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Espectáculos |“Mindhunter”

Oscuras resonancias

David Fincher regresa a Netflix y a su temprana obsesión, los asesinos seriales, en una serie que construye la tensión desde la palabra

Oscuras resonancias

Asesino e investigador, juntos en una de las escalofriantes escenas de “Mindhunter” - netflix

16 de Octubre de 2017 | 05:04
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“Mindhunter” llegó a la pantalla de Netflix como una de las grandes apuestas de la plataforma, con la firma de David Fincher (al igual que su otro gran éxito, “House of Cards”) pero con la promesa de mayor control para el director de “Pecados capitales” y “Zodíaco” y un regreso a ese universo, el de los asesinos seriales.

Pero “Mindhunter” es a la vez profundamente “fincheriana” y antítesis de lo esperado: “Mindhunter es una especie de anti-Zodíaco”, explicaba el mismo director, que con la serie de diez episodios estrenada el viernes en la plataforma on demand se diferencia de la caterva de programas sobre asesinos seriales (“Dexter”, “Hannibal”, “The Following”, “The Fall”) con una propuesta que se distancia de las persecuciones repletas de acertijos del genio obsesivo y fascinante de estos despiadados criminales, capaces de tejer planes extremadamente retorcidos. En su lugar, “Mindhunter realiza una inquietante pregunta: ¿qué tan diferentes son estos cerebros atroces de los “nuestros”?

“Mindhunter”, la serie, intenta hacer lo mismo que sus protagonistas: no perseguir al criminal, sino comprender su conducta en sus propios términos: la historia sigue a Holden Ford (Jonathan Groff), un agente del FBI que encarna los nuevos tiempos y que, a la luz de la desconcertante violencia de los ‘70 (el asesinato de Kennedy, la masacre del clan Manson), intenta encontrar nuevas y más satisfactorias explicaciones e internarse en la mente de los asesinos; y a su compañero, Bill Tench (Holt McCallany), socio renuente de la misión, veterano estudioso de la psicología criminal pero renuente a “comprender” a los asesinos, a excusar sus actos con razones.

Entre ambos (la serie está basada en las memorias de Mark Olshaker y John E. Douglas) se construye un contrapunto sin solución aparente que se pregunta: ¿los asesinos nacen o se hacen? El mayor control de Fincher sobre la serie, respecto a “House of Cards”, es claro: showrunner y director de cuatro episodios él mismo (el resto se los reparten Tobias Lindholm, Andrew Douglas y Asif Kapadia, realizador detrás de los documentales de Amy Winehouse y Ayrton Senna), no solo se replican los gestos estéticos, marcas de autor del cineasta (la luz azulada y gélida tan imitada en el cine del siglo XXI; la prevalencia de la palabra sobre la acción -o la palabra como acción-) sino que temáticamente el serial se zambulle en una obsesión habitual del cineasta: la imposibilidad del hombre de hacer con el caos un orden, la futilidad de sus personajes, que se asoman al abismo una vez más pero que solo escuchan en la oscuridad ecos de un silencio abrumador.

Por eso, la serie ahorra sangre y primeros planos de decapitaciones: con la palabra le sobra a Fincher, como en “Red Social”: “Decidimos que no era necesario mostrar persecuciones por callejones, y que la base de la serie podrían ser estas conversaciones escalofriantes”, explicó Fincher en diálogo con El País.

Ciertamente, en “Red Social”, el arte de la palabra estaba apoyado en el guión de Aaron Sorkin, el maestro de los diez mil ingenios por segundo; este guión encuentra varios pozos de aire hasta que levanta vuelo (contiene en su primer episodio una de las peores escenas de “conquista en un bar” de los últimos años), y tarda en calentar motores porque hoy las series se piensan como “películas de ocho horas” (el piloto, que en el esquema viejo de la TV debía ser el capítulo que “enganche” a la audiencia, es quizás el capítulo más flojo de la serie, indeciso en sus objetivos y repleto de torpezas y subrayados narrativos).

Pero con la palabra potenciada por el “binge watching” (atracón serial) le sobra a Fincher para construir un thriller insidioso, que se filtra como un virus en la comodidad del espectador: las resonancias con la audiencia del presente son múltiples, y la serie asoma particularmente pertinente en días de masacres estadounidenses sin explicación aparente; pero la resonancia mayor que atraviesa el espectador es la misma que, de manera subterránea, atraviesan las criaturas de Fincher, que donde buscaban excepcionalidades descubren con fascinación oscura y terror genuino la cercanía de la mente del hombre común (frustrado, violento, cansado) con la del criminal.

Pedro Garay

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