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Información General |El deseo de ser profesional

Viejos son los trapos: la aventura de estudiar después de los 40

Empezar una carrera puede convertirse en un desafío difícil de cumplir: por los hijos, el trabajo, la falta de tiempo o de recursos. A pesar de eso, hoy en día muchos adultos deciden retomar ese camino abandonado o resignado para cumplir un sueño que era una materia pendiente

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22 de Octubre de 2016 | 02:37

CLARISA INÉS FERNÁNDEZ

Hace cincuenta años, estudiar una carrera universitaria no era algo común. El mandato tradicional apuntaba a terminar el secundario y conseguir un trabajo con el cual mantener a la familia. Hoy en día, no sólo los mandatos cambiaron, sino también las perspectivas y expectativas que moldean la decisión de aquellos que empiezan una carrera: se trata de estudiar para conseguir un trabajo como profesional, pero también de darle lugar a las aspiraciones y a la superación personal.

La Universidad Nacional de La Plata, conformada por 17 carreras donde estudian más de 110 mil alumnos, es una de las más prestigiosas del país y de Latinoamérica. Según el último Censo Nacional realizado en el año 2010, hay más de 200 mil adultos con más de 60 años que completaron sus estudios universitarios. ¿Por qué las personas que superan los 40 años, deciden empezar una carrera universitaria? ¿Se trata de una necesidad económica? ¿Qué rol juega la familia en esa decisión?

Deseos atemporales

Para Melisa Achinelly, Licenciada en Psicología, “el avance del tiempo, y la idea de la posible pérdida del mismo, inevitablemente produce angustia. Sin embargo, algunos logran mitigar ese efecto a través del derrumbre de las limitaciones y el avance hacia nuevos modos de habitar el tiempo”. Las personas adultas que comienzan a estudiar fuera de la temporalidad socialmente establecida comienzan una búsqueda personal de ese tiempo.

En el caso de José Tappatá, de 80 años, empezar la carrera de Historia a los 67 años significó saldar una deuda pendiente de niño, cuando se devoraba las enciclopedias hispanoamericanas que compraba su papá. “La historia siempre fue mi vocación”, dice José. Sin embargo, cuando a los 18 se vino a La Plata desde Bahía Blanca, comenzó a trabajar en la empresa CBI Industries, dedicada a la construcción de obras mecánicas, y esa vocación quedó relegada, tanto, que siguió trabajando hasta que se jubiló como gerente general.

Según Virginia Cáneva, doctora en Comunicación, docente e investigadora de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social, aparece en los casos de adultos que comienzan a estudiar un “imaginario sobre la universidad que trasciende y complejiza la clásica definición del saber profesional”. La investigadora apunta a que la Universidad, en estos casos, es vivida como un espacio de sociabilidad donde se pone en juego mucho más que saberes, “es un espacio apropiado, deseado y conquistado”, afirma Cáneva.

Para Laura Andrade, de 59 años, volver a estudiar agronomía –carrera que había dejado cuando su cuarta hija, María Cecilia, tenía un año-, fue volver a conectarse con la vida social, por un lado, y con la pasión por las plantas, por el otro. Después de cuatro hijos y un divorcio, Laura despunta el vicio de su amor por las ciencias exactas cursando la materia de Química, preparando finales y postulándose voluntariamente para una pasantía sobre el estudio de las hojas. “Me gusta ir a las clases, me siento bien, cómoda. Nos juntamos a estudiar, a hacer trabajos”, cuenta Laura.

Para Achinelly, “retomar un proyecto relegado previamente, aún cuando han pasado los años, invita a animarse a ser y hacer, resignificar el tiempo y rearmarlo”. Reconfigurar los parámetros personales del tiempo, no limitarse frente a las edades y etapas estipuladas, es una de las claves de estas ansias de conocimiento.

Cuando Carlos Alberto Pando Chávez, de 60 años, emprendió la carrera de Trabajo Social, lo vivió como un desafío personal. Desechó Medicina porque “algunos médicos salen de la facultad sin intenciones de devolverle al pueblo el favor que hicieron al pagarle sus estudios”, afirma, y porque no se siente cómodo con la lógica de la competencia. También pensó en Derecho, pero le parece una carrera demasiado estructurada y positivista. Así que se decidió por Trabajo Social, donde, comenta, “existe una mentalidad distinta a las de otras carreras, porque no existe la estigmatización etaria, ni social, ni religiosa”. Para Carlos, sus compañeros son amigos y compañeros de lucha.

Sin edad para aprender

Comenzar un camino universitario puede ser arduo cuando el vínculo con los compañeros y los profesores se vuelve conflictivo. ¿Qué pasa, entonces, en el caso de adultos que incursionan en un ámbito habitado mayoritariamente por jóvenes? ¿Se sienten integrados o “sapos de otro pozo”?

