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Mayo: poesía y patria

Por JORGE MONTELEONE

Mayo: poesía y patria

Vicente Lopez y Planes: autor del poema “Marcha Patriótica”, este poeta está íntimamente relacionado con la Revolución de Mayo

25 de Mayo de 2010 | 00:00
Cuando Esteban Echeverría partió a Europa en 1825 se llevó consigo para leer en alta mar un ejemplar de “La Lira Argentina”, el volumen publicado un año antes donde Ramón Díaz había reunido con unción más de cien composiciones poéticas que celebraban la independencia. El primer poema era la “Marcha Patriótica” de Vicente López y Planes. Nuestro primer, gran crítico literario, Juan María Gutiérrez, llamó a los primeros poetas argentinos “sacerdotes de la creencia de Mayo” y reconoció que la fuerza del poema de López y Planes transformó “nuestra musa”, que era, hasta entonces, “pobre y tímida”.

En cierto modo, la poesía era una cuestión de Estado. Un decreto firmado en 1822 por el gobernador Rodríguez e inspirado por Rivadavia disponía que se realizara una colección de “todas las producciones poéticas dignas de la luz pública” compuestas en Buenos Aires y en todas las provincias de la Unión desde el 25 de mayo de 1810. Pero ya la Asamblea del año XIII había encargado a dos poetas un poema emblemático. La “Marcha patriótica” de López y Planes fue elegida entonces como Himno Nacional en la sesión del 11 de mayo de 1813. “Las estrofas inmortales de nuestra canción patria sedujeron y dominaron la imaginación, y las concepciones posteriores a ella, reflejaron, naturalmente, la belleza del prototipo” escribió Gutiérrez. Y además: “sólo dos monumentos de gloria antigua han permanecido al abrigo de todo insulto y son saludados con grato respeto, cada vez que amanece la eterna luz de Mayo: esos dos monumentos son la pirámide de la plaza de la Victoria y la canción patriótica”. El Himno fue así tanto un símbolo como un origen poético. Mayo se transformó tempranamente, menos en un hecho histórico, que en un Nombre fundacional para el poema, que irradiaba en el tiempo.

Esteban Echeverría: el escritor  de “La Cautiva” y “El Matadero” fue el fundador también de la “Asociación de Mayo”, a su regreso de Europa en  1830Cuando Echeverría regresó a Buenos Aires en julio de 1830, publicó dos poemas en la Gaceta Mercantil firmando “Un joven argentino”: uno se titulaba “El regreso” y el otro “En celebración de Mayo”. En el primero hablaba de su desilusión de Europa, donde hallaba “molicie”, “desengaños” y “simulacros vanos”. Y en su regreso esperaba hallar un espacio de hombres libres que realizaran los ideales de Mayo. Nombrar la patria era un modo de certeza, de futuro y de afirmación. El “Dogma socialista” que redactó en 1837 fue escrito en el marco de la “Asociación de Mayo” que él fundó. Pero poco después, cuando Rosas se enfrentó a su generación, el nombre Mayo cambió de signo y se transformó en el emblema de los proscriptos contra el rosismo. Y la poesía atravesó el conflicto. En 1841 y en 1844, durante las “Fiestas mayas” realizadas en el Montevideo se realizaron certámenes poéticos cuyo tema, nada inocente, consistía en cantar el aniversario de la Revolución. Todos los poetas eran entonces opositores a Rosas y el motivo elegido era deliberado. Uno de los jueces del primer certamen fue Florencio Varela. El primer premio fue para Juan María Gutiérrez, el primer accésit para Luis M. Domínguez, el segundo para José Mármol. Las composiciones fueron editadas por Juan Bautista Alberdi, con un informe estético-político sobre el certamen. Se trató de un hecho político sostenido en el destierro a partir de la poesía de Mayo. Asimismo, cuando Mármol escribe su conocida diatriba poética contra Rosas, que finaliza “Ni el polvo de tus huesos la América tendrá”, titula el poema: “A Rosas, el 25 de mayo de 1843”. Y dice: “¡Ah Rosas! No se puede reverenciar a Mayo / sin arrojarte eterna, terrible maldición”. La idealización de Mayo era restituida ahora con un signo contrario. Lo cohesivo de esa figura de la Patria había desaparecido en las disputas de la política nacional.

