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Cuando las zambas nacieron entre los tilos

La poco conocida historia de Jaime Dávalos y Eduardo Falú, cuando venían a componer a City Bell. La actuación del poeta en el Club Atlético y de Fomento. Anécdotas y enseñanzas de uno de los dúos folklóricos más inolvidables

Cuando las zambas nacieron entre los tilos

Jaime Dávalos

Por MARCELO ORTALE

15 de Octubre de 2017 | 08:42
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No fue promisoria la primera visita a City Bell del poeta y músico salteño Jaime Dávalos (1921-1981). Había venido invitado al festival de folklore que desde hace más de cuatro décadas se desarrolla en el Club Atlético y Fomento de esa localidad. Cantó y fue ovacionado, lo trataron muy bien. Pero Jaime estaba como nervioso, perturbado y así lo hizo conocer después del recital, en una casa del pueblo.

-“Resulta –dijo Jaime- que los organizadores del festival me pusieron a una persona para que me atendiera y este hombre, muy amable, se desvivió por atenderme de maravillas. Se preocupaba por todo. Sin embargo, arrancó mal: me dijo “cómo le va don Abalos…”-

Jaime, que era notablemente lúcido y rápido le preguntó al hombre cómo se llamaba y éste le respondió que se llamaba López:

-“Qué tal Don Opez…como está usted le respondió el poeta, quitándole la primera letra al apellido de López, para corresponderle al otro que le había quitado la “D” al suyo. “Seguramente que me confundía con uno de los hermanos Abalos…”. Jaime agregó que “nos pasamos la noche “Abalos viene” y “Opez va”, porque el hombre no se notificaba en absoluto de que le cambiaba también el apellido. Así que hoy me resigné y me llamo Abalos…”

Dávalos fue un manantial de poesía criolla. Su voz era lírica, pero además luchadora, comprensiva de las penurias que causa la pobreza

Hablaba con una copa de vino en una mano y una lata con hojas de coca en la otra. Con las hojas combatía el posible efecto del alcohol, explicó, aunque lo que demostró siempre –tanto en ese encuentro como en muchos otros posteriores- era que tardaba horas en consumir un vaso de vino. Era un bebedor sentencioso y sobrio. Y entonces, allí, de todo aquel ser brotaban no sólo ríos de poesía espontánea –de la mejor poesía, la más encantadora, la oral- sino que también no perdía oportunidad para dejar enseñanzas, sin ser enfático.

“Traeme una guitarrita…Vamos a alumbrar un poco esta madrugada…”, le dijo al jefe de familia que lo recibía esa noche en su casa de la calle Constitución. El interpelado, con vergüenza le respondió: “No tenemos guitarra…”. Jaime miró a todos los presentes y su voz severa pareció bajar desde un púlpito: “En la casa de ningún argentino puede faltar una guitarra…”. Esa familia de City Bell, pocos días después, se había endeudado hasta el cuello pero tenía, no una, sino tres guitarras. Una para cada hijo.

Esa noche habló con unción de su padre, el también poeta y de los mejores Juan Carlos Dávalos, de Manuel J. Castilla, del Cuchi Leguizamón y de su amigo Eduardo Falú, con quien ya formaba uno de los más característicos dúos creativos del folklore nacional. También sorprendió un poco a la tertulia cuando se esmeró en elogiar al locutor Julio Márbiz: “Nos da de comer a todos los folkloristas, lo de Cosquín es maravilloso. Es un tipo generoso y eso es difícil de encontrar”, dijo.

EN CITY BELL

Ellos habían pedido tranquilidad, que no se diera aviso a nadie, porque lo único que necesitaban era trabajar tranquilos. “Componemos dos o tres zambas y nos volvemos a Buenos Aires”, explicaba Dávalos. Así que cada treinta días o más los artistas –que eran fraternales amigos y que entonces llenaban los escenarios y estudios de televisión, que inundaban el mercado con sus discos y cassetes- virtualmente se internaban en una casa quinta de la calle 17, a pocas cuadras de Cantilo, y allí componían en paz. Esa vivienda con jardín espacioso se las prestaba un admirador de ellos.

No existe nadie que pueda asegurar cual de las zambas y vidalas compuestas por este maravilloso dúo habrá nacido mecida por el viento que danzaba entre los tilos y robles de City Bell. Pero es seguro que pudo ser aquella que dice “Mojada de luz/ en mi guitarra nochera,/ ciñendo voy tu cintura/ encendida por las estrellas”, con letra de Jaime y música de ese dios certero de la guitarra que fue Falú.

Dávalos fue un manantial de poesía criolla. Su voz era lírica, pero además luchadora, comprensiva de las penurias que causa la pobreza. Entre sus canciones pueden citarse Hacia la ausencia, La angaquera, La nochera, la golondrina, Canción del jangadero, La verderrama, Pato Sirirí, Tiempo dorado, Trago de sombra, Vamos a la Zafra, Vidala del nombrador, Zamba de la Candelaria, Zamba de San Juan, Zamba de un triste, Zamba enamorada, muchas de ella con la música compuesta por Falú.

Salteño, bohemio, rico en amistades, esencialmente bueno, Dávalos se había complicado con la construcción de una casa “imposible” –como él la definía- en su Salta natal. “Tiene un ventanal de más de veinte metros de ancho, con vista a los Valles Calchaquíes…Es una casa gigantesca…interminable…” decía el poeta muerto de risa.

Y cada tanto le llegaban malas noticias de la obra, que estaba parada porque se habían quedado sin dinero. “Entonces, saben, cuando yo me quedo sin dinero lo único que puedo hacer, lo más conveniente, es llamarlo al Turco (por Falú) y él inventa algún recital o la venta de 10 mil casettes nuestros a un sindicato…Siempre se las ingenia. Pero con esa voz de bajo ruso que tiene me llama y me dice: Jaime, tenemos que componer algunas zambitas…”.

