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Roland Barthes: el dueño de la estética del intelecto

Roland Barthes: el dueño de la estética del intelecto

Roland Barthes

22 de Octubre de 2017 | 08:42
Edición impresa

Roland Barthes fue uno de los grandes críticos literarios del siglo XX. Los lectores argentinos conocieron tempranamente obras suyas que se convirtieron en clásicos: la primera fue “El grado cero de la escritura”, publicada en 1967 por la editorial Jorge Álvarez. Luego vinieron las precisas traducciones de Nicolás Rosa, aparecidas con el sello de Siglo XXI, donde Barthes sigue siendo un autor de catálogo. Los argentinos lo leímos primero en nuestro castellano. Después fueron llegando las ediciones españolas y una temprana traducción de “Sade, Fourier, Loyola”, aparecida en Caracas.

Communications lo tuvo a Barthes como uno de sus innovadores.

Fundada en 1961, la revista francesa llegaba puntualmente a Buenos Aires y sus ejemplares solo duraban un par de semanas en la librería Nueva Visión, de Viamonte y San Martin. Tener Communications era asegurarse las novedades parisinas en semiología y análisis de los discursos. Pocos años después, Eliseo Verón, siempre a la vanguardia de las revoluciones teóricas, hizo traducir algunos números que publicó la Editorial Tiempo Contemporáneo. De nuevo, Barthes traducido primero en el castellano del Río de la Plata. El éxito de estas traducciones encargadas por Verón fue considerable: la del número “El análisis estructural del relato” tuvo cuatro ediciones; la de “La semiología” y la de “El verosímil”, tres cada volumen. En 1981, el Centro Editor de América Latina publicó una pequeña antología de Barthes que vendió decenas de miles de ejemplares. Buenos Aires era un centro, antes de ser desplazado por España.

“Existe, si se me permite decirlo, una estética del intelecto, y yo la asumo”

Hoy, Ediciones Godot vuelve a levantar esa bandera. Acaba de publicar “Un mensaje sin código. Ensayos completos de Roland Barthes en Communications”. Las 370 páginas del volumen fueron traducidas por Matías Battistón, que conoce el camino que recorre con su trabajo. Barthes es casi argentino, por la cantidad de lectores, por su influencia, por la fama más allá de los círculos especializados y por sus traductores.

¿Qué decir de este volumen indispensable? Presenta una de las exploraciones teóricas de quien fue uno de los mayores críticos del siglo XX. En estas páginas, el Barthes crítico de literatura y gran analista de los mitos cotidianos cede su lugar al Barthes semiólogo que, una vez concluida esa empresa estructuralista, dejó de serlo para siempre. Y, sin embargo, podría decirse que no habría habido “S/Z” (memorable lectura de un relato de Balzac); no habría habido “Fragmentos de un discurso amoroso”; no habría habido “El placer del texto”, si Barthes no hubiera cumplido antes con los desafíos semiológicos que le planteaban su época y amigos suyos como Genette o Greimas. Por eso, porque Barthes fue semiólogo, y porque no temió la empresa teórica que lleva todas las marcas de los años sesenta, después se convirtió en una gran figura del ensayo, sin la rigidez ni dureza del estructuralismo. Fue estructuralista como quien visita un territorio al que no volverá.

En el libro editado por Godot están todos los textos publicados por Barthes en la revista Communications (algunos traducidos por primera vez al castellano). La exhaustividad tranquiliza, porque las reseñas o páginas breves, que pudimos haber pasado por alto u olvidado, vuelven como testigos de nuestra infidelidad de lectores. Hay definiciones citables (en Barthes, como en Borges, casi todo es citable). Pero no es esta recopilación el disparador de la cita, del fragmento, del hallazgo que se abandona casi en el mismo momento en que se lo descubre. Este volumen nos trae el sistema, que Barthes definió y casi simultáneamente, o muy poco después, abandonó para siempre, enamorado no de la cristalización sistemática sino el fluir del texto.

Varios de los artículos de Communications que pertenecen a este proyecto sistemático, especialmente “Elementos de semiología” y “Análisis estructural del relato”, parecen singularmente antiguos. Estuvieron furiosamente de moda en las universidades de Occidente; se los leyó para “aplicarlos” a cualquier novela o cualquier sistema gráfico. Quien esto escribe debe confesar que participó de aquella manía, sin percibir que Barthes nunca sucumbió del todo a ella: la escribió como sistema, pero no se sacrificó ni sacrificó a la literatura empleándolo. ¿Entonces no valió la pena?

Valió la pena, porque Barthes nos hizo romper para siempre con la ingenuidad de creer en textos sin estructura, como si fueran amebas literarias. Valió la pena, porque aprendimos que no hay significación sin una forma de significar. Leer hoy estos artículos de Barthes sobre análisis estructural es recorrer algunos caminos abandonados. Pero los caminos abandonados siempre conservan su secreto. Barthes recorrió esos caminos y debió tener sus razones para apartarse. Sin embargo, también escribió: “¿Cómo olvidar que la semiología tiene algún vínculo con la pasión del sentido, con su apocalipsis o su utopía?”

Estos “Ensayos completos” incluyen artículos que hoy conservan su brillo, tanto como hace cuatro décadas. Mencionaré en primer lugar uno que es ya clásico: “El efecto de realidad”, brillante ejercicio sobre lo “real” y lo “verosímil”, que ha sido citado tantas veces como una biblia teórica, con la ventaja de que solo ocupa diez páginas. La traducción nos ofrece la oportunidad de leerlo de nuevo, sin pensar que ya lo hemos leído, aprendido, enseñado y copiado. En este ensayo, Barthes descubre el modo en que la escritura (no el sistema) está en condiciones de volver verosímil aquello que intenta representar. Y lo descubre en los detalles que podrían considerarse “superfluos”. Nadie olvidará el barómetro sobre el piano, en la sala de una burguesa francesa de provincia, porque allí está el secreto de Flaubert. El barómetro sobre el piano nos enseñó a leer la representación de lo “real”, más que centenares de páginas sobre el realismo.

“¿Cómo olvidar que la semiología tiene algún vínculo con la pasión del sentido, con su apocalipsis o su utopía?”

Sería un acto de pedantería no subrayar las anticipaciones de “Retórica de la imagen”, famosísimo análisis de una fotografía publicitaria de los fideos Panzani y su italianidad. En 1964, Barthes reflexionaba sobre la yuxtaposición de mensajes lingüísticos y visuales. Establecía el campo y las condiciones de su productividad semántica. Subrayo: 1964, cuando las universidades todavía no exportaban miles de investigaciones sobre estos temas, que Barthes abandonó en cuanto comenzó su consagración académica. Se pensaba como intelectual y escritor, no como multiplicador universitario, aunque lo fue y probablemente lo siga siendo.

Finalmente, “La retórica antigua”, publicado en 1970. Leerlo entonces fue especie de revelación. No estábamos acostumbrados a considerar las figuras y los recursos de la argumentación. No era un tema de moda. El número que le dedicó Communications nos hizo entrar en ese campo desconocido. Con la tolerancia de un maestro, Barthes diseñó un programa de investigación estética que alcanza el presente. Sabe lo que el momento necesita y conoce también el motivo. Por eso escribió: “Existe, si se me permite decirlo, una estética del intelecto, y yo la asumo”.

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