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Séptimo Día |PERSPECTIVAS - UNA MIRADA SOBRE LA VIDA

Elogio de los límites

Por SERGIO SINAY (*)

Elogio de los límites

shutterstock

15 de Octubre de 2017 | 08:41
Edición impresa

Mail: sergiosinay@gmail.com

Primera escena: en el aviso televisivo de una marca de autos la voz en off ordena de manera autoritaria: “Si hay un límite no lo pases, ¡rompelo!”. La imagen muestra a una mujer joven que corre sobre una mesa, como a quien no le importa respetar ninguna forma, espacio ni presencia, y parece pronta a saltar por una ventana.

Segunda escena: en las carteleras publicitarias de la calle, el afiche con una promoción de telefonía celular exhibe esta consigna: “Elegí todo”.

Si seguimos buscando botones de muestra, los encontraremos a montones. Nos rodean voces y frases que nos urgen a ignorar, despreciar o romper los límites. Velocidad sin límites, compras sin límites, ingestas de comidas o bebidas sin límites, diversión sin límites, adrenalina sin límites, alturas sin límite, correr sin límite, chatear sin límites, “mensajear” (horrible neologismo) sin límite. Y así.

Sin límites no reconoceríamos lo bueno de lo malo, lo nutricio de lo tóxico, lo enriquecedor de lo destructivo. Desconocer el límite, es una forma de perversión que finalmente genera sufrimiento y enfermedad

Pero los límites existen. El primero de ellos es nuestra finitud. Somos mortales. Límite de tiempo. No podemos estar físicamente en dos lugares en simultaneidad. Límite de espacio. Luego hay otros. Algunos provienen de nuestra condición de seres sociales, como las leyes, las normas, las reglas, las convenciones. Otros son independientes de nuestra voluntad: los que emanan de la salud, de la Naturaleza o, para decirlo de algún modo, del azar. Hay límites que pone la geografía y hay límites que establecen las leyes de la física. Y están los que derivan de la moral y de la ética. Los humanos somos seres limitados y condicionados por naturaleza. Y de esa circunstancia nacen, por ejemplo, la libertad, la responsabilidad, el valor que damos a la vida y la búsqueda de su sentido.

PRECIOS DE LA TRANGRESIÓN

La vida ofrece obstáculos de diverso tipo, y vivir sin ellos es una ilusión. Libre no es el que hace lo que quiere, sino el que aprende a elegir lo que hace y se responsabiliza por su elección. Justamente porque no se puede todo (aunque se quiera todo) es que aprender a elegir, a decidir y a hacerse cargo de las consecuencias de cada elección significa alcanzar una verdadera libertad. Adulta, madura y responsable. Romper límites, no aceptarlos, patalear ante ellos, transgredir como modo de vida, no reconocer las propias imposibilidades no remite a la libertad sino al infantilismo, a la inmadurez y a la irresponsabilidad. Pareciera que en nuestra sociedad y nuestros tiempos predominara este perfil. Los ejemplos conque comienza esta columna pueden verse como síntomas claros de esa situación. Y los costos de ella se verifican diariamente en accidentes viales, vidas perdidas, economías familiares descalabradas, cuerpos lesionados, relaciones personales problemáticas, disturbios callejeros y diversas transgresiones que generalmente terminan mal.

El psicoanalista italiano Massimo Recalcati dice en su ensayo “El complejo de Telémaco” que, gracias al límite, el impulso ciego y el deseo encuentran canales creativos, fecundan hechos, cosas y relaciones valiosas. Eso, insiste, nos aleja de la neurosis y del fanatismo perverso. Sin límites no reconoceríamos lo bueno de lo malo, lo nutricio de lo tóxico, lo enriquecedor de lo destructivo. Desconocer el límite, apunta este especialista, es una forma de perversión que finalmente genera sufrimiento y enfermedad. Y otra forma de perversión es necesitar del límite solo para transgredirlo (o “romperlo”, como quiere el aviso mencionado, que nos invita a matarnos en las rutas a altísimas velocidades).

