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Los ídolos del futuro

Son jóvenes y se perfilan como estrellas del fútbol y la gimnasia artística. Para algunos, ya son la esperanza de los hinchas del Pincha, del Lobo y de los amantes de los deportes olímpicos. Quiénes son y cómo viven los futuros crack de la Ciudad

Por

29 de Agosto de 2015 | 02:22

MARISOL AMBROSETTI

Platenses célebres hay y, después de leer esta nota, verá que la lista tiene chances de crecer: René Favaloro, Federico Moura, Juan Sebastián Verón, Iñaki Urlezaga, son sólo algunos ejemplos.

Seguramente usted como yo y la mayoría de los mortales, más temprano que tarde fantaseó con destacarse en algo, ser “descubierto”, hacerse famoso y entrar al Olimpo de los triunfadores. Pero no, no pudo ser. En la mayoría de los casos es así, asumámoslo. La fórmula para “llegar” combina talento inusual, esfuerzo arduo y sí, algo de suerte.

Estas son historias de tres platenses talentosos en la etapa del esfuerzo ¿Llegarán? Todo indica que sí. Bautista Cascini y Eric Ramírez, con 18 años cada uno, se destacan en el fútbol de Estudiantes y Gimnasia, mientras que la destreza de la pequeña Abigail Magistrati, de sólo 11, podría hacernos acreedores de una medalla olímpica en 2020. Con ustedes: los ídolos del futuro.

DE TAL PALO

A los siete, Bautista le dice a su mamá que lo despierte a las 4 de la madrugada. Es la noche del 13 de diciembre de 2003 y en pocas horas verá la final de la Copa Intercontinental que disputan en Yokohama, Japón, el Boca de Bianchi y el poderoso Milan italiano. El partido termina en empate y ya se vive el tormento de los penales. En el momento decisivo, la cámara enfoca a Alfredo Raúl Cascini que camina hacia el punto penal. Si la mete, Boca es campeón. El pequeño Bautista se despabila del todo al grito de “¡es papá!” Acto seguido, el remate seco y esquinado de Cascini logra la hazaña. Mientras su mamá lo abraza al grito de gol, Bauti siente que su papá es un héroe.

Bautista Cascini se recuerda con la pelota desde los primeros pasos. Cuando su madre salía y se quedaba en casa con su hermano Salvador y su papá, el trío de varones convertía una botella de plástico en pelota y la casa en cancha donde todo valía. Los chicos terminaban empapados, festejando a upa de Alfredo Raúl.

Bau, como lo llaman sus amigos, empezó con fútbol a los 7 en la escuela EFI del Parque San Martín. A los 9 arrancó en Estudiantes. Como su padre, es mediocampista y calentón: “Pero no puteo a los compañeros, puteo a los rivales”, aclara. “Mi viejo era más aguerrido, funcionaba como tapón, no precisaba la pelota para jugar. Mi característica, en cambio, es más el contacto con la pelota”.

A los 4, empezó el jardín de infantes en Francia porque su padre había firmado contrato con el Tolouse Football Club. Uno de los pocos días libres de entrenamiento, el jugador quiso ir a buscarlo. Lo encontró acurrucado, aburrido y solo en un rincón de la salita mientras los demás jugaban enloquecidos. “Yo no entendía nada, hablaban en francés ¡imaginate!”, dice hoy Bautista y agradece que ese día su papá se haya apiadado y decidido no mandarlo nunca más.

Hoy juega en la quinta de Estudiantes e incursiona en la reserva. Con 1,71 de altura, 65 kilos, corte estilo Kun Agüero pero rubio y de ojos verdes, es lógico que en sus comentarios de Face se repita la palabra “facha”. El pibe tiene pasta de campeón, sí, pero no todo es herencia: cuando iba a la primaria, en la escuela Italiana, cumplía con doble turno y de ahí se iba a entrenar: “Tenía menos de doce años, salía de mi casa a las ocho de la mañana y volvía a las ocho de la noche”.

