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La Ciudad |EL LEGADO DE EMILIO AZZARINI DESCANSA EN EL MUSEO DE CALLE 45

Joyas musicales de los cinco continentes festejan 30 años en pleno centro platense

Es único en su tipo en el país. Los instrumentos son el legado del reconocido veterinario y científico que murió en 1963

26 de Octubre de 2015 | 01:36

Cuando el doctor Emilio Azzarini pisó por primera vez la Universidad Nacional de La Plata para estudiar Veterinaria, ya contaba con una buena cantidad de instrumentos musicales en su haber. Cursó la carrera, se graduó, y fue un destacado médico veterinario y científico. También ocupó importantes cargos en la casa de altos estudios. Durante ese tiempo, su colección personal fue creciendo. Cuando falleció, en 1963 a la edad de 59 años, ya tenía 611 “joyas” representativas de la música de los cinco continentes. Empezó a coleccionarlas a los 16 años. Y su último deseo fue que quedaran en propiedad de la UNLP. Ese fue el origen del único museo de instrumentos musicales del país, que lleva el nombre de quien lo hizo posible, y que este año cumple su 30º aniversario.

La familia de Emilio Azzarini cumplió el deseo del hombre nacido a principios del siglo XX en Punta Alta dos años después de su fallecimiento. Así, los herederos del científico que amaba profundamente la música donaron los 611 instrumentos a la Universidad en 1965.

“En rigor, durante veinte años se la conoció como Colección Azzarini, pues no tuvo un lugar fijo para instalarse. Anduvo por la Biblioteca Pública, por la Facultad de Bellas Artes, en una casona cerca del Parque Saavedra”, cuenta hoy la directora del singular museo, Margarita Bouzenard. “Fue el 9 de diciembre de 1985 cuando se inauguró la institución, que actualmente tiene 800 instrumentos. Se amplió con donaciones de embajadas, consulados, investigadores, particulares”, enumera la museóloga.

NUEVOS DESAFIOS

Dicen que cada aniversario plantea nuevos desafíos. Y si se trata de uno significativo -como el 30º- más todavía. “No existe otro museo especializado en el país”, recuerda Bouzenard. “Son contados con los dedos de una mano los que en el mundo tienen instrumentos que representan la música de los cinco continentes”, apunta el guía Daniel Corigliano. Mucho valor agregado para que en la casa de 45 entre 6 y 7 apenas se pueda apreciar un puñado de piezas.

Es por ello que de cara a lo que se viene, la directora hace hincapié en la necesidad de “ampliar el espacio de exposición, armar un equipo de trabajo más estable y que pueda dedicarse más tiempo al museo, mejorar las condiciones de conservación”.

Sucede que “estamos en plena tarea de reinventariar todo lo que tenemos, y para que ello pueda ser acompañado por una investigación a fondo de cada objeto, se requiere espacio, tiempo y gente”, dice, para aclarar que “esto no es una queja, es una necesidad para poner en valor una colección tan valiosa, y principalmente para mejorar el servicio a la comunidad”, añade.

Es que la colección supera ampliamente los instrumentos musicales. Comprende una biblioteca especializada que, en base a un duro trabajo, se logró reabrir al público hace poco más de un año; más de 700 partituras originales; discos de vinilo y de pasta; cilindros de fonógrafo; rollos de pianola, y los aparatos para reproducirlos que funcionan a la perfección. Existen cajas de música “gigantes” que utilizaba la aristocracia europea para entretener a los niños. Algunas con forma de muñecos que se mueven al compás de las melodías. Son verdaderas piedras preciosas. Están en pleno centro platense. Pero la inmensa mayoría duerme en el depósito por falta de espacio. Y la gente conoce poco la institución.

“En la Noche de los Museos vienen muchas personas y quedan encantadas. Dicen “qué belleza que es esto, y no lo conocía”. Quizás tengamos parte de responsabilidad”, dice Margarita sin quitarle el cuerpo al asunto, aunque es una realidad que la casa de 45 no ofrece espacio para mostrar ni la décima parte de una colección sin parangón.

Alentados por la encuesta que decidieron realizar en la última Noche de los Museos, donde casi todos dijeron desconocer el lugar pero a la vez expresaron su deseo de regresar, el Emilio Azzarini comenzó a organizar conciertos y muestras temáticas. La propuesta irá in crescendo hasta el 9 de diciembre, día del cumpleaños.

“Tenemos vasos silbadores (básicamente, vasijas de barro) de más de 500 años. Fueron halladas durante excavaciones arqueológicas en Perú; pertenecían a civilizaciones preincaicas”, dice el guía Daniel, un auténtico apasionado. También muestra las trompetas del Tíbet que utilizaban los sacerdotes lamas. Y vuelve a la América profunda, representada por numerosas piezas. “Es que el doctor Azzarini se interesó mucho en los instrumentos de los pueblos originarios, guaraníes, mapuches”, señala Corigliano.

UNA SALA MAGICA

Luego pasa a la sala de las cajas musicales. Son alemanas, del siglo XVIII. “Las primeras se hicieron en Suiza hacia 1776”, comenta, para destacar que “cada vez que viene un visitante europeo queda azorado, porque allá, a raíz de las guerras, han quedado pocas, y rotas. Por ello, cuando las ven funcionar a la perfección no lo pueden creer”, afirma.

Quienes también quedan impactados son los alumnos de las escuelas que visitan el museo. “Este es su lugar preferido. Ver y escuchar las cajas y los muñecos musicales”, enfatiza.

Como se dijo, Emilio Azzarini empezó a coleccionar y catalogar instrumentos, libros y partituras a los 16 años.

Esa pasión temprana logró que se rescataran del olvido valiosísimas piezas abandonadas en casas particulares o comercios.

Muchos instrumentos -cuentan- fueron el pago por sus servicios como veterinario; otros los compró en casas de antigüedades; otros se los encargó a amigos que viajaban fuera del país.

Esa búsqueda guarda una anécdota digna de ser contada. Cuando viajó a China su amigo y titiritero Javier Villafañe, junto con su maleta se llevó el pedido de Azzarini de conseguir un ko ling (silbato múltiple para paloma).

La búsqueda por toda China fue infructuosa: el pequeño instrumento sonoro había sufrido tal proceso de aculturación que se había perdido su rastro. Pero en el interín se estableció contacto con el Instituto de Música de Pekín, mediante el cual, finalmente, se encontraron dos ejemplares en una pequeña aldea del desierto de Gobi, uno de los cuales es el que hoy posee el Museo.

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