David James Poissant: bestiario personal

David James Poissant, el escritor estadounidense que sorprendió a todos con “El cielo de los animales”, su primer libro, aterrizó en la Argentina en el marco del Festival Internacional de Literatura (Filba) y contó que en ese trabajo no quiso más que abordar las facetas amorosas y ásperas de la clase obrera norteamericana, gente que, al decir suyo, “trabaja anónima con vidas presuntamente comunes”.

“El cielo de los animales” está compuesto por quince cuentos, la mitad escritos a lo largo de una década y que decidió publicar hace un año. En la Argentina lo editó Edhasa y antes había sido traducido al italiano y al francés. Las piezas habían aparecido antes en prestigiosas publicaciones como The Atlantic, The New York Times y Playboy, y fueron reconocidas con distintos premios en su país.

Reunidos en el libro, el trabajo se presentó como un deslumbrante volumen de relatos sobre personas agobiadas por la pérdida, la culpa o lo implacable del amor. Padres que han roto la relación con sus hijos y descubren demasiado tarde el daño que han hecho, matrimonios envueltos en el desasosiego, hermanos que dejaron en el olvido la complicidad y ahora deben purgar ese rencor, amistades que un día son puestas a prueba y dejan paso a la traición. Vidas que no están a la altura de las emociones que generan, donde la presencia de un animal recuerda la existencia de lo inesperado, lo lúdico, lo brutal.

“100 % Algodón”, por ejemplo, texto que dura el tiempo que le lleva a un personaje sacarse una remera y doblarla en el piso, mientras un ladrón le apunta a la cabeza y repasa cómo asesinaron a su propio padre un año antes de un balazo, “resume todo lo que hay en el libro: historias sobre la familia, la pérdida, la muerte y la imposibilidad de comunicarse, gente que está tratando de entenderse, tratando de decir algo, pero les cuesta hacerlo”, detalló el propio Poissant en su visita al país.

Comparado con Richard Ford y Alice Munro, Poissant nació en 1979 en Syracuse, Nueva York, y creció entre los suburbios de Atlanta y Georgia; vivió en Arizona, Ohio y ahora lo hace en Orlando. Ahí vive con su esposa y sus hijas, mellizas de 8 años, y enseña escritura en la Universidad Central de Florida, en una Maestría en Bellas Artes similar a la que él tomó cuando se decidió dejar de enseñar como maestro de Lengua para dedicarse a la literatura.

“De chico odiaba leer y mi madre, que era bibliotecaria, me llevaba cómics porque yo amaba dibujar monstruos y superhéroes -detalla Poissant-. Los devoré hasta el momento en que empecé a buscar algo más profundo y así empecé a leer cuentos y después pasé a los libros”.

Ese testimonio visual es el que se lee en toda la obra y la intensidad de sus imágenes resulta fundamental en cada uno de estos cuentos, cuya estructura se inscriben en esa gran tradición que incluye a Antón Chéjov y Raymond Carver, una tradición que siempre suele darse por concluida, hasta que, como sucedió con Poissant, aparece un nuevo escritor y la revitaliza.

Con una escritura límpida, que sabe ser quirúrgica y no escapa al humor, Poissant narra historias al límite, sacudidas por la impiedad y la tristeza. No deja de ser extraño que al terminar de leerlo el sentimiento sea de felicidad: es el efecto que depara un hallazgo literario.

“Me gusta escribir desde el lugar del miedo -revela el narrador-, sobre lo que me asusta: cuando me casé empecé a escribir historias en las que los matrimonios fracasaban; cuando mi esposa se embarazó escribía historias en las que los bebés mueren. Afortunadamente ninguna historia se hizo realidad. Es como conjurar el miedo, casi la superstición de que si lo escribo no ocurrirá. Me gusta que esas historias se sientan reales, por eso las arraigo fuertemente a un lugar. Llegué a viajar a San Francisco una semana para escribir un cuento. Elijo un escenario aún cuando no sé cuál será la historia ni quiénes los personajes. Luego habito ese lugar”.