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Vivir entre libros

Encontraron un espacio al margen de las librerías tradicionales. En La Plata existen pequeños refugios literarios llenos de magia donde sus libreros apuestan por una oferta especializada y son el nuevo punto de encuentro para lectores, autores y artistas.

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15 de Agosto de 2015 | 02:23

LEANDRO SAVORETTI

Estas librerías no son expendedoras de “bestseller”. Más bien, son espacios literarios terapéuticos: sitios libres de estrés. A sus dueños, como a quienes ya las visitaron, les encantaría quedarse a vivir allí. Son pequeñas y seductoras. Este cronista tuvo la oportunidad de conocer tres de ellas y hablar con las libreras de este mundo tan particular. Usted, lector, tendrá que descubrirlas.

Argentina, según anuncian las estadísticas, con el 56 por ciento, tiene una de las tasas de lectura por habitante más alta de América Latina. Al menos un argentino lee un libro por año. Y La Plata no está exenta de este dato: desde siempre, entre los platenses ha existido un público ávido de lectura; por eso no debería ser una sorpresa que en los últimos años haya crecido la oferta de librerías independientes en la Ciudad.

Las protagonistas de esta historia son tres mujeres soñadoras. Silvia Berlucci es la librera de “Palabras sin prisa” y “El Pasillo”, esta última la comparte con Gustavo, su compañero. Ana Bertoldi junto a su socio Agustín –desde hace dos años y medio - son los hacedores de “Crumb” y de Magdalena Chereso puede decirse que es ama y señora de “Siberia”.

Cada librería tiene su personalidad. En “El Pasillo”, Silvia y Gustavo privilegian y están interesados en difundir libros de Arte. Silvia, desde las cuatro de la tarde se instala en “Palabras sin prisa” y se zambulle en el mundo de los libros infantiles, ilustrados y libros álbum. En “Crumb”, Ana y Agustín están obsesionados por tener en sus estantes toda la historieta nacional. Además tienen novelas gráficas, cómics de superhéroes y el manga oriental. Magdalena en “Siberia” le hace espacio, sobre todo, a sus pasiones: la literatura contemporánea y las editoriales independientes. Ellas, al hablar, están convencidas de que la apuesta –y el sacrificio- vale la pena.

LIBRERO NO SE NACE, SE HACE

En el hogar de Silvia Berlucci nunca sobraron los libros. Así fue que en su adolescencia compró El Túnel de Ernesto Sábato, el primero que tuvo. En casa de sus padres no hubo biblioteca y sus abuelos, recuerda, nunca le leyeron un cuento. Desde hace quince años es librera y ahora por partida doble. Todo comenzó de pura casualidad. Ella estudiaba dibujo y grabado en la facultad de Bellas Artes. Tras buscar trabajo una y otra vez, la llamaron de una librería técnica y científica. “Vengo de Bellas Artes”, anunció a sus futuros empleadores. La contrataron. A decir verdad, Silvia no pudo hallarse en este sitio. Un día se enteró que el dueño de “El Pasillo”, una librería oculta dentro de la Facultad de Bellas Artes quería venderla. Con Gustavo, su pareja, sacaron números, tomaron coraje y la compraron.

Así Berlucci comenzó a sumar unos pocos libros ilustrados; participó en seminarios de literatura infantil y juvenil. Todo la acercaba a su gran meta. Hasta que el 25 de junio de 2014 cumplió su gran sueño y abrió las puertas de “Palabras sin prisa”. Como ella manifiesta: “Un lugar donde se puede estar entre libros. No para mirarlos y leerlos de un tirón, sino para habitarlos”. Una librería dedicada especialmente al público infantil. “Yo nunca pensé que iba a ser librera”, dice Silvia ahora, mirando a la calle, y reconoce que a diario se sigue maravillando: “Me sorprende cómo de nunca haberme pensado en este trabajo, ahora me da tanto placer”.