En el secundario, les pidió a sus padres que lo cambiaran de escuela. La jornada de ocho horas más el entrenamiento lo agotaba. Nunca se planteó dejar de entrenar: para él, primero el fútbol. “Mi papá no quiso que dejara la escuela, ‘se te va a atrofiar la cabeza’, me decía”. Recién en cuarto año aflojó. Lo dejaron pasarse a una escuela pública y nocturna, una costumbre extendida entre los chicos del fútbol. Con tal de entrenar y de que ningún otro le quite su lugar en la reserva, resignó el viaje a Bariloche con sus compañeros de la Italiana. “Por eso también me fui del colegio”, confiesa: “Iban a estar todos entusiasmados con el viaje y yo me iba a sentir afuera de todas las charlas”.

Arrancó Derecho en la UNLP este año, sin embargo dejó para entrenar. Le gusta salir con amigos pero hay una regla que cumple a rajatabla: los viernes están prohibidos por las leyes del fútbol: “Los sábados juego en reserva, no me lo pierdo ni loco”.

Llegar al deporte de elite requiere disciplina y trabajo, por eso más de una vez, Bautista sueña con vacaciones: “¿Pero sabés qué me pasa?”, cuenta extrañado de sí mismo: “Cuando me voy a la playa pasan un par de días y quiero volver a entrenar”. Para su cuerpo, el mejor descanso es hacer lo que más le gusta.

JUGUEMOS EN EL BOSQUE

Eric Iván Ramírez tiene 18, es morocho, delgado y sí, como buen jugador también usa el pelo rapado abajo, más largo arriba y jopo. Entra al bar de la Plaza Malvinas para la entrevista con su marca personal: Oriana D’ Angelo, novia platense desde hace 9 meses. Son dos adolescentes tímidos que caminan pegaditos y de la mano, cuchichean al oído y se ríen de sus cosas. El cuerpo esbelto de este flamante delantero de Gimnasia se destaca entre los demás hombres del bar. El alto rendimiento, es evidente, da más frutos que el gimnasio.

“Puede parecer un chico introvertido fuera de la cancha, pero adentro te aseguro que no lo es”, dice el entrenador Luca Marcogiuseppe, que hoy forma parte del equipo técnico de Pedro Troglio y que acompañó a Marcelo Bielsa en su paso por el Athletic Bilbao. Él lo vio por primera vez a los 9 años, cuando lo entrenaba en el club Salto Grande de Concordia, Entre Ríos. Allí nació Eric y fue el tercero de los cuatro hijos que tuvieron Héctor Ramírez, albañil, y Edith, ama de casa.

Rápido para el desmarque, versátil y goleador, Eric llamó la atención de Marcogiuseppe de inmediato. Pero recién iba al cuarto grado. Le siguió los pasos hasta los 15, cuando debutó en primera división, allá en Concordia.

En 2011 el destino los separó durante un par de años. Pero cuando Marcogiuseppe se sumó al equipo técnico del Lobo decidió hacerlo llamar para que lo prueben. A sus 16, Eric llegó solo a una ciudad desconocida y pasó una semana en la pensión que el club del bosque tiene en 4 entre 51 y 53. “Como tenía miedo de perderme, no salía nunca”, confiesa ahora risueño.

Lo llevaron a Estancia Chica a jugar dos partidos con chicos del club a los que, por supuesto, no había visto en su vida. Un técnico y un coordinador los miraban atentos. Se volvió a Concordia sin saber que opinaban de él. Recién un mes más tarde, su profesor en Entre Ríos, Juan Etchegoyen, lo llamó aparte y pronunció las palabras mágicas: “Te llaman de La Plata nene, en octubre tenés que estar allá”. El sueño del pibe.

