Sin embargo para Maricel era sólo el comienzo. “Me gusta hacer terapia -confiesa- me parece súper objetivo compartir mis conflictos con una persona que tenga herramientas para ayudarme ¿qué mejor que un desconocido para eso?”.

Maricel empezó a recibir masajes ayurvédicos. Según la medicina ayurveda, -india y milenaria- todos tenemos tres principios metabólicos o Doshas que gobiernan nuestras funciones psicológicas y fisiológicas. En los masajes, con diferentes combinaciones de aceites esenciales, se busca equilibrarlos. Maricel cuenta cuándo le dijo adiós a esa terapia: “Logré lo que había ido a buscar: regularizar el organismo y calmar la ansiedad”.

Al poco tiempo vinieron las clases de yoga integral, combinado con ejercicio físico y meditación. También las Flores de Bach, la acupuntura y un poquito de Psicodrama. Para el 2008 tanta terapia alternativa empieza a dar frutos. Maricel forma la primera comparsa de candombe de mujeres de La Plata. A los 28, se anima a cambiar la oficina por la mochila: “Durante el 2012 y parte del 2013 viajé por Brasil, Venezuela y Colombia”, recuerda orgullosa.

A la distancia, ella entendió que conocerse era el camino hacia la felicidad y siguió abriendo puertas. Ya de vuelta en el país, ingresó al mundo de las Constelaciones familiares. “Me cambió la percepción sobre mi sistema familiar, entendí cuál es el lugar que ocupo”, revela. Para esta terapia alternativa, los conflictos de una familia se transmiten de una generación a otra. Según Bert Hellinger, uno de sus principales impulsores, existe una conciencia colectiva inconsciente que influye en el grupo y entra en conflicto con los propios deseos. Es la multiconstelación: “Suceden cosas físicas inexplicables. En una sesión me temblaba todo el cuerpo”, se asombra Maricel. Y aunque ella no entienda cómo, los vínculos se reordenan.

Si bien estaba satisfecha con los resultados, constelar una vez por bimestre no era suficiente. Por eso empezó a visitar a un astrólogo. Así entendió que buena parte de su forma de ser no está gobernada por el inconsciente, sino por cómo se hallaban los astros el día de su nacimiento.

EL TEATRO DE LA VIDA

A sus 30 años, Roberto Bruno se siente un tipo afectuoso, tranquilo y capaz de disfrutar del presente. Había que verlo antes. “Era poco demostrativo y acelerado, pero también tenía más pelo”. Salvo por la caída del cabello, los cambios de este abogado entrerriano, platense por adopción, no llegaron por sí solos: “Hace ocho años tenía arranques de furia y rompía cosas. Eran una forma de descarga esporádica”. Su novia, estudiante de psicología y con años de terapia encima, sabía que él no resistiría un diván. Lo de Roberto era la acción antes que la palabra. ¿Psicodrama? Le preguntó/propuso/imploró. Y él se animó.

Desde mediados del siglo pasado, esta terapia “permite el florecimiento de emociones, afectos, exclusiones y amores, de una manera a veces más cándida que el psicoanálisis”, explica Eduardo ‘Tato’ Pavlosky, el principal impulsor de esta corriente en Latinoamérica. Aunque se emparentan con la teoría de Sigmund Freud a la hora de interpretar la psiquis, la irrupción del cuerpo y la actuación marcan la diferencia. Esta terapia sostiene que el pensamiento, además de la palabra, contiene imágenes con elementos en interacción. Por medio de la dramatización, se intenta llegar a lo que está oculto: la escena latente.

Después de cuatro años de actuar su mundo interior todas las semanas frente a otros, Roberto reconoció su problema con la expresividad, se amigó con su cuerpo, perdió el miedo a asumir sus errores y, buceando un poco más, descubrió rasgos estructurales. “Soy menos obsesivo y más tendiente a lo histérico que otras personalidades”, confiesa. ¿Cómo se dio cuenta? “Mis escenas eran muy fluidas pero poco detallistas. Un obsesivo es mucho más meticuloso”. Tras semejante descubrimiento, se alegra de la carrera que eligió. “Si hubiese sido arquitecto, me habría muerto de hambre, o estaría lleno de juicios”, dice.

Los caminos de la vida son curiosos. Roberto empezó el psicodrama para terminar con los arranques de furia, pero no lo consiguió hasta practicar yoga y meditación, algo a lo que difícilmente se hubiera abierto sin pasar antes por el psicodrama. Recién hacia fines de 2012, cuando el grupo se disolvió, Roberto pudo dejar de romper cosas. “Si hacés yoga, tratás de trasladar la armonía interior hacia afuera. Entendí que lo primero que a uno le sale cuando entra en conflicto con otro es la necesidad de defenderse y demostrar que tiene razón. Pero eso no cambia en nada las cosas”. Durante todo ese proceso, elaboró una idea de lo que significa la felicidad: “Estar en el aquí y ahora. Estar en paz con uno mismo”.

