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Productores de ayer y de hoy se unen a la ciencia para diversificar la producción vinífera
Carlos Altavista
caltavista@eldia.com
Palo Blanco. Monte profundo. Cerca de una casa de madera con aire señorial, entre la exuberante vegetación se abre un camino que conduce a las plantaciones de vid. A un lado, un canal del Río de la Plata engalanado por enormes y coloridas hortensias. La llegada a la zona plantada se adivina varios metros antes. El aroma de la uva chinche es inconfundible. Numerosos trabajadores están en plena cosecha. Corren los años ‘40. En la quinta de Francisco Cédola el movimiento es incesante.
La postal se repite en las quintas de Murgia, Ruscitti, Ceraza, Ferrari, Antonelli, Borio, Di Lorenzo, Domingues, Natale, De Simone, Leotta, Menna, Ricci, y tantas otras. Cerca de 70 familias producen un millón de litros de vino de la costa al año.
Fue la época de oro de una industria que hasta hoy es orgullo e identidad de los berissenses.
Julio de 2016. Decenas de miles de personas invaden Berisso para beber vino y comer platos típicos de distintos países desde los cuales llegaron, hace décadas, los inmigrantes que convirtieron a la ciudad ribereña en su capital. Inmigración, trabajo duro, vino costero. El tiempo pasó. La tradición persiste.
“El vino de la costa tiene una enorme carga nostálgica. Representa la historia inmigrante de Berisso. Y es bueno haber podido recuperar su producción en esos términos. Mucha gente lo prueba y dice ‘este olor y este sabor me recuerdan mi infancia’. Costó mucho volver a ponerlo en vinerías y supermercados. Ahora estamos en una meseta. Pero vamos por más”, anuncia Martín Casali, presidente de la Cooperativa de la Costa.
Esa pelea por la resurrección de una bebida que es “trabajo e identidad de un pueblo entero” comenzó a fines de los años ‘90, cuando los 4 ó 5 productores que quedaban en pie, otros tantos ‘aspirantes’ a tomar la posta, y las profesoras e investigadoras de la Facultad de Agronomía, Irene Velarde y Mariana Marasas, tuvieron una reunión con ribetes particulares pero que sirvió de punto de partida para reemprender el viaje que se truncó entre los ‘60 y ‘70.
En esa reunión “estaban los mayores de 60 años y los de veintipico que apostaban a recuperar la tradición de sus antepasados. En un momento, alguien disparó: ‘Qué me van a enseñar estas rubias a mi, que hago vino hace 30 años’”. Así comenzó la relación entre las académicas y los productores. Relación que se tornó simbiótica y que está a punto de iniciar un ensayo que puede cambiar la historia. Literalmente.
Si bien en 2013 el Instituto Nacional de Vitivinicultura reconoció como vinífera a la uva isabella con la cual se elabora el tradicional vino de la Región, le ha puesto “un límite a la superficie de plantación. Hoy es de entre 25 y 27 hectáreas desde la Isla Paulino hasta La Balandra, con una veintena de productores y un centenar de familias beneficiadas por la actividad, sobre todo en épocas de cosecha”, comenta Martín Casali (ver gráfico página 17).
Pero el área de Extensión de la Facultad de Agronomía, así como estuvo en el comienzo de la resurrección de la industria y nunca más abandonó el barco, hoy apuesta a “implantar injertos en pie de isabella”. ¿Injertos de qué? “De cepas malbec, cabernet, merlot. Como en esta zona no resisten si se las planta de raíz, por la gran cantidad de agua y humedad, se ensayará con injertos a cierta altura del tronco de la planta de isabella”, detalló Casali, y reconoció que las expectativas son grandes y que el éxito del proyecto -al menos de una cepa- implicaría “diversificar la oferta, abrir el juego a un mercado diferente”, enfatizó.
La producción de este año alcanzó los 10.000 litros. No fue buena. Pero se pudo compensar “con la venta de uva en fresco, que en la zona es muy requerida, y con vinos de ciruela”, comenta el productor Rubén Verón, para adentrarse en la complejidad que trajo consigo el cambio climático.
“Demasiadas lluvias. Eso obliga a redoblar esfuerzos. Debemos estar muy atentos. El drenaje de agua debe ser mucho mayor, así como el combate a las nuevas enfermedades que provoca este clima. Para ello tenemos la asistencia permanente de la gente de la facultad”, comenta Verón.
Rubén dice que “ser uno de los que participó de la recuperación de la industria del vino de la costa es motivo de orgullo, un gran orgullo”, remarca.
Relata que en 1971 llegó del Chaco junto con sus padres y sus nueve hermanos. “Vinimos derecho a Los Talas, donde vivían parientes. En el ‘72 cumplí los 6 años y empecé a estudiar en la Escuela 10 por la mañana. Por la tarde ayudaba a mi familia a recoger tomate y morrón”, describe.
Rememora que “con la crisis de los ‘90 quedó todo devastado. Para quienes nos criamos acá fue terrible”, confiesa.
Finalizando esa década empezaron los primeros encuentros entre la Municipalidad, la facultad de Agronomía y los poquitos productores que trabajaban un par de hectáreas. No más.
“Todo empezó a cambiar cuando nos juntamos, esa fue la clave”, puntualiza Verón.
El premio al esfuerzo conjunto llegó en el 2013, cuando, como se dijo, el Instituto Nacional de Vitivinicultura le dio al vino de la costa el estatus de “regional” al reconocer a la uva isabella, con la que se lo elabora, como vinífera.
Hasta entonces estaba catalogado como “artesanal”.
Ese logro tuvo piedras en el camino, pues los bodegueros cuyanos presionaron para evitarlo.
“Hoy hemos entrado en una meseta, pero seguimos trabajando duro para mantener lo que hay y para atraer manos y voluntades a esta industria que es sinónimo de Berisso, de su historia, de su gente”, apunta el chaqueño Verón.
Cada día, los viñateros -muchos de ellos nuevos en el oficio y muchos en su carácter de herederos de una tradición familiar- se vuelcan a sus viñas, allí donde el aroma inconfundible de la uva chinche guarda una historia y una identidad tan enraizadas en el monte profundo de Berisso que ni el tiempo ni las crisis pudieron doblegar.
En un amplio trabajo publicado hace tres años en la revista de la Facultad de Agronomía bajo el título “El retorno del vino de la costa en Berisso”, Irene Velarde, José Muchnik y Roberto Cittadini presentaron los resultados de los trabajos que realizaron en la zona de viñedos, principalmente entre 1999 y 2009. Una de las principales fuentes de información a la que apelaron fue la entrevista a viñateros.
Uno de ellos, a la hora de decirles cuál era en su opinión el plus que existía para volver a poner en marcha la industria de la uva chinche, subrayó: “La ventaja que tenemos acá (es que) el berissense es muy localista, es muy fanático de Berisso, sin ser agrandado, pero defiende mucho lo de acá”.
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