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La terapia de las manualidades

Cuando muchos buscan capacitarse en el manejo de redes y aplicaciones que los conectan con todo y todos al mismo tiempo, ellos eligen otra cosa. Tapicería, costura, bordado y diseño de calzado son algunos de las experiencias de aprendizaje con más demanda. ¿Por qué buscan aprender estos oficios? ¿Apelan a las manualidades como un espacio de creación y distracción? ¿Con qué los conecta?

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24 de Septiembre de 2016 | 01:07

LUCRECIA GALLO

 

“Mi abuela fue la costurera del barrio. Mis visitas a su casa se enredaban en hilos de colores, retazos, faldas y blusas. Cuando falleció decidí abrazarme a uno de sus apuntes de costura y sentí que quería ser un poco más como ella”, recuerda Mariana Da Pieve Genta, 32 años, licenciada en Comunicación Social, cuando cuenta cómo empezó el taller de moldería, corte y confección.

Ocho horas de trabajo diario, un poco de actividad física en el parque y una maestría virtual se llevaban parte de su día hasta que se compró una máquina de coser. Ahí va Mariana, cargada de telas, papel de moldería y alfileres de colores, una vez por semana al taller de Julieta. Una profe piola, dos alumnas por clase y jornadas teórico-prácticas.

“Te tomás las medidas, hacés tus propios moldes y arrancás confeccionando lo-que-quie-ras”, dice esta joven que comenzó cosiendo bolsitas y manteles hasta que le agarró la mano a la máquina y llegó a lo que define como la mejor parte: “hacerte tu propia ropa”. Lo vive como un espacio no rentable, sin tiempos y se permite crear sin buscar la perfección. Al menos así lo expresa su regla máxima: “Lo que hago lo uso sin importar el resultado, tiene más valor porque lo hice yo”.

“Nunca me imaginé que iba a esperar a cobrar para ir a una casa de telas”, comenta Mariana, y con la picardía de quien te cuenta un secreto, asegura: “Ahí comienza la magia”. Cada vez que va por la tela de un vestido, se lleva toalla, lycra, fibrana y de pasada dos metros de lona para tomar mates en la plaza.

Desde que empezó, hace un año, siempre obtuvo mucha satisfacción: “De todo se aprende”, reflexiona y no le miente: logró remeras queriendo hacer vestidos, calzas que no suben porque compró telas con un solo rebote, polleras apretadas porque improvisó cambios en el cierre. Pero más allá de todas las dificultades, ahora crea y diseña, lava telas, apura el secado, las corta y piensa detalles para darle un sello personal a sus prendas. “Uno se reinventa y pone en valor experiencias personales. Siempre pienso cómo se reiría mi abuela Tata si me viera intentar coser”, sonríe -nostálgica- Mariana.

Como bien lo explica la psicoanalista y escritora de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA), Gloria Gitaroff: “Las habilidades manuales nos conectan con los valores que les atribuyamos, pero también con un ritmo más calmo, como decía María Elena Walsh “un mundo no apurado” alejado de la inmediatez y la multitasking, y la dispersión de la atención, tan corriente hoy en día”.

APRENDER A APRENDER

Eray Arce, 30 años, socióloga empezó a incursionar en esto a fines del año pasado. Si bien estudió danzas y teatro, nunca se imaginó que las manualidades eran algo que ella podía hacer. “No es que tuviera temores –explica-, pero yo no sabía cortar con tijera”. Tuvo que aprender de cero. Todavía está intentando coser a máquina, según cuenta y además: es zurda, lo que puede ser una dificultad en sí misma, cuando de usar las herramientas se trata.

Confección de zapatos y, restauración y tapicería, son los dos cursos a los que asiste tres horas cada miércoles y jueves. Todo empezó, un poco como consecuencia de la construcción de la casa de su novio -que además de ser sociólogo como ella, siempre se dedicó a la carpintería, herrería y cuchillería- y otro poco por gusto, porque Eray también comparte con su novio el curso de calzado. “Hacemos todo el proceso del zapato, de inicio a fin”, describe al tiempo que asegura: “juntos nos fuimos enganchando con esto de dedicar tiempo a las manualidades”. Los sábados y domingos mientras toman unos mates ya es un clásico cortar cueros o lijar una silla.

“Lo que aprendes es más que hacer un zapato”, dice Eray al señalar: “Aprendés unas habilidades para enfrentarte a un problema práctico, eso es lo más interesante”. No todos los zapatos te salen bien. Solo por darle un ejemplo: hace poco restauró una silla, que cuando le dio el último martillazo, se rompió. Todo el trabajo que había hecho, lo tuvo que volver a hacer. “Desarrollás una dimensión que yo tenía poco explorada -asegura-, es muy gratificante cuando ves la proyección real de tu trabajo”. Las amigas le piden zapatos a medida, imagínese.

Ella nunca se había imaginado del lado de las manualidades pero en el fondo siempre supo que es algo que cualquiera, que se lo proponga, lo puede desarrollar, con mucha práctica. Como cocinar, jugar al fútbol o estudiar. Sin darse cuenta Eray encontró dos espacios que la guiaron en los arreglos de la casa y la ayudaron a descomprimir la rutina de los trabajos tan mentales como los que hace sentada frente a una computadora. “Poder pensar durante tres horas si estás tensando bien el cuero o la tela te conecta con otra cosa, te pone en otro lugar. Siento que esto es un impasse en mi vida”, expresa Eray con la certeza de que lo necesitaba mucho.