Venían entonces a City Bell, componían y al poco tiempo viajaba dinero fresco hacia la casa imposible de Jaime Dávalos en Salta. El poeta estaba casado entonces con su segunda mujer, la zarateña María Rosa Poggi, con la que tuvo a Marcelo, Valeria y Florencia, esta última intérprete de música folkórica como su padre. De su primer matrimonio con Rosa Constancia Berjman tuvo a Julia Elena (conocida cantante y pintora), Luz María, Jaime Arturo y Costanza.

ALGUNAS LETRAS

¿Qué motivo puede impedir que se recuerde algunas de las letras de Jaime Dávalos? Esas letras que, al escuchar tan sólo el primer verso, eran recitadas de memoria y con unción por la gente del país, deslumbrada ante tanta belleza. Por ejemplo, La Nochera, que tiene música de Ernesto Cabeza:

“Ahora que estás ausente, / mi canto en la noche te lleva./ Tu pelo tiene el aroma/ de la lluvia sobre la tierra.// Y tu presencia en las viñas,/ dorada de luna se aleja/ hacia el corazón del vino,/ donde nace la primavera.// Mojada de luz,/ es mi guitarra nochera./ Ciñendo voy tu cintura,/ encendida por las estrellas.// Quisiera volver a verte:/ mirarme en tus ojos quisiera;/ robarte guitarra adentro,/hacia el tiempo de la madera. // Cuando esta zamba te cante, / en la noche, sola, recuerda / mirando morir la luna,/ cómo es larga y triste la ausencia./ / Mojada de luz,/ es mi guitarra nochera. / Ciñendo voy tu cintura,/ encendida por las estrellas”.

O la Tonada del viejo amor, cuya música compuso Falú, que también la interpretó en forma magistral:

“Y nunca te’i de olvidar/ en la arena me escribías/ y el viento lo fue borrando/ y estoy más solo mirando el mar.// Qué lindo cuando una vez/ bajo el sol del mediodía/ se abrió tu boca en un beso/ como un damasco lleno de miel.// Herida la de tu boca/ que lástima sin dolor/ no tengo miedo al invierno/con tu recuerdo lleno de sol.// Quisiera volverte a ver/ sonreír frente a la espuma/ tu pelo suelto en el viento/ como un torrente de trigo y luz.// Yo se que no vuelve más/ el verano en que me amabas/ que es ancho y negro el olvido/ que entra el otoño en el corazón”.

Cuando el corazón enorme y popular del artista dejó de latir, sus amigos, Los Chalchaleros, escribieron e intepretaron una canción –Entierro de Jaime Dávalos- con letra de José Ríos y música de Carlos Saravia:

“Cuando la tarde bajaba/ por el río San Lorenzo/ su ausencia le puso luto/ al sentimiento del pueblo// El aire estaba dolido/ y el camino polvoriento/ mientras los sauces del bajo/ lloraban por su silencio/ Entierro de Jaime Dávalos/ a la sombra de los ceibos/ con aroma de Diciembre/ a yerba buena y poleo// Cuando la tarde bajaba/ por el río San Lorenzo// En la fosa del barranco/ dejamos su cuerpo yerto/ para que así vuelva un día/ a florecer desde adentro// Le despidieron entonces/ respetuosos los sombreros/ los mujidos de los toros/ y el volar de los pañuelos”.

UNA ENSEÑANZA

En otra charla que sostuvo con un grupo de citybelenses Jaime Dávalos se quejó de la falta de arraigo que mostraban los habitantes de esta región, la metropolitana. Alguien le opuso reparos: “ Usted lo dice porque su familia vive hace siglos en Salta y entonces le resulta fácil. En cambio, aquí, mire, la mayoría bajamos hace poco de los barcos…Somos casi inmigrantes”.

“Ahora que estás ausente, / mi canto en la noche te lleva./ Tu pelo tiene el aroma/ de la lluvia sobre la tierra.// Y tu presencia en las viñas,/ dorada de luna se aleja/ hacia el corazón del vino,/ donde nace la primavera”

Dávalos lo miró unos segundos al interlocutor y le preguntó: “A ver, usted, ¿de donde vienen sus ancestros?” . Le contesto: “Era mi abuelo, de Italia”. Dávalos repreguntó: “¿Y de qué se ocupaba su abuelo?”. El interlocutor le respondió: “Era albañil”. Entonces el artista comentó: “Si usted no es albañil (y no lo era), entonces usted se encuentra en falta…En su raíz vive un albañil, no lo abandone, rescátelo…Aunque sea universitario, haga tareas de albañil en su casa. Todos los hombres están obligados a respetar y a rescatar sus orígenes…Si no lo hacen, entonces se sentirán siempre en falta..”.

Nuestra zona le debe la presencia de Dávalos a la iniciativa del Club Atlético y de Fomento, por cuyas tablas pasaron no sólo él y Falú, sino artistas de la talla de Ramona Galarza (que fue madrina del festival en 1973), Chango Farías Gómez, Mercedes Sosa, Suma Paz, Hernán Figueroa Reyes, Teresa Parodi, Jaime Torres, Los Chalchaleros, Los Tucu Tucu, los Fronterizos,Tomas Lipán, Facundo Picone, Los Carabajal, Sixto Palavecino, Omar Moreno Palacios, Néstor Garnica, Cuty y Roberto Carabajal, Antonio Tarrago Ros, Los Tekis, el Duo Coplanacu, Facundo Saravia y Bruno Arias, entre muchos otros.

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