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Opinión |PUNTOS DE VISTA

La pedagogía de la pregunta

La pedagogía de la pregunta

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Por R. CLAUDIO GOMEZ (*)

19 de Octubre de 2017 | 01:33
Edición impresa

La conceptualización de ciertos patrones culturales exige al escritor una rigurosa precisión. Por caso, el término “nuevo”, como concepto, necesita ser reemplazado. La idea es que su sustituto explique mejor una idea que está acorazada en una palabra que ya no define su sustancia. El problema radica en que ciertos conceptos, en síntesis, ya no dicen nada, están vacíos de contenido. Ese problema debe ser resuelto por los escribas.

Son ellos quienes le otorgan significado a las abstracciones y dotan de sentido a las palabras. “Nuevo” es nada en tanto resulta inverificable en un orden que avanza esmerilado por las dudas. Dudas acerca de una tragedia solo imaginada por la ciencia ficción, en versión de cataclismo.

Alguien con aceptable criterio podría aseverar que las condiciones históricas han sido siempre un poco así. Y será cierto. Pero nunca a esta velocidad y en un contexto de recursos vitales que empiezan a agotarse.

Así las cosas, la aplicación del concepto “nuevo” a las tecnologías solo persiste por una razón. Diferenciar a las precarias tecnologías antecedentes, como el arado, de una era digital que permite hacer andar un robot que ara por sí mismo.

Quedará entonces a los escritores -y no exclusivamente a quienes se dedican a la literatura, sino a aquellos que usan la palabra escrita como expresión pública- encontrar un concepto que conecte el insidioso avance tecnológico con uso práctico. Uso que ineludiblemente convoca a pensar en la Educación.

Valga de ejemplo este caso: según datos del Banco Mundial, en Argentina hay un celular y medio por persona. Es más, tomando en cuenta a los 16 millones de argentinos con menores recursos, 9 de cada 10 es titular de una línea telefónica celular. Eso habla del acceso potencial al uso de la digitalización en materia pedagógica y de planificación curricular.

No obstante, para ello es necesario establecer tres categorías de análisis y de trabajo. Ellas son la de la responsabilidad, el equilibrio y la expectativa. Todas deberán reunir un corpus común y apuntar su mira hacia el paradigma que se define como la pedagogía de la pregunta.

La pedagogía de la pregunta supone la prevalencia del interrogante, del principio de incertidumbre, ante la imposibilidad de la verdad absoluta como respuesta. Así como las capas de la cebolla, la pregunta ausculta el universo y sus detalles, de manera que atraviesa todas las disciplinas del pensamiento y de la acción.

TECNOLOGIAS Y EDUCACION

Ahora bien. Antes de pensar en planificar una educación en la que intervengan definitoriamente las tecnologías innovadoras resulta imperioso colocar a la sociedad en la responsabilidad de este desafío.

No se trata solo de dotar de instrumental a los actores, sino de alcanzar un grado de compromiso con la cuestión que ponga sobre el tapete una certeza que viene demorada: una vez que usemos la tecnología innovadora en la Educación, ya no habrá vuelta atrás.

Esto está relacionado con una modificación en la relación de los actores áulicos. No será el docente quien responda las preguntas, sino quien las oriente y, más, quien las estimule.

¿Puede un buscador contestar las dudas satisfactoriamente? Hay de todo. Hoy no lo puede hacer. Allí la mano del docente deberá oficiar de guía y la de las instituciones de fuente responsable. Si vamos hacia la adecuación de ese recurso -lo que parece inevitable- no hay regreso a las anteriores prácticas.

El segundo punto es el equilibrio. En un vértice generacional, en el que persisten los cultores de la tradición pedagógica con los nativos digitales, la transición tiende hacia un nuevo paradigma y debe ser decidida, pero cautelosa. Es que la mutación no solo incluirá lo que suceda en las aulas, sino también -y bienvenido sea- lo que suceda en los hogares. Unos y otros deberán asistirse convenientemente.

La tercera cuestión está relacionada con las expectativas ¿Para qué haríamos este cambio de superar una nadería como lo “nuevo” por la aplicación pedagógica de las tecnologías innovadoras? La respuesta es una: para acompasarnos con el ritmo de los tiempos.

Respetamos el inglés como lengua universal. Su validez no se discute. Incorporamos el portugués, porque interesa a las relaciones comerciales en la región. Bárbaro. Pero nos cuesta ceder a un lenguaje digital que demuele estructuras a cada minuto.

Las expectativas, entonces, estarán centradas en incorporar a las nuevas generaciones a prácticas que ya realizan. La mitad del camino está recorrido.

En un mundo pensado para el trabajo, pero sin trabajo, la capacitación en el uso de las tecnologías innovadoras ligadas a la Educación es una imposición cultural del siglo XXI.

 

(*) Consejero General de Cultura y Educación

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