Un meteorito Eric: en menos de un año se reveló goleador en su categoría, pasó a la reserva y firmó contrato en primera división. La noche del 29 de marzo de este año, fue, hasta ahora, el pico de su carrera: el Lobo jugaba de local contra River y los papás de Eric, de visita en la ciudad, miraban el partido desde la platea. También su novia. A los 38 minutos del segundo tiempo el técnico se acercó al banco: “Eric preparate que entrás”, le dijo. Entró al trote y cocorito al lugar que más le gusta. “Perdimos pero fue emocionante”, recuerda. “¿De qué cuadro sos Eric? Dale…decime”. Hace un silencio, mira a Oriana y después sentencia: “Acá, yo soy del Lobo”.

NUESTRA NADIA COMANECI

El año pasado en solo cuatro meses, Abigail Magistrati, de 10 años, obtuvo tres campeonatos y dos segundos puestos en Gimnasia Artística, el primero en la ciudad y el resto a nivel provincial y nacional. Es elástica por naturaleza a la hora de plegarse y volar sobre una viga, en suelo o en paralelas.

A los tres años, su mamá la llevó al club Villa Elvira donde su hermana aprendía destreza. Insolente, la pequeña Abigail le gritó al profesor: “Coco, Coco mirá lo que hago”. El hombre la miró y ella, sin despeinarse hizo un salto mortal impecable. El entrenador, Alejandro “Coco” Fernández, que hasta el momento solo pretendía darle el gusto de mirarla, decidió que había que prestarle atención: “A ver, hacelo de nuevo”, la incitó. Y la pirueta se repitió a la perfección. Coco miró a la mamá y le dijo: “Traela mañana”.

El septiembre de 2014 llegó al torneo nacional de Gimnasia Artística en Rosario para representar a la provincia de Buenos Aires. Logró el título de subcampeona nacional y clasificó a las finales de salto, viga y paralelas, donde se coronó Campeona Nacional en Viga.

A partir de ahí la convocaron como alumna de la Escuela de Talentos del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD). Abigail es parte de un proyecto de la Secretaría de Deportes de la Nación, que ostenta el nombre de “Misión 2018” ¿La meta? Formar deportistas argentinos de elite para los Juegos Olímpicos Juveniles que se harán en tres años en la Ciudad de Buenos Aires por decisión del Comité Olímpico Internacional.

En eso anda Abigail con sus once años y toda su familia tiene que saltar a su ritmo. La pequeña sigue los pasos de la célebre gimnasta rumana, Nadia Comaneci, la única en el mundo que obtuvo una calificación perfecta en una olimpíada y cinco medallas doradas.

“Abi”, como la llaman en su barrio, vive en Los Hornos y tiene tres hermanos. Su papá Gustavo es mecánico y su mamá, Jimena, auxiliar en la escuela pública a la que Abigail se pasó este año. Así, puede cumplir las cuatro horas diarias de riguroso entrenamiento en la sede porteña del CENARD, adonde va de lunes a sábados.

En casa de los Magistrati el despertador suena a las 7. Madre e hija salen para la escuela. A las 12.15 emprenden el viaje a Buenos Aires. De 2 a 6 de la tarde Abigail entrena en el CENARD y recién a las 8 llegan a casa, donde Gustavo y los hermanos se las arreglan para esperarlas con la cena lista. Ducha y a dormir. Al otro día, igual. “Me divierte y me cansa, las dos cosas”, dice Abi sobre su rutina.

Toda su familia coincide en que es “demasiado hiperactiva y muy exigente con lo que hace”. “Le gusta tanto que si no está entrenando, hace piruetas por la casa y cuando no la dejan, se pone a ver videos de gimnasia artística en YouTube”, la delata su hermana Marisol.

“Mi sueño es llegar a un Olímpico”, dice Abigail. Entre tanto, se prepara para competir en los Juegos Sudamericanos de octubre en Panamá. El problema, cuentan sus padres, es el financiamiento. Si bien tocaron decenas de puertas para poder costear los gastos de viajar a torneos y sostener el entrenamiento diario aun no tuvieron respuesta y “el día a día se nos hace muy cuesta arriba”, cuenta la mamá.