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Producir con las manos y no tanto con la cabeza es algo que a Constanza O´Toole, 32 años, dueña de la marca de ropa Insoportable Hiel, también le pasó. Siempre intervenía las prendas. “Les bordaba detalles con hilos y piedritas, mostacillas. Un día se dijo: “quiero arrancar bordado”.

Con el bastidor y los hilos seleccionados, Constanza tiene siempre el bordado a mano en la mesa de luz. Lo que al principio fue solo una idea lo transformó inmediatamente en un hobby y una herramienta para la indumentaria. Se compró bastidores de distintos tamaños y ya mandó a pedir dos paquetes de hilos a China.

“Es tan hermoso lo que se genera en las clases de bordado: todos alrededor de una mesa trabajando la tela”, dice Constanza que hasta se imagina profe de bordado en un futuro. Pero sabe que para eso deberá perfeccionarse. Por ahora disfruta. “No hay nada más lindo que irme a la habitación, hacerme un mate, poner Netflix y bordar. Es un placer. No pensás en nada”, asegura.

Caminos, almohadones y servilletas bordadas son algunas de las cosas que hizo con sus manos. Cuando ve algo bordado se para a mirarlo y eso es lo que de algún modo le gustaría generar, más allá de las modas, en su marca: “Juega mucho con el valor simbólico de las prendas y el bordado le da ese valor agregado de lo hecho a mano, de la pieza única”, subraya.

Se distrae, se desenchufa, muestra lo que hace, se alegra de sus logros. Por ahora, sus amigos y familiares solo le piden fotos de los avances. Y las devoluciones de los que la quieren la retroalimentan. Como también se sirve de la tecnología. Usa Instagram para seguir páginas que trabajan con el bordado. Pinterest, porque tiene matrices para calcar dibujos. Además las posibilidades no se quedan en la tela. Constanza ha visto bordado en chapa, en papel, cerámica y hasta una técnica de bordado aéreo. El taller y su profesora le ayudaron a ver un poco más allá.

“Porque vivamos en la era digital, e incluso la disfrutemos y compartamos, no significa que las demás habilidades desaparezcan, sino que conviven armoniosamente en aquellas personas que por situaciones laborales, por tradición o por placer, se dedican a otras actividades: no todo empieza y termina en el mundo digital”, describe la licenciada Gitaroff y explica: “Los chicos siguen encontrando placer en dibujar e incluso regalan sus dibujos a las personas que quieren. Cuando apareció la televisión se pronosticó la muerte del cine y del teatro, hasta que cada uno encontró su lugar”.

DEL LADO DEL QUE ENSEÑA

Luz Gentili, 39 años, artista plástica, está del lado de los que enseñan. Pintura, técnicas decorativas, reciclado de muebles y tapicería son algunos de los talleres anuales que desarrolla en su taller de artes y oficios, a la vez que hace trabajos por su cuenta. “No me proyectaba haciendo esto, siempre dije que no tenía vocación docente y ahora me encanta”, dice.

Primero fueron las clases de pintura a una amiga, después a otra y así siguieron, distintos cursos hasta llegar al actual taller-tienda, donde asisten alrededor de 50 personas. En su mayoría mujeres con distintas motivaciones. Las de veintipico empiezan con la banqueta para la primera casa. Las que le siguen en edad, viene a hacer algo que les guste mucho, cansadas de la rutina laboral y las que están a punto de jubilarse se acercan con una intención mucho más clara: aprender algo que puedan hacer todo el día.

“La mayoría parte de un objetivo: quiere hacer algo específico y con mucha ansiedad, pero el taller los abre a otras cosas”, dice Luz y señala que algunos se atajan: “Mirá que yo no sé dibujar eh”.

“Hay algunos perfeccionistas, exigentes. El que se puede reír y decir de esto aprendo, sigue. El que no soporta ver que le cuesta, deja y después se engancha otra vez. Pero yo siempre les digo que tienen que pasar ese límite. ¡Sí nunca hiciste nada! Se te abre un mundo”, remarca Luz. Tanto, que los que un sábado por la mañana solían prender la compu ahora estarán cortando telas o lijando un mueble.

“El aprendizaje es un proceso intransferible que se desarrolla en cada individuo, ayudado con los estímulos del medio en el que están incluidos tanto los maestros como la información que recibimos”, entiende la doctora en psiquiatría, miembro de APSA y titular en función didáctica de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) Lía Rincón y reflexiona: “Es cierto lo que dice el filósofo surcoreano Byung-Chul Han sobre las manualidades. La ventaja que

mantienen claramente sobre la actividad con las maquinas es que no son

alienantes y no impiden el contacto con nuestro pensamiento”.

CON LAS PROPIAS MANOS

Con padres contadores, Luz aprendió el arte del reciclado de su abuelo, un hombre que arreglaba todo y al que ella le andaba atrás, mirando. “A mí siempre más que hacer las cosas de cero, me gustaba arreglarlas, como mi abuelo”, cuenta Luz y recuerda que siempre fue de levantar cosas de la calle.

Entre sus reglas están: no condicionar la mirada del que empieza, sino ampliarla. Nada de lo que hagan está bien o mal. Olvidarse del resultado y materializar las ideas. Bajar la ansiedad, probar las cosas que funcionan y las que no. “Vale todo”, dice. Cada vez que termina un taller, lo comprueba: “ellos se van felices y yo solo espero poder seguir haciéndolo”. De eso se trata, querido lector: desandar lo hecho y poder arreglarlo, claro está, con sus propias manos.

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