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La Ciudad |el drama cotidiano de las chicas que estudian o trabajan hasta tarde

Volver a casa de noche sola: una rutina que muchas viven con angustia y terror

Entre el miedo a la inseguridad y el acoso callejero, la mayoría de ellas asegura que se trata de una experiencia traumática

25 de Septiembre de 2016 | 01:57

Para Natalia Fabri (26), el fin de su jornada laboral no es un momento ansiado sino una situación que la llena de inquietud. Empleada nocturna en un polirrubros del centro de La Plata, la vuelta a su casa en Altos de San Lorenzo la obliga a caminar tres cuadras para tomar el micro a “una hora en que hay poca gente en la calle”, esperar no menos de veinte minutos sola en la parada y cruzar “una zona mal iluminada” de su barrio hasta sentirse a salvo en su hogar. La angustia que le genera a Natalia la rutina de la vuelta no parece desmedida considerando que sólo en lo que va de este año sufrió dos robos, la persiguieron en tres ocasiones para acosarla y le han gritado barbaridades tantas veces que ya las dejó de contar.

Entre el miedo a episodios de inseguridad y el acoso callejero, la mayoría de las chicas que trabajan o estudian de noche reconoce que la vuelta a su casa suele ser una experiencia traumática. Basta charlar con cualquiera de ellas para descubrir hasta qué punto las insinuaciones sexuales, las situaciones de acoso, los exhibicionistas, los manoseos y los robos son algo habitual con lo que aprenden a convivir.

La perspectiva de tener que andar solas en la calle pasada cierta hora condiciona las decisiones de las chicas, desde la ropa que se ponen hasta el camino que van a tomar

No menos sorprendente resulta el hecho de que casi todas las mujeres jóvenes -ya tengan rutinas nocturnas o no- reconoce poner en práctica sus propios recaudos al andar solas por la calle cuando empieza a oscurecer: quienes no se tapan con ropa holgada, fingen hablar por celular, eluden los grupos de hombres, llevan las llaves en la mano para defenderse y hasta eligen de antemano los lugares hacia dónde correrían en caso de necesidad.

CONDICIONADAS POR EL MIEDO

Desde que el año pasado la persiguieron varias veces al bajar del micro en Los Hornos y le robaron el celular, Julia Romero (21) prefiere trabajar más horas pero volver a su casa en remise. “Me sale 150 pesos cada viaje desde el centro a casa, pero los fines de semana, que salgo a las 10 de la noche, ni lo dudo”, cuenta la joven, que trabaja en un almacén vecino al ministerio de Seguridad.

“La mayoría de las situaciones feas que viví fueron intentos de robos, pero nunca podés estar segura qué es lo que quieren cuando te persiguen: el martes pasado me siguió un auto y terminé metiéndome en una estación de servicio. De noche nunca ando tranquila, me fijo siempre que haya gente en las calles que tomo y sólo subo a micros que vayan llenos para que alguien más baje conmigo al llegar a mi parada”, cuenta Julia.

También Belén Ortigoza, una estudiante de Derecho que vive en la zona de Plaza Güemes reconoce que anda por la calle con miedo cada vez que sale tarde de sus clases de tela o de la Facultad. “Cuando veo que un hombre viene en mi dirección, enseguida pienso para dónde voy a correr si se me acerca demasiado para no quedarme paralizada. La situación que más me asusta es bajar del micro y encontrarme con que no hay gente en la calle a la que puede pedir ayuda”, cuenta Belén.

La perspectiva de tener que andar solas en la calle pasada cierta hora condiciona las decisiones de las chicas, desde la ropa que se ponen hasta el camino que van a tomar. “Cuando sé que ese día voy a tener que volver tarde a mi casa trato de no usar ciertos jeans o de ponerse buzos grandes para no llamar la atención, pero además me fijo muy bien por dónde agarro: nunca paso por obras en construcción, terrenos baldíos ni cuadras donde no hay frentistas”, cuenta Julia Arce (21), una estudiante de Periodismo que vive en City Bell.

Lo cierto es que ni la ropa holgada ni los recorridos “seguros” le han evitado Julia, como a la mayoría de las chicas, sufrir situaciones “de terror”. Hace unos meses al salir tarde de una cursada, mientras caminaba por la diagonal 79 hacia la Plaza San Martín, sintió que un auto se le acercaba por detrás. “Cuando lo tuve a la par vi que era un hombre grande, como de 60 o 70 años, y que se estaba masturbando. Me dio tanto asco y tanto miedo que busque ayuda en el único vecino que estaba en ese momento en la calle. Pero también eso pudo ser peligroso: en la desesperación recurrís a cualquiera sin saber cómo podría reaccionar”, dice Julia.

También Belén reconoce haber experimentado alguna vez esa sensación. “Iba caminando tarde para la casa de mi novio en El Mondongo cuando un tipo que bajaba del auto me dijo algo. Busqué ayuda con la mirada en un vecino que estaba en la puerta, pero éste en lugar de bancarme le festejó al otro lo que me había dicho. Me sentí tan indefensa que salí corriendo y me puse a llorar”, cuenta Belén.

“Además de la angustia, te queda un impotencia tremenda porque no podés hacer nada más que correr por tu seguridad. Creo que la mayoría de los hombres no llegan a imaginarse lo que es”, dice Luisiana Quiroga, una estudiante de posgrado que suele cursar hasta tarde y dice que “el acoso y las agresiones a las mujeres están tan naturalizadas que muchas chicas sienten que es su responsabilidad evitar algo así”.

UN FENOMENO EXTENDIDO

“No se trata de ser linda o fea: La gran mayoría de las mujeres somos objeto de comentarios agresivos en la calle desde que somos muy chicas”, sostiene Daiana, una trabajadora social de 26 años que asegura que tanto ella como su hermana comenzaron a sufrir este tipo de expresiones ya sus 10 u 11 años de edad.

Como afirma Luisiana, el acoso callejero es efectivamente un fenómeno mucho más común de lo que los hombres llegan a vislumbrar. Según una encuesta realizada por la facultad de Psicología y Relaciones Humanas de la Universidad Abierta Interamericana, un 72,4% de las mujeres reconoce haber sufrido recientemente alguna forma de acoso o expresión vulgar; y el 59,2 % de ellas dice haberse sentido incómoda, intimidada e incluso violentada por la situación.

Más de la mitad de las consultas para esa encuesta (un 56%) admite que suele cruzar la calle cuando advierte que hay un grupo de hombres, un 42,9% reconoce que siente miedo a caminar sola; y un 76,2% dice que prefiere no hacer nada frente un episodio de acoso verbal para librarse cuanto antes de la incomodidad que les genera la situación.

Pese a lo común que resulta el acoso verbal, sólo un pequeño porcentaje de hombres reconoce sin embargo hacerle comentarios a mujeres desconocidas que se cruza por la calle (apenas un 6,6% de los consultados). Entre ellos, más de la mitad (un 57,1% ) considera que a ellas les gusta ser objeto de sus expresiones en general.

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