La consagración, ya se dijo, requiere el descubrimiento de un talento y un sacrificio full time. Bau tista Cascini, Eric Ramírez y Abigail Magistrati cuentan con talento y no escatiman esfuerzos. Esperemos que también los acompañe la suerte.

MARISOL AMBROSETTI

Platenses célebres hay y, después de leer esta nota, verá que la lista tiene chances de crecer: René Favaloro, Federico Moura, Juan Sebastián Verón, Iñaki Urlezaga, son sólo algunos ejemplos.

Seguramente usted como yo y la mayoría de los mortales, más temprano que tarde fantaseó con destacarse en algo, ser “descubierto”, hacerse famoso y entrar al Olimpo de los triunfadores. Pero no, no pudo ser. En la mayoría de los casos es así, asumámoslo. La fórmula para “llegar” combina talento inusual, esfuerzo arduo y sí, algo de suerte.

Estas son historias de tres platenses talentosos en la etapa del esfuerzo ¿Llegarán? Todo indica que sí. Bautista Cascini y Eric Ramírez, con 18 años cada uno, se destacan en el fútbol de Estudiantes y Gimnasia, mientras que la destreza de la pequeña Abigail Magistrati, de sólo 11, podría hacernos acreedores de una medalla olímpica en 2020. Con ustedes: los ídolos del futuro.

DE TAL PALO

A los siete, Bautista le dice a su mamá que lo despierte a las 4 de la madrugada. Es la noche del 13 de diciembre de 2003 y en pocas horas verá la final de la Copa Intercontinental que disputan en Yokohama, Japón, el Boca de Bianchi y el poderoso Milan italiano. El partido termina en empate y ya se vive el tormento de los penales. En el momento decisivo, la cámara enfoca a Alfredo Raúl Cascini que camina hacia el punto penal. Si la mete, Boca es campeón. El pequeño Bautista se despabila del todo al grito de “¡es papá!” Acto seguido, el remate seco y esquinado de Cascini logra la hazaña. Mientras su mamá lo abraza al grito de gol, Bauti siente que su papá es un héroe.

Bautista Cascini se recuerda con la pelota desde los primeros pasos. Cuando su madre salía y se quedaba en casa con su hermano Salvador y su papá, el trío de varones convertía una botella de plástico en pelota y la casa en cancha donde todo valía. Los chicos terminaban empapados, festejando a upa de Alfredo Raúl.

Bau, como lo llaman sus amigos, empezó con fútbol a los 7 en la escuela EFI del Parque San Martín. A los 9 arrancó en Estudiantes. Como su padre, es mediocampista y calentón: “Pero no puteo a los compañeros, puteo a los rivales”, aclara. “Mi viejo era más aguerrido, funcionaba como tapón, no precisaba la pelota para jugar. Mi característica, en cambio, es más el contacto con la pelota”.

A los 4, empezó el jardín de infantes en Francia porque su padre había firmado contrato con el Tolouse Football Club. Uno de los pocos días libres de entrenamiento, el jugador quiso ir a buscarlo. Lo encontró acurrucado, aburrido y solo en un rincón de la salita mientras los demás jugaban enloquecidos. “Yo no entendía nada, hablaban en francés ¡imaginate!”, dice hoy Bautista y agradece que ese día su papá se haya apiadado y decidido no mandarlo nunca más.

Hoy juega en la quinta de Estudiantes e incursiona en la reserva. Con 1,71 de altura, 65 kilos, corte estilo Kun Agüero pero rubio y de ojos verdes, es lógico que en sus comentarios de Face se repita la palabra “facha”. El pibe tiene pasta de campeón, sí, pero no todo es herencia: cuando iba a la primaria, en la escuela Italiana, cumplía con doble turno y de ahí se iba a entrenar: “Tenía menos de doce años, salía de mi casa a las ocho de la mañana y volvía a las ocho de la noche”.

