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Información General |HISTORIAS PLATENSES

La vida a contramano: trabajadores de la noche

Cuando la mayoría de las personas duermen, ellos trabajan en las sombras. Las particularidades de sus trabajos y los trastornos que provocan. Los secretos de la noche y las impresiones de vivir a contramano del mundo

Por EZEQUIEL FRANZINO

27 de Febrero de 2015 | 23:02

Mientras usted está contando ovejas para conciliar el sueño, ellos ya no saben qué hacer para espantarlas; los trabajadores de la noche están ganándose el mango en un horario que fue creado para el descanso. Cuando el odioso estallido del despertador anuncie que es hora de empezar una nueva jornada, ellos sabrán que falta menos para apoyar un rato la cabeza en la almohada: antes deberán hacer trámites, prepararles el desayuno a los hijos o, en el peor de los casos, dirigirse hacia otro trabajo.

Como si fuera poco con esto, trabajar en la trasnoche implica una serie de sacrificios que trascienden al hecho de desempeñarse en un horario inusual: es pasar las fiestas solo como un hongo, no poder asistir a cumpleaños o reuniones sociales, no dormir con la pareja, llegar a casa cuando todos se fueron, es vivir con el reloj cambiado.

Quizás esto no sea otra cosa que una condena divina: a quien madruga Dios lo ayuda, pero al que se acuesta a las 8 de la mañana… ¿se lo castiga?

El cuerpo pasa factura, el malhumor es incontrolable y durante el día se sigue con la rutina como el resto de los mortales. “Al trabajar de noche se altera el ritmo circadiano o el denominado “reloj biológico”, dice el médico Franco Gregorietti; “esto genera desorden hormonal, insomnio, aumento de peso, cambios en la piel y una baja de las defensas y el sistema inmune”, agrega este profesional de la salud que aún padece las jornadas de guardia en el hospital.

Es cierto, también están aquellos a los que en la tranquilidad de la noche pueden sacar lo mejor de sí. Escritores inspirados sin horarios, estudiantes que consiguen concentración mientras todos descansan o músicos que componen a las cuatro de la mañana con la calma que les provoca saber que al otro día podrán amanecer a las 2 de la tarde. Excepto este puñado de artistas y algunos otros que conforman el club de los desvelados, cualquiera de los terrestres prefiere los trabajos diurnos.

DOCTORADO EN VIGILIA

Si hablamos de sueño, Sebastián Picabea tenía uno: quería ser médico a toda costa. Su padre falleció cuando él tenía 16 años y su mamá no podía bancarlo en su aventura universitaria. Si quería venirse a estudiar desde Bahía Blanca hasta La Plata, no había otra alternativa que aceptar cualquier trabajo y sin restricciones de horarios.

El primero que consiguió fue como playero en una estación de servicio. El sosiego del pernocte le permitía llevarse los libros y estudiar en la garita mientras esperaba que algún cliente se acercara a cargar combustible. A veces tenía que trabajar desde las 10 de la noche hasta las 14 del otro día, pero lejos de quejarse, agradecía la oportunidad: “era un trabajo tranquilo que me permitía estudiar y cursar” dice, ya con el título de médico. “Inclusive conseguí trabajo como médico cargándole nafta a un tipo que trabajaba en una clínica”, agrega Picabea.

Mientras cursaba el cuarto año de la carrera consiguió su primer trabajo vinculado a la profesión. Un ambulanciero del conurbano bonaerense lo contrató como ayudante de médico y durante la noche realizaba guardias domiciliarias en zonas donde sólo los valientes se atreven a meterse durante el día: “era un trabajo picante… recorríamos Dock Sud y otros lugares que no te imaginás lo que eran” dice Sebastián y abre los ojos, “encima la ambulancia se rompía seguido y terminábamos haciendo las visitas en un Ford Falcon” agrega.

Antes de morir con el ambo puesto decidió renunciar. En ese entonces vivía en la casa de estudiantes de Bahía Blanca, y como la residencia tiene un salón que se alquila para fiestas, el aspirante a médico trabajaba los fines de semana en un turno al cual ya empezaba a acostumbrarse: “A veces hacía de DJ y otras veces de patovica”, dice Sebastián;“si hay algo que no tengo es vocación de seguridad, pero tenía que hacerlo” dice entre risas.

La odisea para conseguir el título no terminaría allí. Como Sebastián no pudo cumplir con los objetivos académicos que la casa de estudiantes demandaba para seguir ocupando una cama, este ejemplo de tenacidad y sacrificio, tuvo que empezar a sacar cuentas para conseguirse un departamento: “Los ahorros me alcanzaban para pagar tres meses de alquiler sin tener que trabajar y me quedaban 7 finales por rendir” recuerda Sebastián. “Estudié matiné, ronda y noche y pude recibirme en ese tiempo”, dice con orgullo.

La calma y el buen descanso tampoco llegarían con el diploma. Ahora, a los 32 años, tiene dos trabajos. Durante el día hace la residencia de clínica en un hospital privado de la ciudad, y por la noche (para no perder la costumbre) trabaja en la guardia de un servicio de ambulancia. “He pasado más de 72 horas sin dormir y la verdad es que no se lo recomiendo a nadie”, afirma el médico, “es imposible estar al 100% en esas condiciones. Te quita rendimiento y estás lento”.