En 1910, para celebrar el Centenario de Mayo, Leopoldo Lugones escribe las “Odas seculares”. La oda “A la Patria” comienza “Patria, digo, y los versos de la oda / como aclamantes brazos paralelos / se levantan Ilustre, Unica y Toda / en unanimidad de almas y cielos”. El poeta es el vate de la Argentina moderna, el intérprete de la nacionalidad que el poema enuncia: decir la Patria es enunciar una totalidad, y de algún modo ese universo debe reflejarse en el poema. Las odas a las “cosas útiles”, a los “ganados y a las mieses” manifiestan el esfuerzo de Lugones por nombrarlo todo, el horizonte extendido y laborioso del “granero del mundo”: un texto poético donde la Patria omnipresente se multiplique en imágenes, materias, geografía, hechos y situaciones arquetípicas Una palabra tan afín al modernismo imperante, “Armonía”, quería reflejar en lo social la “unanimidad” del crisol de razas: unidad en el centenario de Mayo, donde el Sol es la brasa de un Hogar “que tiene / del lado de venir puesta la llave”. Pero otra vez las contradicciones de la Argentina parecen desdecirlo: la Ley de Defensa Social promulgada ese año de 1910, quería expulsar a los extranjeros que divulgaran las ideas ácratas y socialistas, y también las corrientes de ideas libertarias con las cuales muchos inmigrantes consolidaban las primeras luchas sociales. A un siglo de Mayo la Armonía se resquebraja en conflictos.

Leopoldo Lugones: en 1910, para  celebrar el Centenario de Mayo, Lugones escribe “Odas seculares”Muchos años después Leónidas Lamborghini reescribe el poema de la Patria desde otro lugar ideológico. Lo hace según su teoría de la reescritura: tomar un texto canónico -por ejemplo “La Razón de mi Vida”, de Eva Perón- y utilizando el mismo léxico, combinarlo de otro modo en el poema, potenciando, magnificando su significado “por contraste y semejanza”. En su libro “El ruiseñor”, de 1975, escribe una serie de poemas bajo el nombre “En el camino su (una epopeya de la identidad)”, donde resuena otra vez el vocablo “unión” y allí reaparecen otras contradicciones: las del peronismo de los setenta, de facciones dramáticamente contrapuestas, que el liderazgo de Perón estuvo lejos de resolver. Aquello que en el poema propone Lamborghini es todo lo contrario de la dominación del grito altisonante: habla de “la identidad como susurro” (de allí el camino “su”). El Himno Nacional se reescribe en el poema 4 de la serie como “Oíd lo que se oye”, donde los versos patrios significan de otro modo: “oíd: el ruido de lo roto en el trono de la identidad / en lo dignísimo”. En ese ruido del presente Lamborghini escribe su poema para hallar una respuesta: “oímos en el ruido el ruido. oímos. respondemos”.

Como dando un cierre en el siglo XX a aquellos poemas dedicados a la muerte de Belgrano que poblaban la lejana “Lira Argentina”, el poeta rosarino Aldo Oliva publicó en el 2000 “Ese general Belgrano y otros poemas”. El poema 2 de la serie se llama “Mayo pluvial, 1810” y allí Belgrano recuerda nítidamente la búsqueda de “una palabra que abriera, como una madre, su fecundidad: / y, quizá torpemente, hallamos Patria”. Pero luego de la creencia y de la fe, en la agonía del monólogo, el prócer enfermo pronuncia el amargo verso final que reza: “Patria inexistente”. Todo se disuelve en una ceniza derrotada, una ilusión que se desvanece. El héroe de la fe se sume así en la contradicción de la discordia, y en el escarnio “de la metrópolis del Sur, hacia la escoria sombría del poder”.

La poesía argentina, sin ingenuidad, ha celebrado desde su origen las luces de la patria y también ha vivido a la sombra de sus desgarradas contradicciones. Quiera otra vez el sol de Mayo abrirnos a otras voces de reflexión incesante, de poesía y de esperanza, de diversidad y diferencia, de inclusiva democracia, y de una verdadera, comprometida, indeclinable libertad. Allí estará siempre la poesía para decirlo, para decirnos.

(*) Escritor y crítico literario

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