En el secundario, les pidió a sus padres que lo cambiaran de escuela. La jornada de ocho horas más el entrenamiento lo agotaba. Nunca se planteó dejar de entrenar: para él, primero el fútbol. “Mi papá no quiso que dejara la escuela, ‘se te va a atrofiar la cabeza’, me decía”. Recién en cuarto año aflojó. Lo dejaron pasarse a una escuela pública y nocturna, una costumbre extendida entre los chicos del fútbol. Con tal de entrenar y de que ningún otro le quite su lugar en la reserva, resignó el viaje a Bariloche con sus compañeros de la Italiana. “Por eso también me fui del colegio”, confiesa: “Iban a estar todos entusiasmados con el viaje y yo me iba a sentir afuera de todas las charlas”.

Arrancó Derecho en la UNLP este año, sin embargo dejó para entrenar. Le gusta salir con amigos pero hay una regla que cumple a rajatabla: los viernes están prohibidos por las leyes del fútbol: “Los sábados juego en reserva, no me lo pierdo ni loco”.

Llegar al deporte de elite requiere disciplina y trabajo, por eso más de una vez, Bautista sueña con vacaciones: “¿Pero sabés qué me pasa?”, cuenta extrañado de sí mismo: “Cuando me voy a la playa pasan un par de días y quiero volver a entrenar”. Para su cuerpo, el mejor descanso es hacer lo que más le gusta.

JUGUEMOS EN EL BOSQUE

Eric Iván Ramírez tiene 18, es morocho, delgado y sí, como buen jugador también usa el pelo rapado abajo, más largo arriba y jopo. Entra al bar de la Plaza Malvinas para la entrevista con su marca personal: Oriana D’ Angelo, novia platense desde hace 9 meses. Son dos adolescentes tímidos que caminan pegaditos y de la mano, cuchichean al oído y se ríen de sus cosas. El cuerpo esbelto de este flamante delantero de Gimnasia se destaca entre los demás hombres del bar. El alto rendimiento, es evidente, da más frutos que el gimnasio.

“Puede parecer un chico introvertido fuera de la cancha, pero adentro te aseguro que no lo es”, dice el entrenador Luca Marcogiuseppe, que hoy forma parte del equipo técnico de Pedro Troglio y que acompañó a Marcelo Bielsa en su paso por el Athletic Bilbao. Él lo vio por primera vez a los 9 años, cuando lo entrenaba en el club Salto Grande de Concordia, Entre Ríos. Allí nació Eric y fue el tercero de los cuatro hijos que tuvieron Héctor Ramírez, albañil, y Edith, ama de casa.

Rápido para el desmarque, versátil y goleador, Eric llamó la atención de Marcogiuseppe de inmediato. Pero recién iba al cuarto grado. Le siguió los pasos hasta los 15, cuando debutó en primera división, allá en Concordia.

En 2011 el destino los separó durante un par de años. Pero cuando Marcogiuseppe se sumó al equipo técnico del Lobo decidió hacerlo llamar para que lo prueben. A sus 16, Eric llegó solo a una ciudad desconocida y pasó una semana en la pensión que el club del bosque tiene en 4 entre 51 y 53. “Como tenía miedo de perderme, no salía nunca”, confiesa ahora risueño.

Lo llevaron a Estancia Chica a jugar dos partidos con chicos del club a los que, por supuesto, no había visto en su vida. Un técnico y un coordinador los miraban atentos. Se volvió a Concordia sin saber que opinaban de él. Recién un mes más tarde, su profesor en Entre Ríos, Juan Etchegoyen, lo llamó aparte y pronunció las palabras mágicas: “Te llaman de La Plata nene, en octubre tenés que estar allá”. El sueño del pibe.

Un meteorito Eric: en menos de un año se reveló goleador en su categoría, pasó a la reserva y firmó contrato en primera división. La noche del 29 de marzo de este año, fue, hasta ahora, el pico de su carrera: el Lobo jugaba de local contra River y los papás de Eric, de visita en la ciudad, miraban el partido desde la platea. También su novia. A los 38 minutos del segundo tiempo el técnico se acercó al banco: “Eric preparate que entrás”, le dijo. Entró al trote y cocorito al lugar que más le gusta. “Perdimos pero fue emocionante”, recuerda. “¿De qué cuadro sos Eric? Dale…decime”. Hace un silencio, mira a Oriana y después sentencia: “Acá, yo soy del Lobo”.

