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Información General |IMPRESIONES ENTRE EL HUMOR Y LA REFLEXIÓN

Una astrónoma platense es la reina de los relojes

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

22 de Octubre de 2017 | 04:34
Edición impresa

Mail: afcastab@gmail.com

“Si en la actualidad podemos disfrutar de las comodidades y facilidades que ofrecen tecnologías como el celular, el GPS o la comunicación a través de Internet –informábamos esta semana- es porque a escala internacional existe una sincronización precisa de la hora mundial”. Y Elisa Felicitas Arias, una astrónoma platense, es la encargada de pilotear los laboratorios del tiempo para garantizar desde París que esto ocurra.

Está muy bien que hayan elegido a una mujer. Son las que mejor controlan. La naturaleza las fue adiestrando en los secretos del cálculo, la desconfianza y la paciencia. Allí, en su vientre, todos aprendimos a esperar. Y después, reloj en mano y en casa, nos fueron marcando la hora de salir y la hora de volver. Sin ellas, el mundo horario pierde su referente.

Elisa hoy comanda el tiempo de la Tierra. Su designación es un homenaje a tantas platenses que han perfeccionado el arte de aguardar y vigilar. Reloj en mano, cada día millares de elisas salen a jugar sus minutos de ilusiones en medio de una ciudad que sólo tiene despertadores de alarma. Mientras las de aquí se atrasan en una ciudad muy trabada, Elisa allí ajusta ritmos y rediseña atrasos. Se encarga de que el mundo esté siempre en hora y que podamos compartir un huso universal que tiene a esta ex vecina como mecánica y centinela.

En una oficina, con todos los relojes del mundo sincronizados, Elisa aprendió que los instantes no vuelven y que el minutero de cada ser humano nos obliga a andar deprisa aunque que cada vez falta menos. Hace mucho se fue tras un doctorado que la puso más cerca del cielo. Hoy nos tranquiliza saber que el tiempo que nos rige y nos aprieta está supervisado por una estudiosa dama de estas diagonales a la que, de a poco, esperando novios y colectivos, se le fue la juventud relojeando demoras. El transcurrir de nuestra época ya está en buenas manos. Desde su sede en París, ella distribuye apurones y aguantes. Y está atenta a la marcha de un universo sin edad que ahora debe sentir que el tiempo se deshace en las manos de esta platense hacendosa que un día creyó que se le hacía tarde y que otro día comprobó que había llegado justo a tiempo para administrar los instantes de la Tierra.

Está muy bien que hayan elegido a una mujer. Son las que mejor controlan. La naturaleza las fue adiestrando en los secretos del cálculo, la desconfianza y la paciencia. Y allí, en su vientre, todos aprendimos a esperar

Tranquiliza saber que el tiempo que nos rige y nos aprieta está supervisado por una estudiosa dama de estas diagonales a la que, de a poco, esperando novios y colectivos, se le fue la juventud relojeando demoras

Elisa se formó aquí. Aprendió y enseñó. Vivía en Diagonal 80, cerca de la Estación, lugar de atrasos y corridas. Pero eso de que el tiempo es indomable lo adquirió en la Anexa, cuando le pedía a su reloj que el recreo durara un poco más. Después, en la Normal 1, se dejó apurar por un timbre ruidoso que le daba los buenos días a sus remolonas mañanas. Y escuchando a ese tío que siempre le hablaba de astros y matemáticas, fue acercándose a la astronomía. En su caminata estudiantil hasta el Observatorio contemplaba el cielo y sacaba cuentas. Las estrellas eran entonces su vidriera más visitada. Y fue aprendiendo que en el cuadrante de la vida las agujas siempre avanzan, para señalar caminos y avisar que nada vuelve atrás.

Su día a día francés es absorbente. Hasta en los momentos de reposo ella está pendiente del tiempo. Que se deja controlar y te controla, que se lleva en la muñeca y se expresa en todo el cuerpo. Jamás se imaginó, cuando recorría las joyerías de calle 8, que un día todos los relojes, hasta los más remotos, iban a estar a cargo de aquella quinceañera que apuraba el paso en Plaza Moreno. Y que ni avizoraba en el telescopio de sus sueños que las estrellas la estaban esperando. La cadencia de esta ciudad le entregó diploma, ansiedad y alas a sus ganas de avanzar. El tiempo le fue dando vocación, sabiduría y dedicación. Siempre apuntó alto y no sólo con la mirada. Al final, aquella nenita de la Anexa que nunca llegaba tarde, reapareció en el centro del globo, imponiendo puntualidad a un mundo donde la paz viene con atraso y el viejo tic tac sólo parece estar al servicio de las bombas.

Hoy se vive a los apurones. Solo la hora tiene exactitud entre tantas sospechas. Hasta los cadáveres deben dar pruebas antes de poder descansar en paz. Sin promesas ni augurios, el final de campaña fue una autopsia. Entre sirenas y bocinazos el hombre siempre desea que el tiempo le alcance aunque no sepa bien para qué. De eso por suerte se encarga esta buena señora. Ellas siempre nos pusieron en hora, nos apuraron cuando nos quedábamos y nos retrasaron cuando hacía falta. Nos esperaron como novios y nos aguardaron como hijos. Sentada en el máximo trono del tiempo, Elisa nos pone al tanto de su tarea, nos cuenta que se siente dichosa y cumplida, que extraña los amigos y el olor a asado y que veces vuelve a estos pagos para poder darle más cuerda a sus recuerdos.

 

 

(*) Periodista y crítico de cine

 

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