AL MARGEN DE LA INDUSTRIA

Ana Bertoldi comenzó de un impulso, por pura convicción. Llegó a La Plata de su San Pedro natal y entre las diagonales fue una estudiante empedernida: fotografía, bibliotecología y operadora de televisión. Ninguna profesión la convenció. “Cuando tomé la decisión de no hacer nada de todo eso”, dice desde su banqueta mientras chequea la pantalla de su computadora, “sentí que me había sacado un peso de encima”.

Por esos tiempos reapareció Agustín –hoy su socio- con quien ya había sido compañera de trabajo. Para esta joven soñadora poner una librería era su mayor sueño. “Es el momento de poner una casa de historietas”, le dijo él. “Bueno, sí, dale”, le respondió sin nada que perder. Ana no lo dudó. Un mediodía gélido de 2012 fue al banco, sacó un préstamo y llamó a Agustín. “Sos loca”, le dijo él.

Así, Ana y Agustín saltaron al vacío: les sobraba entusiasmo y ganas de aventurarse. “Todo fue muy torpe y creo que eso estuvo bueno”, dice, “si la hubiese pensado tanto no la hacía”. Aprendieron el oficio de librero desde cero. Consiguieron local pero no sabían cómo llamarse. Hasta que una tarde, al borde la frustración, en la cocina de Agustín, Ana dijo: “¡Crumb!” –pensó en Robert Crumb, ilustrador y guionista estadounidense que forjó su carrera al margen de la industria- . Y esa idea marca la esencia de la librería; “esa lucha por darle el lugar que se merece a la historieta”, se enorgullece su dueña. Y ahora, aquí está Ana, tomando mate, a cargo de su sueño.

UN REFUGIO EN SIBERIA

Magdalena Cheresole nació en Marcos Paz, provincia de Buenos Aires. Desde chica fue muy lectora: voluntaria durante un tiempo en la biblioteca municipal de su localidad, se leyó de un tirón las más de 80 novelas policiales de Agatha Christie y antes de cumplir los quince ya era fanática de Gorki, Dostoievski y Tolstoi. “¿Para qué quiero ver a Thalia en la tele si tengo todo esto acá?”, se dijo una vez en la soledad de la biblioteca.

Magdalena aterrizó en La Plata para estudiar museología y luego se especializó como museógrafa. A su vez, seguía enamorada de las letras. En ese momento estaba obsesionada –lo quería tener en su biblioteca- con un libro del escritor argentino Fabián Casas editado en una caja serigrafiada. Toda una chuchería. Magdalena había logrado ubicar la librería que distribuía en La Plata a la editorial Vox. Cuando entró al local y preguntó por el título, el librero le señaló “allá al fondo y bien –bien- abajo”, recuerda. En ese rincón, un rincón al que nadie se asomaría ni en broma, Magdalena encontró la cajita pero el libro no estaba “fue re-zarpado para mí”, dice y al volver a su casa escribió a la editorial para preguntarles si a ellos les quedaba y podía pasar a buscarlo. El editor de Vox le prepuso hacerse cargo de la distribución en La Plata. A la semana del infortunio recibió una caja con cientos de libros. “¿Qué hago con todo esto?”, se dijo.

Así, el primer huequito se lo hizo en las muestras de artistas platenses que organizaba. A la par, armó una librería online que llamó “Isla” por generarse espacios en distintos lugares y luego repartía los pedidos en bicicleta. Así fue avanzando en el oficio. Cada vez se fueron sumando más editoriales independientes y se puso un puesto los domingos en la feria de Estación Provincial. Tras dos años itinerantes alquiló un pequeño local sobre diagonal 79 –primero con un socio- y el año pasado -ya sola- volvió a mudarse. “Mi búsqueda literaria está más relacionada en conocer qué es lo que se produce hoy”, dice Magdalena que le presta mucha atención a los autores jóvenes, a darle una mayor jerarquía a las editoriales independientes y a nuclear a los fanzines –publicación temática y artesanal realizada por y para fanáticos-. “Le puse Siberia”, dice, “por mi fanatismo de infancia por los escritores rusos”.