NUESTRA NADIA COMANECI

El año pasado en solo cuatro meses, Abigail Magistrati, de 10 años, obtuvo tres campeonatos y dos segundos puestos en Gimnasia Artística, el primero en la ciudad y el resto a nivel provincial y nacional. Es elástica por naturaleza a la hora de plegarse y volar sobre una viga, en suelo o en paralelas.

A los tres años, su mamá la llevó al club Villa Elvira donde su hermana aprendía destreza. Insolente, la pequeña Abigail le gritó al profesor: “Coco, Coco mirá lo que hago”. El hombre la miró y ella, sin despeinarse hizo un salto mortal impecable. El entrenador, Alejandro “Coco” Fernández, que hasta el momento solo pretendía darle el gusto de mirarla, decidió que había que prestarle atención: “A ver, hacelo de nuevo”, la incitó. Y la pirueta se repitió a la perfección. Coco miró a la mamá y le dijo: “Traela mañana”.

El septiembre de 2014 llegó al torneo nacional de Gimnasia Artística en Rosario para representar a la provincia de Buenos Aires. Logró el título de subcampeona nacional y clasificó a las finales de salto, viga y paralelas, donde se coronó Campeona Nacional en Viga.

A partir de ahí la convocaron como alumna de la Escuela de Talentos del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CENARD). Abigail es parte de un proyecto de la Secretaría de Deportes de la Nación, que ostenta el nombre de “Misión 2018” ¿La meta? Formar deportistas argentinos de elite para los Juegos Olímpicos Juveniles que se harán en tres años en la Ciudad de Buenos Aires por decisión del Comité Olímpico Internacional.

En eso anda Abigail con sus once años y toda su familia tiene que saltar a su ritmo. La pequeña sigue los pasos de la célebre gimnasta rumana, Nadia Comaneci, la única en el mundo que obtuvo una calificación perfecta en una olimpíada y cinco medallas doradas.

“Abi”, como la llaman en su barrio, vive en Los Hornos y tiene tres hermanos. Su papá Gustavo es mecánico y su mamá, Jimena, auxiliar en la escuela pública a la que Abigail se pasó este año. Así, puede cumplir las cuatro horas diarias de riguroso entrenamiento en la sede porteña del CENARD, adonde va de lunes a sábados.

En casa de los Magistrati el despertador suena a las 7. Madre e hija salen para la escuela. A las 12.15 emprenden el viaje a Buenos Aires. De 2 a 6 de la tarde Abigail entrena en el CENARD y recién a las 8 llegan a casa, donde Gustavo y los hermanos se las arreglan para esperarlas con la cena lista. Ducha y a dormir. Al otro día, igual. “Me divierte y me cansa, las dos cosas”, dice Abi sobre su rutina.

Toda su familia coincide en que es “demasiado hiperactiva y muy exigente con lo que hace”. “Le gusta tanto que si no está entrenando, hace piruetas por la casa y cuando no la dejan, se pone a ver videos de gimnasia artística en YouTube”, la delata su hermana Marisol.

“Mi sueño es llegar a un Olímpico”, dice Abigail. Entre tanto, se prepara para competir en los Juegos Sudamericanos de octubre en Panamá. El problema, cuentan sus padres, es el financiamiento. Si bien tocaron decenas de puertas para poder costear los gastos de viajar a torneos y sostener el entrenamiento diario aun no tuvieron respuesta y “el día a día se nos hace muy cuesta arriba”, cuenta la mamá.

La consagración, ya se dijo, requiere el descubrimiento de un talento y un sacrificio full time. Bau tista Cascini, Eric Ramírez y Abigail Magistrati cuentan con talento y no escatiman esfuerzos. Esperemos que también los acompañe la suerte.

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