Virginia Cáneva destaca que “sin querer propiciar una idealización sobre el régimen universitario, es interesante preguntarnos por los niveles de inclusión e igualdad que se propicia en estos espacios”. José Tappatá -alumno ejemplar que se recibió a fines del 2015 con un promedio de 8.70- en la carrera encontró una forma de hacer más llevadera su vida de jubilado: “El tener la mente ocupada, el volver a recordar mi capacidad de síntesis, y también conocer un ambiente de cordialidad y camaradería fue fundamental”, y agrega: “yo era un poco el abuelo de mis compañeros, ellos me enseñaron a mí y yo a ellos”.

A pesar de que algunos de sus compañeros la tratan de usted, Laura se siente muy cómoda e integrada a la vida facultativa: “Para los profesores soy una más”, cuenta. Lo mismo sucede con Carlos: “Mis compañeros son excelentes, luchamos juntos, hacemos las prácticas juntos. Estar en contacto con ellos me renovó totalmente”, dice.

¿Y la familia?

Melisa Achinelly recuerda que “los gustos, los intereses y las pasiones, no envejecen, porque el deseo no tiene fecha de vencimiento, inunda al ser desde que nace hasta que muere”. Pero en ese recorrido, conviviendo con el deseo, muchos son los factores que entran en juego a la hora de decidir invertir tiempo y esfuerzo en un estudio universitario. ¿Cómo se posiciona la familia con respecto a esta decisión? ¿Esa inversión se va a ver reflejada en una nueva posibilidad laboral a futuro? ¿Qué se resigna y qué se gana?

Para Carlos Pacheco estas preguntas tienen una respuesta categórica: “Siempre tuve el apoyo de mi familia –su señora, sus cuatro hijos y su nieta Estefanía-, pero el gran apoyo fueron mis compañeros de la facultad y por eso los quiero tanto”, reconoce. Para Laura, empezar la facultad fue un cambio de rutina, ya que siempre se ocupó de las tareas de la casa: “Si bien mis dos hijas que viven conmigo –Cecilia y Florencia- siempre me ayudan, me sigo dedicando a las cosas de la casa, y por eso no llevo la carrera como me gustaría”, dice la futura agrónoma. José, por su parte, reconoce el apoyo incondicional de su familia, y sus ganas de seguir estudiando llegan hasta plantearse la posibilidad de hacer alguna maestría el año que viene: “Mi cabeza sigue funcionando bien, sacando los olvidos propios de la memoria inmediata. Además, me sigue interesando la historia”, explica sonriendo.

Lo que viene

¿Lo importante es la trama o el desenlace? ¿Estudiar para trabajar? ¿O estudiar para revivir? Posiblemente no haya una sola respuesta. Lo cierto, es que la Universidad, para las personas de más de 40 años que deciden abordarla, es más que un espacio del saber. Como afirma Cáneva: “La pertenecía universitaria trasciende el mero horizonte de ascenso social económico, el cual es complejizado por un ascenso simbólico de conocimientos y prácticas vinculado con él estar ahí, el pertenecer”.

Por eso, cuando hablamos de saldar cuentas pendientes, de materializar una vocación, la satisfacción económica se desplaza a un segundo plano, dándole lugar a las aspiraciones personales y subjetivas de cada uno. “Si bien me gustaría dedicarme a esto una vez que termine, sé que me falta bastante. Lo hago más que nada porque me gusta”, concluye Laura. “Yo no estudié Historia para trabajar de eso, sino todo lo contrario. Había intentado empezar en el ‘85 y en el ‘86, pero con el trabajo fue imposible, así que hoy lo hago tranquilo y lo disfruto”, comenta José. Carlos no quiere ejercer como trabajador social, sino que su objetivo es político: “Yo quiero posicionarme dentro de una organización y poder luchar, por ejemplo, a favor de la desmanicomialización”, admite.

“La invitación a la pasividad, al encierro, a la rutina, esta planteada desde muchas miradas sociales que toman lo etario como limitante, por eso, la apuesta a los comienzos desprendida de las agujas del reloj, invita al movimiento, a expandir los espacios y los encuentros”, afirma Achinelly.

Con tiempos relajados, ritmos tranquilos y nuevos objetivos que no se reducen a lo laboral, estos tres platenses no se estancaron en deseos incumplibles o etapas pre establecidas: ellos mismos emprendieron el camino, contra todo pronóstico, para dar rienda suelta a sus aspiraciones. Como aventureros en terreno de lo desconocido, incursionaron en ámbitos donde priman las lógicas juveniles, y no sólo se integraron a ellas, sino que además comenzaron a compartir y a nutrirse del contacto intergeneracional, que lejos de incomodar, enriquece.

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