EL CASI EXTINTO LIBRERO AMIGO

Una librería es un lugar sagrado: el librero será su fiel servidor y usted devoto lector encontrará allí su laico santuario. Un librero independiente no tiene clientes, tiene amigos lectores y esos lectores confían en él tanto como en su médico de cabecera. Cada persona que entra a una librería va buscando algo, pero muy pocas veces sabe qué. Esa es una de las cosas que más le divierten a Silvia: ayudar al lector desorientado. Bucear hasta dar con el título pedido. “Me han llegado a decir que soy como un hada de los libros”, dice y se ríe. Ella sabe que los niños y jóvenes serán los lectores de mañana y en “Palabras sin prisa”, deja que los más pequeños se familiaricen con los libros y está muy pendiente de sus gustos.

Por eso, estas librerías especiales también tienen sus clientes especiales. Ana, por ejemplo, ahora está aprendiendo Manga y sus clientes más fanatizados con esta narrativa oriental la obligan a que se lea todo Dragon Ball Z. “La librería se va armando también en relación a los títulos por los que la gente pregunta. A veces uno desconoce. Eso también es parte del oficio”, dice Magdalena.

Una particularidad de las librerías independientes es su delicada, meticulosa y concienzuda selección de la oferta bibliográfica. Silvia, por ejemplo, se jacta de ser muy rigurosa con la elección de los títulos. Un buen libro, explica, sólo la convence cuando cumple con un buen texto, una buena idea y la exacta composición entre las ilustraciones y la textura del papel. Por eso, no esperen encontrar en las estanterías de estos lugares, los bestsellers del momento. “No quiero tener Cincuentas Sombras de Grey”, dice Magdalena, “no se identifica con este proyecto”.

Y esto, si se quiere, tiene algo de batalla ideológica: para subsistir con dignidad estas librerías deberían vender muchos –muchos- libros, y los que más se venden, vaya realidad, no son los que a estos libreros les interesa tener en sus estanterías. Además a las grandes editoriales no les interesa interactuar demasiado con estos emprendimientos chicos. Los miran con cierto desdén: sus ventas les resultan insignificantes.

HACER CULTURA

Los libreros suelen afirmar que tienen el mejor trabajo del mundo, pero sigue siendo un trabajo y, como todos, tiene su lado B. No olvidemos que por más lindo y placentero que sea, una librería es un negocio y una gran responsabilidad. De pronto, las horas comienzan a consumirse en tareas administrativas y contables. Hay que destinar tiempo para la organización de talleres y presentaciones, responder correos y atender a clientes y editoriales.

Por eso ha cambiado en la sociedad actual el perfil del librero independiente. Hoy, además, son gestores culturales. En efecto, estas tres librerías en la práctica también funcionan como espacios de encuentro y galerías de arte y diseño. Ana suspira y dice que en julio cortaron con las presentaciones porque estaban muy cansados. “Pero no me pesa para nada. Vengo re contenta. Me puedo quedar a vivir acá. Somos muy felices en este lugar”, aclara.

En “Crumb” están haciendo, al mes, dos encuentros entre el autor y los lectores. Además este año ya armaron dos talleres –uno para adultos y otro para chicos- para aprender a ilustrar una historieta.

En el caso de Silvia, desde el año pasado le viene revoloteando una idea que aún no concretó: acercar a través de una breve charla en los colegios de la Ciudad este tipo de libros, poco fomentados por padres y maestros.

Siberia es una librería y una galería de arte y diseño. Hay muestras, se hacen talleres, se venden cuadros y fotografías y es en ese conjunto donde Magdalena logró sostener todo el proyecto. “Para mí la evolución más grande es que Siberia siga funcionando”, dice y cuenta que ahora también tiene “Nieve”, su mini editorial que publica a autores jóvenes de buena parte del país.

Este tipo de libreros saben que, por sobre todas las cosas, están vendiendo un bien cultural y que sus librerías serían como pequeños faros dentro de la Ciudad. Uno deberá estar más atento, captar su luz, animarse a entrar y descubrir su magia.

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