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¿Qué sucede con las huellas de lo vivido?

Por DRA. ANA ROZENBAUM  APA (Asociación Psicoanalítica Argentina)

9 de Junio de 2015 | 02:34

Es este un tema que concierne a una población sufriente, violentada y desdichada, y que encuentra mucho eco en la actualidad.

Estos seres humanos nos muestran como por su situación de dependencia y desamparo son objeto de depositaciones de la patología de adultos enfermos.

A veces es difícil acceder porque el miedo, la vergüenza y la culpa hacen que no resulte fácil para un menor contar lo que le ha pasado, lo que muchas veces lleva a padecer una segunda experiencia traumática.

¿Qué sucede con las huellas de lo vivido, más allá de las modificaciones psíquicas que hallan podido ser operadas a ese respecto?

¿Qué de ellas vuelven a encontrarse en la cura analítica de estos pacientes?. ¿Qué podemos construir y reconstruir de su historia infantil y de la historia de sus padres? Por supuesto las secuelas dependerán de la personalidad e historia de cada uno, además de otros factores tales como: sexo, edad, contextuales, (padre o madre, un pariente, un extraño), tipo de abuso, (frecuencia, severidad, si hubo o no violencia durante el acto), y descubrimiento del hecho, porque la desmentida de lo ocurrido por parte de los adultos es lo que hace más patógeno al trauma. Lo patógeno es no sólo el forzamiento, sino también la desmentida y calumnia siguiente.

El impacto dejado por el hecho, y las “explicaciones causales” que connota, aún si en un segundo tiempo pueda ser recubierto de buenas explicaciones, marcará con su sello la actividad del niño, y dejará huellas indelebles en la relación con el pensamiento y con el deseo de conocimiento.

La espontaneidad esperable del juego de todo niño queda perdida.

La creatividad y curiosidad infantil anuladas.

Una confusión espantosa es esperable cada vez que un menor es abusado sexualmente. El agredido ve desbordadas sus defensas, se abandona, por así decirlo, a su destino. Cuando se trata de la transmisión de lo irracional, trata de otorgarle un sentido para poder procesarlo. Pero hay hechos traumáticos a los que resulta imposible encontrarles un sentido. No existe sentido.

Cuando son los mismos padres los que abusan de sus hijos, nos enfrentamos ademas, a una ausencia de función materna y/o paterna; es decir, un padre “ausente” en tanto función, pero con una presencia penetrante a través de la violencia siniestra.

Para el mundo infantil esto es terrorífico, y deja una marca profunda.

¿Con quien identificarse?. ¿Existe alguien confiable? ¿Cómo tolerar esos sentimientos hacia el propio progenitor? Violencia que queda volcada también hacia sí mismos, a través de sentimientos de culpa y búsqueda de castigo. Muchas veces los niños creen que les ha sucedido a ellos, porque son “malos”. Esto puede llevar a una búsqueda inconsciente de castigo para sentirse en paz consigo mismos.

Si es verdad que ninguna realidad histórica, por patógena que sea, alcanza por sí sola para dar cuenta de una u otra psicopatología, y que de las condiciones precoces de la infancia no podemos inferir el destino psíquico del adulto, también es verdad que una situación tan traumática en sí misma como el encuentro con estas cuestiones, impone al niño una violencia y un sufrimiento que exigen un esfuerzo de interpretación no siempre fácil de sostener.

Corre el peligro de suscitar una culpabilidad sacrificial, de tonalidad expiatoria que ninguna tentativa de reparación podrá satisfacer verdaderamente jamás, si no es por la puesta en acto del sacrificio de su vida física o mental. Corre el riesgo igualmente de comprometer a la autoestima en su aspecto masoquista, donde la culpa (de nuevo), encontrará un caldo de cultivo particularmente apto para su expansión.

Se instaura una confusión en las interpretaciones causales, ya que puede entenderse el abuso como ligado con una persecución, una voluntad de dañar, suscita interrogantes que nunca pueden encontrar respuestas satisfactorias, y con razón. Confusión radical sobre la interpretación causal que puede conducir a identificaciones con el agresor, no solo como defensa, sino como reacción primaria de supervivencia. El niño puede también identificarse como “causa de”. La confusión entre causalidad y culpabilidad reina plenamente.

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