El límite nos humaniza, dice Recalcati, nos integra a los seres que participan de una vida comunitaria en la que todos se saben incompletos, nadie se cree omnipotente, y de ese reconocimiento nace la complementariedad, la solidaridad, el encuentro. A propósito de esto, el monje benedictino alemán Anselm Grün, pensador de exquisita sensibilidad, puntualiza en su libro “Límites sanadores” que solo quien reconoce los límites y sus propias limitaciones puede acercarse al otro y palparlo y reconocerlo en el encuentro verdadero. Es interesante detenerse en este punto. Quien no reconoce límites no reconoce al otro, al semejante. Ocurre que el otro es siempre un límite, como lo somos para él. Vivir humanamente, como seres sociales, significa restringirse debido a que existen los demás. Reconocer el límite, afirma Grün, no es sencillo, porque tendemos a hacernos la ilusión de que somos ilimitados, pero cuando lo logramos experimentamos una forma de amor.

LA VIDA PONE UN STOP

Recordar que el límite significa reconocimiento, cuidado y amor es algo que vendría muy bien a aquellos padres para quienes poner límites a sus hijos es ser autoritarios. En realidad, como ayudan a comprender Recalcati y Grün, más que autoritarismo habría allí descuido y cierto grado de irresponsabilidad. Esto es así porque, finalmente, los límites que no reconocemos ni establecemos como una forma de auto cuidado y de cuidado a los demás, suele ponerlos la vida, y ella lo hace de modo menos contemplativo.

Un ejemplo de esto asoma en el caso de Isadora Duncan (1878-1927), a quien se considera la madre de la danza moderna. Tras haber dejado atrás una infancia infeliz a causa de la ruina económica y emocional de su familia, arremetió contra todo y construyó su carrera a fuerza de desconocer convenciones, protocolos, críticas y reglas. Impuso su estilo y se convirtió en leyenda en el escenario y afuera de él. “Mi lema es: sin límites”, proclamaba mientras los rompía. El 14 de septiembre de 1927 topó en Niza, Francia, con el más terrible de los límites. A la salida de una de las tantas fiestas orgiásticas en las que participaba, y mientras iba en el auto deportivo de uno de sus amantes, en este caso italiano, su largo chal de seda se enganchó en una rueda trasera y la estranguló en el acto. Tenía solo 49 años. Aunque paradigmático, su caso no es único. Tanto en el deporte como en la música, el espectáculo, el arte y en ámbitos más íntimos, como las vidas de muchas familias, abundan los ejemplos de quienes al proponerse vivir sin límites terminan por limitar dramáticamente sus propias vidas, tanto en calidad como en tiempo. Una cruel paradoja.

El límite nos humaniza, dice Recalcati, nos integra a los seres que participan de una vida comunitaria en la que todos se saben incompletos, nadie se cree omnipotente, y de ese reconocimiento nace la complementariedad, la solidaridad, el encuentro

La fantasía de atravesar los límites sin consecuencias es vieja como la Humanidad. Las más antiguas mitologías, tanto como la Biblia misma, abundan en relatos acerca de esta ilusión y de las secuelas que inevitablemente deben sufrir quienes se entregan a ella. Como hace notar Grün, la palabra sagrado deriva del latín “sanctus” y esta, a su vez, de “sancire”, cuyo significado es “delimitar”. Muchos de los límites que no se respetan o que se pretende transgredir, traspasar o “romper” son, entonces, sagrados, en especial los naturales. “Mucha personas han perdido actualmente la percepción de los límites naturales”, escribe el monje alemán. Cabe agregar que tantos otros perdieron la percepción de la naturalidad de los límites como elemento esencial de la interacción humana. “La observancia del límite forma parte de la cultura del tratamiento humano”, recuerda Grün. Una cultura hoy deteriorada, que necesitamos comenzar a restaurar. Ni romper límites ni creer que se puede elegir todo (si se pudiera todo no habría que elegir) contribuyen a esta cultura.

 

(*) El autor es escritor y periodista. Sus últimos libros son "Inteligencia y amor" y "Pensar"

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