“Al trabajar de noche se altera el ritmo circadiano o el denominado “reloj biológico”. Esto genera desorden hormonal, insomnio, aumento de peso, cambios en la piel y una baja de las defensas y el sistema inmune”

 

Para la psicóloga Pía Grazioso, con los trabajos nocturnos el psiquismo sufre impactos producto de un desgaste. “Tarde o temprano empiezan a generarse trastornos de la alimentación y del sueño, que son los principales factores de orden y estabilidad del psiquismo”.

DE NOCHE Y HASTA EL FINAL

De una u otra manera, el destino de Marcelo era terminar en una funeraria. En el año 92, después de un tremendo accidente de motos que lo tuvo 45 días en coma, zafó de milagro. “Yo podría haber currado como Víctor Sueiro, porque vi la luz blanca”, dice este hombre calvo de 45 años que trabaja por la noche. “Aunque te soy franco, no sé si era ese túnel del que hablan o las luces del quirófano”, agrega con seriedad y con tono de misterio.

Tras 15 años de aquel accidente que le provocara fractura expuesta de fémur, pérdida del conocimiento, una traqueotomía y todo tipo de dolencias, Marcelo consiguió empleo en una casa de sepelios. “Mi hermano, que trabaja de lo mismo, me consiguió una entrevista. Estaba desesperado por trabajar y ni me importó que fuera en este lugar ni en el turno noche” dice este hombre que se encarga de contratar los servicios fúnebres desde hace 8 años.

De traje y corbata, Marcelo pasa la noche en una sala que tiene un sillón -donde suele dormitar apoyando la cabeza en una almohada que se usaba para los difuntos- televisión por cable y un anafe para prepararse el mate. A quince metros de ese cuarto están los muertos que al otro día serán velados, y durante sus inicios en el puesto, esa cercanía le generaba pánico: “Las primeras semanas estaba congelado” recuerda este hombre que durante el día hace trabajos de gestor “cualquier ruidito me hacía saltar del sillón, tenía un cagazo bárbaro. Después es como todo… te acostumbrás”.

A lo que no termina de acostumbrarse es a vivir con el reloj cambiado. Cuando sale a la mañana, antes de acostarse trata de pasar tiempo con su hija o de hacerle trámites a la madre. Más tarde descansa unas horas -lo que para cualquiera representaría una siesta- realiza los trabajos de gestor, visita a su novia, cena algo y casi sin darse cuenta ya está de nuevo en la casa velatoria. “Acá no dormís. Suena el teléfono a cualquier hora de la madrugada y hay que organizar el servicio. El muerto no te avisa cuando se va a morir, te pasa un 24 de diciembre, un 31. Este trabajo es así”.

No sin antes comerse un caramelo de menta, en una funeraria del centro de la ciudad Marcelo recibe a los parientes del fallecido, solicita toda la documentación necesaria y ofrece distintos modelos de féretros. Luego quedará a disposición de la familia para lo que se necesite, incluso algunas tareas con las que Marcelo aún resulta impresionado. “Lo peor de este trabajo es que acá se ven las mayores miserias humanas. Los cuerpos todavía están calientes y los parientes ya se están peleando por las propiedades que dejó el difunto”.

TAXI DRIVER EN LAS DIAGONALES

En la madrugada, Ariel Nicoletti puede pasarse más de dos horas en una parada de Plaza Italia esperando algún viaje. Mientras su cabeza rebota contra el volante, sueña con que pronto llegará ese pasajero que le pedirá que lo lleve a Buenos Aires y que le salve la noche: “A veces te pasa eso y la alegría es inmensa”, dice Ariel, “hoy está muerta la noche de La Plata. Si los del turno mañana hacen 40 viajes, nosotros hacemos 20”.

En la jornada de doce horas, que arranca a las cinco de la tarde y termina a las cinco de la mañana, Ariel además de buscar el mango diario, toma mates con los compañeros de parada, picotea algo y escucha radio. Antes del amanecer vuelve a su casa y duerme cuatro horas. “Por suerte mi señora consiguió trabajo así que a la mañana a los nenes los cuido yo”, dice este taxista padre de cuatro chicos.

Después de prepararles la leche, cambiarlos y llevarlos al colegio, si queda tiempo dormirá una siesta. Los domingos tiene franco, y aunque ese día pueda dormir hasta la hora que le plazca, a las ocho el tipo está arriba de nuevo. “Los domingos están las carreras de autos”, dice Ariel, “es mi pasión y no me las pierdo ni loco”, agrega el taxista y muestra orgulloso el tatuaje que lleva en el antebrazo con el logo de Chevrolet.

En la paz de las sombras, este fanático de los “chevy” elude el caos del tránsito, los bocinazos y el calor que brota desde el asfalto. Eso sí, está expuesto a los robos y se siente vulnerable aunque lleve en el auto una alarma antipánico. “En los 20 años que llevo de taxista me afanaron más de 10 veces” dice con resignación “igual entre los compañeros tratamos de cuidarnos y ayudarnos”.

Pero hubo una noche en que no fue así. Dos tipos que salieron de un cabaret en La Plata le pidieron que lo acercaran hacia otro ubicado en Ensenada. Antes de llegar, le mostraron un revolver, le quitaron la recaudación, lo golpearon hasta el hartazgo y lo dejaron en calzoncillos. “Menos mal que la policía los encontró al rato” dice todavía con bronca Ariel Nicoletti.

Dice el saber popular “el momento más oscuro es justo antes del amanecer”. Es hora de volver a casa. Quizás no es la vida que eligieron, pero el pan siempre es más fresco para los trabajadores de la noche.

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