CREER O CAMBIAR DE TERAPIA

Cuando Mirta Balboni se despierta, lo primero que toma es un vaso de kéfir -leche fermentada- o rejuvelac -fermento de semillas-. A media mañana ingiere un té con una fruta. Al mediodía se prepara una ensalada de palta, rúcula, nueces activadas, perejil y brotes. El aceite tiene que ser de primera prensada, la sal, del Himalaya. No debe tomar agua hasta media hora después de almorzar, si es que quiere absorber bien los nutrientes. “Comer de esta manera hace que andemos más livianos por la vida”, pregona.

Desde hace un año Mirta incursionó en la Alimentación viva, una tendencia que propone volver a las comidas previas al descubrimiento del fuego: frutas, verduras, raíces, algas y semillas. Siempre a menos de 42 °C, así conservan los nutrientes. Por fin, a sus 53 años, encausó su forma de comer: “Intentar controlar la alimentación me consumió la energía de toda la vida”. Llegó recomendada por su doctor en Medicina neural, y lo que empezó como el intento de hacer seis Depuraciones hepáticas, se transformó en un camino alimenticio.

Desde hace 30 años Mirta pasa de una terapia alternativa a otra invitada por algún amigo, por curiosidad y, sobre todo, por desconfianza. “Siempre fui muy escéptica. Empezaba para probar, pero muchas veces terminé creyendo”. Más allá de la curiosidad, había un motor más profundo en su búsqueda. “Tenía un gran vacío”, dice. A sus veinte, eso se trataba de otra manera. “Enseguida te mandaban al psiquiatra y te medicaban”. Harta de la medicación, decidió buscar una psicóloga, pero tampoco funcionó. “En ese tiempo te decían lo que tenías que hacer, era muy imponente”, remarca.

Sin pensarlo demasiado, empezó su recorrido por el mundo de lo alternativo. “A los 23 hice Metafísica: dibujábamos y teníamos que buscarnos un nombre. Al cantarlo, resonaba y te equilibraba energéticamente. Estuve un año, hasta que me mudé. Después vinieron las meditaciones con Maharishi: veíamos un video de ese maestro indio que hablaba de la vida. Después nos daban una fórmula secreta para meditar. Nunca me funcionó”.

Al poco tiempo Mirta optó por la Dianética: una pseudociencia propuesta por la Cienciología como una tecnología capaz de terminar con las experiencias dolorosas almacenadas en la “mente reactiva”. “Hacíamos regresiones, íbamos incluso hasta el momento del nacimiento. Nunca sabés si es verdad o si te dormiste”, aclara. Luego llegaron las Flores de Bach: “Sirven para manejar las emociones. En ese momento pesaba 75 kilos”. Con su metro sesenta, estas dimensiones la angustiaban. “En un primer momento me sirvió la terapia, pero después seguí comiendo mucho”, se lamenta.

En 1997 conoció las Danzas circulares: “Nos tomábamos de las manos y hacíamos coreografías breves. Es como una meditación en movimiento”. Le gustaron tanto que aprendió la técnica y ahora las enseña en el Centro de día donde trabaja. Por el camino del baile se acercó a la Danzaterapia. “Todas las estructuras que uno tiene en la cabeza, el ‘no hagas esto’, ‘no digas lo otro’, terminan afectando al cuerpo. Al movilizarlo, la cabeza se destraba. Es para el que quiere encontrarse consigo mismo”.

Luego el camino se volvió errático. Probó con Tai chi, Chi kung, y Yoga, pero no hubo caso. “Eran muy quietos para mí”, sentencia. Entró a un grupo de meditación que al poco tiempo le pareció incoherente con la filosofía que divulgaba. Intentó con Biodanza. “No había mucha libertad de movimiento”, dice. Por fin, en el 2003 hizo un taller de máscaras: “Es maravilloso para los que no pueden mirar a los ojos a los demás. Te sentís protegido y entonces te soltás. Afloran todas las cosas feas que uno tiene”. Mirta sintió que volvía al carril de las terapias que le hacían bien. Dice haber obtenido buenos resultados con la homeopatía y con la digitopuntura. Siguió con el Reiki, las Constelaciones familiares, los Cuencos tibetanos, y la Reenergetización vía Skipe.

Mirta siempre hizo su camino a tientas pero, al repasar todas las terapias, encuentra un sentido que las enmarca: “Creo que siempre estuvo la necesidad de aprender a socializar”, confiesa y agrega: “Siempre fui muy tímida porque había hecho sólo hasta tercer grado”. Entre una y otra terapia, ganó seguridad para expresarse y no sólo terminó la primaria, pasó por la secundaria, y ahora estudia música: “Dejé de estar dormida”, se alegra. Para ella la felicidad está dentro de cada uno, pero algo le dice que el camino no termina: “Esta búsqueda es infinita”.

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