La milla 200: la zona donde el país pierde cada año millones de dólares en pesca ilegal

“No hace veinte minutos que el avión despegó de Trelew y ya se ve en el horizonte, hacia el Este, un intenso resplandor. Un resplandor permanente, distinto del provocado por los esporádicos rayos que desde hace un rato iluminan el cielo nocturno. `Parece que voláramos hacia la costa, no?`, dice el piloto del avión de la Armada Argentina mientras avanza hacia ese resplandor que se hace cada vez más intenso y que, de a poco, va revelando su naturaleza. Proviene de una verdadera ciudad flotante, integrada por decenas de barcos llegados desde distintos rincones del planeta. Son naves chinas, coreanas, camboyanas, japonesas, españolas. Vienen a buscar uno de las reservas más importantes de calamar del mundo. Y algunos de ellos esperan pegados a la línea que delimita la zona económica exclusiva argentina para ingresar furtivamente y pescar de manera ilegal”.

La descripción, que corresponde a un sobrevuelo de la milla 200 realizado por este diario en el año 2005, no varía en nada de la que podría hacerse hoy. O sí. Entonces se calculaba que eran unos 250 los “poteros” (pesqueros de calamar) que traspasaban cada año el límite de la zona económica exclusiva de Argentina para pescar en su interior; hoy Prefectura habla de unos 400. Y la pérdida estimada en recursos ictícolas ronda ahora los U$S 4000 millones por año.

El potero chino hundido por Prefectura mientras pescaba ilegalmente días atrás ha vuelto a poner el foco sobre una región de nuestro territorio tan rica en recursos como rapiñada por su vulnerabilidad. Y es que por su propia extensión, la Zona Económica Exclusiva de Argentina, un área de 2.800.000 kilómetros cuadrados que se extiende a lo largo de la costa hasta 200 millas mar adentro (unos 370 kilómetros), resulta de por sí muy difícil de custodiar. Pero el problema, como explican los expertos, no se limita sólo a su vastedad.

En medio de las tensiones de jurisdicción que dejó la ocupación británica de las Islas Malvinas, esa región del Atlántico sur donde se hallan casi todas las especies ictícolas más codiciadas por el mercado mundial, es una mina de oro sin dueño para la industria pesquera que la explota en forma no regulada y, cuando surge la oportunidad, también en forma ilegal.

LA CIUDAD FLOTANTE

La ciudad flotante que se observa desde el aire corresponde a la enorme flota de pesqueros instalada justo al borde de la milla 200, ya en aguas internacionales y, por tanto, fuera de toda regulación. Y la luz verdusca que emana como un enorme resplandor corresponde a los potentes reflectores utilizados por ella para atraer a la superficie al calamar. El 80% de las reservas existentes de esta especie cada vez más codiciada –en tanto se agotan otros caladeros en el mundo- se halla precisamente en esa zona que, de un lado, es tierra de nadie y, del otro, corresponde a nuestro país.

Tras haber depredado a la langosta chilena y comprometido seriamente las reservas pesqueras canadienses, esa flota que técnicamente se conoce como IUU (Ilegal, Unreported, Unregulated) se concentra ahora alrededor del calamar. ¿Correrá éste la misma suerte que otras especies ya en riesgo? La respuesta a esa pregunta se define cada año entre los meses de enero y julio, cuando la especie se desplaza de sur a norte bajo la creciente amenaza de la pesca furtiva, que obliga a multiplicar los controles de la Armada y Prefectura Naval.

Se trata de una pelea que pone a los guardacostas frente a un rival muy bien organizado y cada vez más agresivo: buques factoría ilegales que operan sin pausa recibiendo aprovisionamiento de combustible, víveres y mano de obra que trabaja en condiciones infrahumanas. “Detenerlos no es fácil –explican voceros de Prefectura-. No basta con detectarlos dentro de la zona económica exclusiva porque tienen permitido navegar libremente por ella; hay que encontrarlos in fraganti pescando, tomarles fotos que demuestren la infracción, intimarlos a dejar de pescar y, si se niegan, perseguirlos, abordarlos, secuestrar la carga y entregarlos a la Justicia Federal”.

“Detenerlos no es fácil. No basta con detectarlos dentro de la zona económica exclusiva porque tienen permitido navegar libremente por ella; hay que encontrarlos in fraganti pescando”

A las complicaciones que impone el protocolo de captura se le suma lo que los propios capitanes fuera de la ley están dispuestos a hacer para eludir la cárcel y multas que hoy no bajan de 10 millones de pesos. Con frecuencia apagan las luces e intentan huir; pero también embisten contra los guardacostas (como hizo días atrás el del pesquero chino), arrojan su carga al mar y hasta se han dado casos en que abandonan o hunden sus buques para eludir la sanción.

“AGUJERO AZUL”

Pero más allá de las dificultades técnicas para poner coto la pesca furtiva –explican conservacionistas y biólogos expertos en el tema- está el vacío legal en torno al lugar de donde emana toda esa riqueza: el “Agujero Azul”. Con ese nombre se conoce un área ubicada en aguas internacionales, cerca del límite de la zona exclusiva argentina, donde el choque de la corriente fría de Malvinas con la cálida de Brasil produce una abundancia inusual de nutrientes y especies marinas.

El problema –dice el doctor Rodolfo Werner, ex coordinador del Foro para la Conservación del Mar Patagónico y un reconocido consultor en este tema- es que “el calamar, como cualquier otra especie marina, no reconoce límites políticos de jurisdicción. Va y viene entre las aguas internacionales y las que corresponden a la explotación de nuestro país. Y dado que se trata de una zona que desde la ocupación de Malvinas, Argentina `comparte` con el Reino Unido, la forma más sencilla de proteger el recurso (es decir que ambos países conformen un organismo regional pesquero para su manejo) hoy no es viable”.

“Como nuestro país no está dispuesto a sentarse a discutir con el Reino Unido temas de pesca porque eso implicaría reconocer su soberanía sobre Malvinas, lo que sucede hoy es que Argentina, bien o mal, hace su propio manejo en su zona exclusiva; el Reino Unido, bien o mal, hace el suyo en la propia; y en el medio una flota internacional no regulada explota el calamar sin ninguna restricción”, comenta el biólogo.

¿Podría decirse entonces que no hay solución; que sólo cabe esperar que las reservas de calamar tarde o temprano terminen por agotarse? Werner, como muchos conservacionistas, consideran que no es así. Desde hace años viene trabajando junto a otros colegas para que Naciones Unidas cree un área marina protegida alrededor del Agujero Azul a fin de proteger el recurso en aguas que están más allá de la jurisdicción nacional. “Nuestro país debería ser uno de los más interesados en que se cree ese marco regulatorio”, dice el biólogo al señalar que “a este ritmo de explotación no va a pasar mucho tiempo antes de que el recurso se termine por agotar”.